A-1 (domingo)
Dan. 3:17 "He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos
del horno de fuego ardiendo... Y si no, sepas... que no serviremos a... dioses
[ajenos]."
No siempre nos damos cuenta de que la santificación, que tan fervorosamente deseamos y por la cual oramos tan fervientemente, se produce mediante la verdad, y por la providencia de Dios, como menos lo esperamos. Cuando buscamos gozo, he aquí tristeza. Cuando esperamos paz, frecuentemente tenernos desconfianza y duda debido a que nos encontramos sumergidos en tribulaciones que no podemos evitar. En estas pruebas estamos recibiendo las respuestas a nuestras oraciones. A fin de ser purificados, el fuego de la aflicción debe encenderse sobre nosotros, y nuestra voluntad debe ser puesta en conformidad con la voluntad de Dios. Para ser semejantes a la imagen de nuestro Salvador, debemos pasar por un penosísimo proceso de refinamiento. Los mismos que consideramos como los seres más queridos sobre la tierra pueden causarnos las mayores tristezas y aflicción. Pueden contemplarnos bajo una luz equivocada. Pueden pensar que estamos en el error y que nos estamos engañando y rebajando debido a que seguimos los dictados de una conciencia iluminada, en la búsqueda de la verdad y de los tesoros escondidos. . .
Las oraciones en las que pedimos semejanza a la imagen de Cristo pueden no ser contestadas exactamente como quisiéramos. Puede ocurrir que seamos examinados y probados, porque Dios puede ver que lo mejor es colocarnos bajo una disciplina que es esencial para nosotros antes que seamos súbditos idóneos de las bendiciones que anhelamos. No debiéramos desanimarnos ni dar lugar a la duda ni pensar que nuestras oraciones no ha sido advertidas. Debemos descansar más seguramente sobre Cristo y dejar nuestro caso con Dios para que él responda nuestras oraciones en la forma que crea más conveniente. Dios no ha prometido otorgar sus bendiciones a través de los medios que nosotros establecemos. Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado solícito por nuestro bien como para permitirnos elegir por nosotros mismos.
Los planes de Dios son siempre los mejores aunque no siempre podamos discernirlos. La perfección del carácter puede obtenerse solamente mediante trabajo, conflicto y abnegación. . .
Cuán inestimablemente preciosos son los dones de Dios -las gracias de su Espíritu - y cómo debiéramos desechar la idea de huir del proceso de examen y prueba, no importa cuán penoso o humillante nos resulte ¡Qué fácil sería el camino al cielo si no fuera por la abnegación o la cruz! ¡Cómo correrían los mundanos por ese camino y cómo lo transitarían en innumerable cantidad los hipócritas! Gracias a Dios por la cruz, por la abnegación. La ignominia y la vergüenza que nuestro Salvador soportó por nosotros no es de ningún modo demasiado humillante para los que son salvados por su sangre. A no dudarlo, el cielo resultará muy barato (Carta 9, del 5 de abril de 1873, dirigida a la hermana Billet, de San Francisco, California ). (AO, 5 abril, EGW)
A-2
Con frecuencia comprendemos que nuestros problemas son el resultado de nuestros
propios errores. '¿Cómo puede bendecirme el Señor, siendo que soy yo el
culpable? ¡Soy un pecador!' Quizá podamos entender mejor que nunca el porqué
de las palabras con las que continuó Jesús: "Creéis en Dios, creed
también en mí".
El Salvador se ha acercado a cada pecador, se ha acercado hasta el punto de tomar todos los pecados y las faltas sobre sí mismo, de tal manera que el que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Sabe por experiencia propia lo que significa sentirse "abandonado" de Dios (Mat. 27:46). Tan estrechamente y tan ciertamente vino a ser "Emmanuel... Dios con nosotros", que tomó sobre sí, no solamente la condenación judicial por nuestros pecados, sino también la culpa por haberlos cometido. Él es "Dios con nosotros". Lo es hasta incluso en llevar nuestra culpa, en sentir como si él mismo fuese el pecador arrojado del favor de Dios.
"Creéis en Dios", en la majestad de su santidad y justicia. Ahora, dice Jesús, "creed también en mí", creed que me he puesto en vuestro lugar y llevo toda aflicción que os afecte a vosotros. No me resulta extraña ni ajena ninguna de vuestras tentaciones a desesperar, a permitir que "se turbe vuestro corazón", a sucumbir a la ansiedad. Me conmuevo con vuestra autoestima maltrecha y humillada. Cuando pendía de la cruz, mi corazón clamó: "soy gusano, y no hombre" (Sal. 22:2-6). Estuve en el pozo sin fondo de la más completa desesperación. Sé lo que es no ver ni un solo rayo de luz al final del túnel. La fe y la esperanza temblaron, pero "el mayor" de los tres (1 Cor. 13:13), el amor, triunfó. Así me levanté del abismo. El Padre me salvó "de la boca del león y de los cuernos de los búfalos" cuando fui arrastrado sin misericordia, porque "no menosprecia ni desdeña la aflicción del afligido, ni de él esconde su rostro, sino que cuando clama a él, lo escucha" (Sal. 22:21 al 24). (R.J. Wieland)
B-1 (lunes)
Heb. 2:9 "Pero vemos a Aquel... a Jesús, coronado de gloria y de honra,
a causa del padecimiento y la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la
muerte [segunda] por todos."
Vayamos al Getsemaní y al calvario, y entendamos la segunda muerte.
La ira que habría recaído sobre el hombre recayó en ese momento sobre Cristo. Allí fue donde la copa misteriosa tembló en su mano... La espada de la justicia iba a ser desenvainada contra su amado Hijo...
Lo que hizo tan amarga su copa fue la comprensión del desagrado de su Padre. No fue el sufrimiento corporal lo que acabó tan prestamente con la vida de Cristo en la cruz. Fue el peso abrumador de los pecados del mundo y la sensación de la ira de su Padre. La gloria de Dios y su presencia sostenedora le habían abandonado...
Ninguna esperanza resplandeciente le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni la aceptación de su sacrificio de parte de su Padre. El Hijo de Dios sintió hasta lo sumo el peso del pecado del mundo en todo su espanto. El desagrado del Padre por el pecado y la penalidad de éste, la muerte, era todo lo que podía vislumbrar a través de esas pavorosas tinieblas. Se sintió tentado a temer que el pecado fuese tan ofensivo para los ojos de Dios que no pudiese reconciliarse con su Hijo...
Cristo experimentó mucho de lo que los pecadores sentirán cuando las copas de la ira de Dios sean derramadas sobre ellos. La negra desesperación envolverá como una mortaja sus almas culpables, y comprenderán en todo su sentido la pecaminosidad del pecado. La salvación ha sido comprada para ellos por los sufrimientos y la muerte del Hijo de Dios. Podría ser suya si la aceptaran voluntaria y gustosamente; pero ninguno está obligado a obedecer a la ley de Dios...
Los ángeles se regocijaron cuando fueron pronunciadas las palabras: "Consumado es." El gran plan de redención, que dependía de la muerte de Cristo, había sido ejecutado hasta allí...
Cristo demostró que su amor era más fuerte que la muerte. Estaba cumpliendo la salvación del hombre; y aunque sostenía el más espantoso conflicto con las potestades de las tinieblas, en medio de todo ello su amor se intensificaba. Soportó que se ocultase el rostro de su Padre, hasta sentirse inducido a exclamar con amargura en el alma: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Su brazo trajo salvación. Pagó el precio para comprar la redención del hombre cuando, en la última lucha de su alma, expresó las palabras bienaventuradas que parecieron repercutir por toda la creación: "Consumado es."... (1 JT, Los sufrimientos de Cristo, [recomendamos todo el capítulo], EGW)
B-2
En su terrible agonía en las tinieblas de la cruz, no le fue dado clamar:
"PADRE mío, PADRE mío, ¿por qué me has desamparado?" No: tuvo que
clamar poniéndose en el lugar del perdido pecador que tú y yo somos:
"DIOS mío, DIOS mío, ¿por qué me has desamparado?" Tuvo que apurar
la amarga copa hasta el final, tuvo que sufrir la agonía que sufrirán
finalmente los que se pierdan. Hoy, el pecador, el adicto a las drogas, el que
se sabe perdido y sin Salvador, queda invitado a "mirar" a Cristo tal
como Él es, y a ser en ello salvo.
¿Fue "hecho" un alcohólico, Aquel que no conoció el alcohol? ¿Fue "hecho" un drogadicto, Aquel que jamás probó las drogas? ¿Fue "hecho pecado por nosotros"? Un inspirado escritor dijo que finalmente, en la cruz, "comprendió cuán mala se puede tornar una persona", lo que capacita a Cristo para salvar aún a la peor de entre ellas. Pecador, adicto, cautivo de Satanás, "santo" frustrado atrapado en la tibieza, quienquiera seas, y seas como seas, "mira" al Cordero de Dios suspendido de un "mástil", recordando que era el cumplimiento de aquella "serpiente" que se mandó hacer a Moisés para tu salvación. (Juan 3:14; Núm. 21:9) (R.J. Wieland)
C-1 (martes)
2ª Ped. 3:7 "Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están
reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y
de la perdición de los hombres impíos."
A consecuencia del pecado de Adán, la muerte pasó a toda la raza humana. Todos descienden igualmente a la tumba. Y debido a las disposiciones del plan de salvación, todos saldrán de los sepulcros. "Ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos." (Hechos 24: 15.) "Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados." (1 Corintios 15: 22.) Pero queda sentada una distinción entre las dos clases que serán resucitadas. "Todos los que están en los sepulcros oirán su voz [del Hijo del hombre]; y los que hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron mal a resurrección de condenación." (Juan 5: 28, 29.) Los que hayan sido "tenidos por dignos" de resucitar para la vida son llamados "dichosos y santos." "Sobre los tales la segunda muerte no tiene poder." (Apocalipsis 20: 6, V.M.) Pero los que no hayan asegurado para sí el perdón, por medio del arrepentimiento y de la fe, recibirán el castigo señalado a la transgresión: "la paga del pecado." Sufrirán un castigo de duración e intensidad diversas "según sus obras," pero que terminará finalmente en la segunda muerte. Como, en conformidad con su justicia y con su misericordia, Dios no puede salvar al pecador en sus pecados, le priva de la existencia misma que sus transgresiones tenían ya comprometida y de la que se ha mostrado indigno. Un escritor inspirado dice: "Pues de aquí a poco no será el malo: y contemplarás sobre su lugar, y no parecerá." Y otro dice: "Serán como si no hubieran sido." (Salmo 37: 10; Abdías 16.) Cubiertos de infamia, caerán en irreparable y eterno olvido. (CS, p. 599,600, EGW)
Vi que el que es dueño de un esclavo tendrá que responder por el alma de ese esclavo a quien mantuvo en la ignorancia; los pecados del esclavo serán castigados en el amo. Dios no puede llevar al cielo al esclavo que fue mantenido en la ignorancia y la degradación, sin saber nada de Dios ni de la Biblia, temiendo tan sólo el látigo de su amo, y ocupando un puesto inferior al de los brutos. Pero hace con él lo mejor que puede hacer un Dios compasivo. Le permite ser como si nunca hubiera sido, mientras que el amo debe soportar las siete postreras plagas y luego levantarse en la segunda resurrección para sufrir la muerte segunda, la más espantosa... Entonces la justicia de Dios estará satisfecha. (PE, 276, EGW)
C-2
Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Desde
el principio del mundo, ni un solo ser humano ha sufrido aún esa espantosa
segunda muerte, con la única excepción de Jesús. La Biblia presenta a todos
los que murieron hasta aquí, como pasando al reposo o al sueño. Esaú es el
prototipo de los perdidos. La primogenitura era suya por herencia. Nadie en este
mundo pudo haberle privado de ella, excepto su propia elección. Pero él
escogió despreciarla (Heb. 12:15 y 16; Gén. 25:33 y 34). Cuando más tarde se
dio cuenta, derramó amargas lágrimas. La congregación de los perdidos, ante
el gran trono blanco descrito en Apocalipsis 20:11, tendrá por fin plena
conciencia de aquello que se negaron a reconocer con anterioridad: que Dios les
había dado también la primogenitura de la vida eterna en Cristo, pero que sin
embargo ellos (como Esaú), rechazaron voluntariamente. Verán entonces lo que
rechazaron, la vida abundante y la gloria del cielo de las que se autoexcluyeron.
Es imposible imaginar un horror mayor que ese. No hará falta que nadie los condene, pues se condenarán ellos mismos. Se tratará de millones de escenas angustiosas como las del Calvario, innecesariamente repetidas por quienes rechazaron el don de Cristo. (Esto no equivale a negar la existencia de un fuego literal, pero es lo opuesto a la tortura eterna en las llamas del infierno). De hecho, los perdidos agradecerán su destrucción, como un gran alivio por comparación con el sentido del horroroso abandono de parte de Dios, que ellos mismos han atraído sobre sí mismos.
Las buenas nuevas consisten en que absolutamente nadie en este mundo, ni en ninguna parte del universo, puede determinar que ese sea tu final. Sólo tú tienes la palabra (Rom. 10:8-10), puesto que Dios ha hecho absolutamente todo lo necesario para que no haya ni un solo pretexto por el que debieras perderte, excepto que así lo decidieras. Así se expresó tu Salvador a través del profeta Isaías: "Yo deshice como a nube tus rebeliones, y como a niebla tus pecados: tórnate a mí, porque yo te redimí" (44:22). (R.J. Wieland)
D-1 (miércoles y jueves)
Apoc. 7:2, 3 "Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol,
y tenía el sello del Dios vivo ; y clamó a gran voz a los cuatro
ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al
mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta
que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el
numero de los sellados: 144.000..."
Apoc. 19:7-9 "Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han
llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha
concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino
fino, limpio y resplandeciente son las acciones justas de los santos. Y el
ángel me dijo: Escribe: bienaventurados los que son llamados a la cena de las
bodas."
Apoc. 14:15-16 "Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que
estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha
llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre
la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada."
Hemos sido redimidos mediante un rescate costoso. Sólo por la grandeza de este rescate podemos concebir sus resultados. En esta tierra, la tierra cuyo suelo ha sido humedecido por las lágrimas y la sangre del Hijo de Dios, se han de producir preciosos frutos del paraíso. En la vida de los hijos de Dios, las verdades de su Palabra han de revelar su gloria y excelencia. Mediante su pueblo, Cristo ha de manifestar su carácter y los principios de su reino. (PVGM, p. 295, EGW)
Aquellos que esperan la venida del Esposo han de decir al pueblo: "¡Veis aquí el Dios vuestro!" Los últimos rayos de luz misericordioso, el último mensaje de clemencia que ha de darse al mundo, es una revelación de su carácter de amor. Los hijos de Dios han de manifestar su gloria. En su vida y carácter han de revelar lo que la gracia de Dios ha hecho por ellos. (PVGM, p. 342, EGW)
Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos.
Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si todos los que profesan el nombre de Cristo llevaran fruto para su gloria, cuán prontamente se sembraría en todo el mundo la semilla del Evangelio. Rápidamente maduraría la gran cosecha final, y Cristo vendría para recoger el precioso grano. (PVGM, p. 47,48, EGW)
Se cita Mateo 22:1-14. La parábola del vestido de bodas representa una lección del más alto significado. El casamiento representa la unión de la humanidad con la divinidad; el vestido de bodas representa el carácter que todos deben poseer para ser tenidos por dignos convidados a las bodas...
El examen que de los convidados a la fiesta hace el rey, representa una obra de juicio. Los convidados a la fiesta del Evangelio son aquellos que profesan servir a Dios, aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida. Pero no todos los que profesan ser cristianos son verdaderos discípulos. Antes que se dé la recompensa final, debe decidirse quiénes son idóneos para compartir la herencia de los justos. Esta decisión debe hacerse antes de la segunda venida de Cristo en las nubes del cielo; porque cuando él venga, traerá su galardón consigo, "para recompensar a cada uno según fuere su obra". Antes de su venida, pues, habrá sido determinado el carácter de la obra de todo hombre, y a cada uno de los seguidores de Cristo le habrá sido fijada su recompensa de acuerdo con sus obras...
Cuando un alma recibe a Cristo, recibe poder para vivir la vida de Cristo.
Dios exige que sus hijos sean perfectos. Su ley es una copia de su propio carácter, y es la norma de todo carácter. Esta norma infinita es presentada a todos a fin de que no haya equivocación respecto a la clase de personas con las cuales Dios ha de formar su reino. (PVGM, p. 249, 251, 252, 255, EGW)
D-2
Queda claro que es Dios el que espera. Sí, es él. Él es el primer
Adventista [el que espera un advenimiento]. Seámoslo también nosotros. Aprendamos
que Jesús regresará por segunda vez a esta tierra cuando cumplamos esas
condiciones por su gracia y poder. (DA)
La segunda venida de Cristo es la validación última del mensaje adventista del séptimo día. El nombre que llevamos expresa nuestra confianza en él. Si Cristo nunca fuera a regresar, no habría habido razón alguna de nuestra existencia como pueblo. Incluso dando por cierto su retorno, pero retrasándolo por décadas o hasta siglos, tampoco tendríamos razón de existir, ya que hemos manifestado repetidamente que su venida está cerca, porque él lo ha dicho. No es nuestro honor, sino el suyo el que está en juego. ¿Será quizá que nos hallamos ante un Salvador poco digno de confianza?
¿Puede su pueblo acercar o retrasar su venida? Está muy extendida la idea de que la voluntad soberana de Dios ha predeterminado exactamente la fecha de su venida de forma irrevocable, de la forma en que se programa la alarma de un reloj. Al llegar el tiempo señalado, se descorre la cortina de la historia y el Señor viene. Todo cuanto tenemos que desempeñar es el papel de esperar y estar atentos, manteniendo un ojo abierto a las señales de los tiempos, mientras sacamos lo mejor posible de ambos mundos. Esa visión tan común de la segunda venida de Cristo es estrictamente egocéntrica y no puede llevar a otra cosa que no sea a la tibieza sin final. Cristo dice que su venida está a las puertas; ¿podemos creer su palabra? (R.J. Wieland)
He aquí un razonamiento engañoso y extrañamente frecuente: ‘Puesto que Dios sabe el día y la hora de su venida, no podemos hacer nada para adelantarla, ni podemos ser responsables por su retraso’. Se trata del predeterminismo calvinista en su estado más puro. Ese razonamiento da por sentado que el hecho de que Dios conozca algo, predetermina que haya de suceder así, librando de toda responsabilidad al agente humano. Pero una sola pregunta demuestra la falacia y perversión de ese razonamiento: ¿Conoce Dios si tú vas finalmente a ser salvo, o a perderte? No hay duda de que él lo sabe. Pues bien, si te atienes al razonamiento precedente, no hay nada que puedas hacer para decidir tu destino en un sentido o en otro. ¡Disparatado! ¿no te parece? Evocar el conocimiento de Dios de cualquier hecho futuro, con el fin de eludir nuestra responsabilidad en el adelanto o retraso de su cumplimiento, es calvinismo en su estado más burdo, en este caso aplicado a modo de narcótico, para intentar escapar a nuestra responsabilidad en la demora de la segunda venida de Cristo. Eso no significa negar el componente incondicional de su segunda venida. El hecho en sí es incondicional. Nuestra responsabilidad no está en conflicto con la soberanía de Dios. No podemos provocar su segunda venida, ni podemos impedirla, pero Dios ha hecho el tiempo de su venida condicional a la respuesta de su pueblo, a la maduración de la mies, a la preparación de la esposa (Mar. 4:29; Apoc. 14:15; 19:7). Somos responsables por su demora, y es nuestro privilegio adelantarla. El Espíritu de Profecía es claro: ha habido demora. Pero no es el Esposo quien se tarda en venir, sino la Esposa quien se tarda en su preparación. Aceptemos nuestra responsabilidad. El que resulta justificado para con Dios no es aquel que se declara inocente de toda culpa, sino aquel que la reconoce con toda sinceridad, y rectifica (1 Juan 1:8 y 9). [Consultar declaraciones E. White sobre condicionalidad de la segunda venida] (LB)
(Selección, D.A.)