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Señor, esta noche me
aflijo por ti. Soy un hijo privilegiado; duermo seguro, satisfecho; Nada amenaza, ninguna llaga de abandonado doliente en solitario lecho, quiebra mi tranquilo bienestar; No respiro la angustia aterradora del corazón herido de muerte. Ningún pobre africano ensucia mi ventana con sus enfangadas manos, ni mira al interior con ojos enfermos de hambre y desamor. ¡Pero los hay a miles alrededor de tus ventanas! Ningún maldito desheredado de casa y familia me reclama el césped para hacer su cama esta noche. Ningún sollozo desconsolado me estremece desde antros de vicio, ni me alarma el gélido lamento del suicida en su último gesto, No me aflige el jadeo de ningún soldado herido lejos de su tierra. No me perturba el ruido del frenazo, el choque, y el silencio que sigue, en la calle ensangrentada. Ni siquiera llego a imaginar la razón de las lágrimas tras la puerta de enfrente! Pero durante las horas que las estrellas velan, tú no puedes dormir. Tú no puedes pasar a la otra acera, ni mirar hacia el otro lado. Tú recoges cada punzada de dolor, y cuentas nuestros suspiros. Tuya es la agonía torturadora de sentir nuestra tragedia universal. Señor, esta noche me aflijo por ti. Pero ¿qué debo hacer yo? ¿cuál es mi parte?
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Esta poesía forma parte del libro: 'Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío'