"...Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo" (Luc. 22:31)
Judas acarició un pecado por encima de todo lo demás, y éste le acarreó la ruina, no porque Jesús no pudiera perdonarlo, sino porque Judas rechazó su perdón. Al rehusar arrepentirse, literalmente prefirió el pecado por encima de Jesús: un ejemplo de lo que tarde o temprano sucede con todas las personas cuyos nombres están escritos en el libro de la vida pero que al fin son borrados de él. Satanás conoce el evangelio. Comprende la justificación por la fe mejor que cualquier adventista del séptimo día. Cree en la cruz. Después de todo, ¡él se encontraba allí! Sabe muy bien que "ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Rom. 8:1). Comprende cabalmente que "la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús" (Rom. 6:23). No ignora que "el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo" (Gál. 2:16)
Satanás también sabe que no puede hacer absolutamente nada para anular ni revertir nada de lo que Jesús hizo en la cruz. Él sabe bien que en Jesús podemos alcanzar perdón y restauración completos, sin importar lo que somos ni lo que hemos hecho. Está familiarizado con el inmenso amor que Dios nos tiene y sabe que "ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en cristo Jesús Señor Nuestro" (Rom. 8:39). Y puesto que todas esta cosas son de su conocimiento, sabe que Jesús jamás nos abandonará. Por eso es que se esfuerza para tratar de que nosotros lo abandonemos a él, y el único modo de lograrlo es induciéndonos a pecar y luego manteniéndonos en el pecado. Si logra que lo hagamos, sabe que al fin de cuentas elegiremos el pecado por encima de Jesús, tal como lo hizo Judas.
"Y entró Satanás en Judas" (Luc. 22:3). Pero ¿por qué en Judas? Porque, como dice E. White en El Deseado p. 663, "él se entregó a Satanás" y la razón por la cual se rindió a Satanás fue el hecho de haber practicado asiduamente un pecado que inclinó su voluntad cada vez con más fuerza a volverlo a cometer una y otra vez. Aquello se volvió un hábito, y eso formó su carácter. Y cuando, no sólo cometemos un pecado esporádicamente, sino que lo acariciamos y practicamos llegando a formar parte de nuestro estilo de vida, las posibilidades de abandonarlo, aunque existen por la gracia de Dios, son muy escasas, por el amor e idolatría que rendimos por naturaleza al mal. (Clifford Goldstein-D.A.)
"Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" (Jer. 17:9)
El Camino a Cristo, p. 47: En esa página leemos la descripción del trágico resultado de vivir bajo el viejo pacto, de hacer promesas a Dios que él nunca nos pidió que hiciésemos, y que nos llevan a la esclavitud: "Vuestras promesas y resoluciones son tan frágiles como telarañas. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos quebrantados debilita la confianza que tuvisteis en vuestra propia sinceridad, y os induce a sentir que Dios no puede aceptaros; mas no necesitáis desesperar."
Queridos amigos, os animo a no entrar nunca en ese tipo de promesas a Dios. Por lo que más queráis, no le digáis a Dios que a partir de ahora asistiréis a todas las reuniones, que vais a orar más, que vais a estudiar más la Biblia levantándoos antes por la mañana y dedicándole tiempo. No, no hagáis ese tipo de promesas a Dios; él no quiere eso, porque sabe que el espíritu está dispuesto pero la carne es débil. En cambio, hay una forma en la que puede cumplirse todo lo anterior: "Porque si aquel primero fuera sin falta, cierto no se hubiera procurado lugar de segundo. Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, y consumaré para con la casa de Israel y para con la casa de Judá un nuevo pacto; No como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé por la mano para sacarlos de la tierra de Egipto: Porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo los menosprecié, dice el Señor. Por lo cual este es el pacto que ordenaré a la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mis leyes en el alma de ellos, y sobre el corazón de ellos las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo" (Heb. 8:7-10). Recordad que en la promesa del nuevo pacto, o pacto eterno, es Dios quien nos va a dar un nuevo corazón si vosotros lo deseáis y aceptáis así. Nunca penséis que es vuestra misión el prometerle a Dios nada. El nuevo pacto siempre ha existido, puesto que es el pacto eterno, es el pacto de la fe; como la fe de Abraham cuando Dios le prometió que tendría una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo. ¿Qué respondió Abraham a esa promesa? Dijo Amén. ¡Creo, Señor! Y eso le fue contado por justicia. (Will Brace)
No hay ningún gobernador de las tinieblas que pueda derrotarnos, puesto que Dios está con nosotros, y él es nuestra defensa, nuestra arma poderosa en esta guerra.
El apóstol pregunta, "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rom. 8:31) La única respuesta es: ‘Nadie’. Dios es el mayor, y nadie puede arrebatarle nada de la mano. Si Aquel que tiene poder para hacer que todas las cosas ayuden a bien es con nosotros, entonces todo tiene que estar a favor nuestro.
Pero a menudo se suscita en la mente de muchos la pregunta, ‘¿Está realmente Dios por nosotros?’ Algunos le acusan injustamente de estar contra ellos. Algunas veces hasta los propios profesos cristianos piensan que Dios obra en contra de ellos. Al llegar la prueba, imaginan que Dios está luchando contra ellos. Pero un sólo hecho debería bastar para aclarar por siempre el asunto: es Dios quien se da a sí mismo por nosotros, y quien justifica.
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Lo hará Dios mismo, que es quien los justifica? Imposible. Pues bien, Dios es el único en todo el universo que tiene el derecho de acusar de algo a alguien; y puesto que él justifica en lugar de condenar, quedamos libres. Así es, si así lo creemos. ¿A quiénes justifica Dios? "Al impío". Eso no deja ninguna duda de que es a nosotros a quienes justifica.
Y ¿qué diremos de Cristo? ¿Nos condenará él? ¿Cómo podría hacerlo, siendo que se dio a sí mismo por nosotros? Pero se dio de acuerdo con la voluntad de Dios (Gál. 1:4). "No envió Dios a su hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:17). Ha resucitado para nuestra justificación, y está en favor nuestro, a la diestra de Dios. Se interpone entre nosotros y la muerte que merecemos. Por lo tanto, no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús.
Alguno dirá: ‘Pero Satanás viene a mí y me hace sentir que soy tan pecador que Dios está indignado conmigo, y que mi caso es desesperado’. Bien, ¿y por qué le oyes? Sabes cuál es su carácter: "es mentiroso y padre de mentira". ¿Qué tienes que ver con él? Deja que acuse todo lo que quiera: él no es el juez. El juez es Dios, y él justifica. El único objetivo de Satanás es engañar al hombre y seducirlo a que peque, haciéndole creer que es lo correcto. Puedes estar bien seguro que él nunca dirá ‘eres un pecador’ a alguien que no haya sido perdonado. Es Dios quien hace eso, mediante su Espíritu, a fin de que el hombre culpable pueda aceptar el perdón que gratuitamente ofrece.
El asunto queda pues de esta manera: Cuando Dios dice al hombre que es pecador, lo hace con el fin de que éste pueda recibir su perdón. Si Dios afirma que un hombre es pecador, lo es sin duda, y debiera reconocerlo, pero "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado". Eso es cierto, al margen de quién nos diga que somos pecadores. Supón que Satanás nos dijese que somos pecadores. No necesitamos parlamentar con él, ni detenernos a discutir la cuestión. Olvidemos la acusación y cobremos valor con la seguridad de que "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado".
Dios no nos condena, ni siquiera al convencernos de pecado. Y a nadie más incumbe el condenarnos. Si otros condenan, su condenación equivale a nada. No hay ninguna condenación para aquellos que confían en el Señor. Hasta las mismas acusaciones de Satanás pueden sernos motivo de ánimo, pues podemos estar seguros de que él jamás dirá a un hombre que es pecador, mientras esté bajo su poder (Nota: puesto que eso le daría al pecador la ocasión de arrepentirse, que es lo último que Satanás desea). Si Dios está por nosotros, todo está por nosotros. (Ellet J. Waggoner)