Lección Nº10 "Jesús vence"


"Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros seamos hechos justicia de Dios en él" (2 Cor. 5:21)

Hecho pecado por nosotros... y en Hebreos 2 leemos: "por eso, debía ser en todo semejante a sus hermanos [y hermanas], para... expiar [o hacer reconciliación por] los pecados del pueblo. Y como él mismo padeció al ser tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (vers. 17 y 18). Observa que Aquel que "no tenía pecado", "fue hecho..." En sí mismo era inmaculado, pero "debía" venir muy, muy cerca de donde estamos, cercano hasta el punto de ser "hecho pecado", ser hecho aquella serpiente de la cual dijo Moisés que debía ser levantada en favor nuestro (Juan 3:14). Algo solemne, ¡palabras inspiradas de la Biblia, que uno repite casi temblando!

En su terrible agonía en las tinieblas de la cruz, no le fue dado clamar: "PADRE mío, PADRE mío, ¿por qué me has desamparado?" No: tuvo que clamar poniéndose en el lugar del perdido pecador que tú y yo somos: "DIOS mío, DIOS mío, ¿por qué me has desamparado?" Tuvo que apurar la amarga copa hasta el final, tuvo que sufrir la agonía que sufrirán finalmente los que se pierdan. Hoy, el pecador, el adicto a las drogas, el que se sabe perdido y sin Salvador, queda invitado a "mirar" a Cristo tal como Él es, y a ser en ello salvo. (R.J. Wieland)

 

"...y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo" (Juan 6:51)

Observa cuántos de los que te rodean en este mundo desconocen a ciencia cierta quiénes son. El evangelio te capacita para verlos en una nueva forma. Incluso aquellos que no reconocen de ninguna manera a Dios, gozan de la vida porque Cristo se dio por ellos y a ellos. No lo saben, pero dejarían de existir en este mismo momento, si no fuese porque Cristo dio, y da su vida por ellos. Él es el Cordero que fue muerto desde la fundación del mundo (Apoc. 13:8). Dijo Jesús que su carne sería el pan que daría "por la vida del mundo" (Juan 6:51). En el versículo 33 leemos que "el pan de Dios es aquel que desciende del cielo y da vida al mundo". Y según explica El Deseado, lo que significa el versículo 53 es que aún aquellos que nada saben de Jesús y su sacrificio -también los ateos-, están participando de la Cena del Señor sin saberlo: "A la muerte de Cristo debemos aún esta vida terrenal. El pan que comemos ha sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. Nadie, santo o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre de Cristo" (DTG, p. 615).

¿Es por eso que Pablo dice en 2 Cor. 5:14 y 15 que de aquí en adelante no conocemos a nadie "según la carne"? ¡Podemos ver a TODOS en una nueva luz! Lo que dice el contexto inmediato es que si Cristo "murió por todos, luego todos han muerto". Desde luego, pueden no saberlo, pero no por ello deja de ser cierto. El que tú y yo sepamos algo, no lo convierte en verdadero: ¡era así, lo supiéramos o no! Cada uno de los seres humanos en este mundo disfruta del don de la vida exclusivamente gracias al sacrificio de Cristo por él. El mensaje de Pablo en 2 Cor. 5 consiste en que ya es tiempo de que esas personas sepan a Quién deben todas sus bendiciones... En otras palabras, tenemos que hacer saber a las personas quiénes son: seres humanos redimidos ya de la tumba por el sacrificio de Cristo. Estaban condenados a la muerte, pero viven gracias a él. (R.J. Wieland)

 

Una pequeña observación en cuanto al asunto de los pactos

Hay que entender con claridad que la promulgación de la ley en Sinaí no fue el principio de su existencia. Existía en los días de Abrahán, y éste la obedeció (Gén. 26:5). Existía antes de ser pronunciada en el Sinaí (ver Éx. 16:1-4, 27 y 28). Fue "dada", en el sentido de que en el Sinaí se la proclamó de forma explícita, in extenso...

"La Ley vino para que se agrandara el pecado" (Rom. 5:20). En otras palabras, "para que por el Mandamiento se viera la malignidad del pecado" (Rom. 7:13). Fue promulgada bajo las circunstancias de la más terrible majestad, como una advertencia a los hijos de Israel de que mediante su incredulidad estaban en peligro de perder la herencia prometida. A diferencia de Abrahán, no creyeron al Señor, y "todo lo que no procede de la fe, es pecado" (Rom. 14:23). Pero la herencia había sido prometida "por la justicia que viene por la fe" (Rom. 4:13). Por lo tanto, los judíos incrédulos no podían recibirla.

Así pues, la ley les fue dada para convencerlos de que carecían de la justicia necesaria para poseer la herencia. Si bien la justicia no viene por la ley, ha de estar "respaldada [atestiguada: N.T. Interl.] por la Ley" (Rom. 3:21). Resumiendo, se les dio la ley para que viesen que no tenían fe, y que por lo tanto, no eran verdaderos hijos de Abrahán, y estaban en camino de perder la herencia. Dios habría puesto su ley en los corazones de ellos tal como había hecho ya con Abrahán, en caso de que hubiesen creído, como lo hizo éste. Pero dado que habían dejado de creer, y sin embargo mantenían aún la pretensión de ser herederos de la promesa, era necesario mostrarles de la forma más contundente que la incredulidad es pecado. La ley fue dada por causa de las transgresiones, o (lo que es lo mismo) a causa de la incredulidad del pueblo.

Abraham pasó por la experiencia del nuevo pacto en la sangre de Jesús, (Juan 8:56; Gén. 22:1-13). La Santa cena es de nuevo el recordativo del único camino hacia la verdadera obediencia a la ley, es decir, establecerla por la fe en nuestros corazones (Luc. 22:20; Jer. 31:33; Deut. 6:6), así como fue ya establecida en el corazón de Abraham, incluso antes de ser promulgada en el Sinaí (Gén. 15:6; Rom. 4:11-12; Gál. 3:17). [Para una mejor comprensión, recomiendo leer este último texto bíblico de Gálatas en alguna de estas versiones: Cantera Iglesias, Biblia de Jerusalén, Nácar Colunga, R. Valera 1990 ó 1995, Dios Habla Hoy]

Una vez más observamos que el asunto de los pactos no es un problema de tiempo, si no de actitud por parte del pueblo; de recibir o no la promesa (pacto, herencia, testamento) de Dios hecha al hombre. (Waggoner-D.A.)

 

"¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos?" (Luc. 22:52)

Estando Jesús en Getsemaní, los sacerdotes enviaron a los soldados y tomaron cautivo a Jesús como si fuera un criminal. Observa lo que él les dijo: "Cada día estuve con vosotros en el templo, y no extendisteis la mano contra mí. Pero ésta es vuestra hora, en que reinan las tinieblas"(vers. 53).

Ese reino de "tinieblas" se refiere a Satanás. En otras palabras, esto es lo que Dios dijo a su Hijo en Getsemaní: "Hijo mío, voy a retirar de ti mi protección, y a permitir que Satanás te haga lo que nos ha querido hacer desde el principio". Sólo de esa forma podía Dios exponer ante el universo los secretos que escondía el corazón de Satanás. (Jack Sequeira)

 

Uno que es "experto en quebrantos" (Isa. 53:3)

Nada tiene de extraño que la naturaleza humana de Cristo se tambaleara ante tan aterradora experiencia. Cayó postrado en el Getsemaní, gimiendo así: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte". "Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: 'Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú' " (Mat. 26:38,39).

La copa que bebía es algo que ningún otro ser humano conoce todavía en su plenitud. De hecho, desde el principio, él es el único que realmente ha muerto. La plenitud del horror de la más absoluta desesperación que caracteriza la segunda muerte, es lo que él "experimentó" en la plena conciencia de la realidad de su muerte eterna. Ni los clavos que atravesaron sus manos o sus pies, ni los azotes que sufrió le quitaron la vida. A duras penas debió sentir el dolor físico en la cruz. Tal fue la intensidad del sufrimiento de su alma, que le hizo sudar gotas de sangre en Getsemaní, y finalmente le quebrantó literalmente el corazón. "La afrenta ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado" (Sal. 69:20)...

Pero no es sólo en el Getsemaní donde encontramos un registro de su conflicto. Toda su vida fue de lucha. "De mí mismo, nada puedo hacer... no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 5:30). "He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38). Dicho de otra forma, descendió del cielo para pelear nuestra lucha en lugar nuestro, con nuestra carne y naturaleza, para enfrentar el conflicto con el que debemos batallar, y para someter su voluntad allí donde nosotros hemos satisfecho la nuestra de forma egoísta y pecaminosa. (Robert J. Wieland )

 

"...he acabado la obra que me diste que hiciese" (Juan 17:4)

Juan 17 registra la oración elevada por Jesús la noche antes de sufrir la más horrible de las muertes: rechazado, despreciado, odiado y lo que es aún peor, sintiéndose en la más absoluta soledad y abandono de parte de su Padre celestial. Efectivamente, el Padre permitió que se erigiera ese muro que ocultaba al Padre de la vista de su Hijo, de forma que Jesús debió apurar hasta el final la amarga copa de la muerte que pertenece al malvado, aquella que Moisés identificó con la maldición eterna de Dios (Deut. 21:22 y 23; Gál. 3:13). Aquel que no pecó jamás, fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Sin embargo, esa oración de Jesús era la expresión misma del triunfo y la conquista, la constatación de la mayor victoria imaginable en el universo de Dios: "HE ACABADO la obra que me diste que hiciera". ¿Cuál era esa "obra"? "No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo" (12:47). En 3:17 se explica aún con mayor claridad: "Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él". Pero ¿acaso Jesús salvó realmente al mundo? Hoy es pecaminoso en extremo, ¿no es cierto? ¡Se diría que está más bien perdido! ¿Se equivocaría Jesús? ¿Exageró? ¿Debería quizá más bien haber orado en estos términos?: 'Padre, estoy a punto de dar mi vida. Me habría gustado salvar al mundo, pero ¡me ha rechazado! No es culpa mía. He intentado en todo momento hacer aquello para lo que me enviaste, pero Satanás no me ha dejado salvar al mundo. Sólo he logrado reunir a una exigua minoría, y ¡hasta éstos van a abandonarme en la hora de mi agonía!'

No. Su afirmación de haber acabado la obra que el Padre le asignó es tan fiel y verdadera como él mismo. ¡Salvó el mundo! (1) Se constituyó en el postrer Adán, un verdadero ser humano. Tomó sobre sí, en un sentido legal, toda la raza humana. Restauró lo que se perdió en Adán. Tomó sobre sí mismo, como nuestro Representante, todos nuestros pecados, todos los tuyos también, desde el primero hasta el último, y murió nuestra muerte, la muerte que es "paga del pecado" (Rom. 6:23). Verdaderamente, "gustó" la muerte por todos (Heb. 2:9), y venció al pecado en la carne caída y pecaminosa de la humanidad (Rom. 8:3). (2) Esa muerte no era el "sueño" que afecta hoy por igual a salvos y perdidos, sino la muerte verdadera, la segunda muerte (Apoc. 2:11; 20:14).

Lo único que hace posible que tú y yo podamos efectuar la próxima respiración, es que él nos redimió ya de la segunda muerte. Esa es también la razón por la que Dios puede tratar hoy a todo hombre como si fuera inocente (siendo que nadie lo es). Sólo debido a que Jesús acabó la obra que el Padre le encomendó, puede hacer "salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos" (Mat. 5:45). Esa obra consumada por Jesús, significa algo importante para todo hombre: la facultad de elegir lo que le ha sido dado en Cristo, para vida eterna; o bien despreciarlo, pisotearlo y rechazarlo, haciéndose con ello acreedor de la destrucción eterna. ¿Te parece un camino difícil? Lee Marcos 16:16. (Wieland-L.B.)

 

"...el cual [Cristo] fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (Rom. 4:25)

Si lees Romanos 6:4, Hechos 2:24 y 32 y Efesios 1:20 comprobarás que fue el Padre quien resucitó al Hijo de la muerte. Graba estas dos cosas en la memoria: (1) Cristo dependía de Dios, y (2) dependía del Padre mediante el Espíritu, para resucitar. No me preguntes qué sucedió con su divina conciencia mientras estuvo en la tumba. ¿Dónde quedó su vida divina? No lo sé. Es un misterio. Pasaremos la eternidad estudiando esos temas, pero una cosa podemos saber: es del Padre de quién dependía para su resurrección, lo mismo que todos los demás...

Nuestros pecados clavaron a Cristo en la tumba, pero no pudieron mantenerlo allí. Mediante el Espíritu, fue resucitado de los muertos. Así, por el Espíritu que mora en él, se revela el poder de Dios contra el poder del pecado. En Romanos 8:2 Pablo nos dice que el Espíritu de la vida en Cristo me ha librado del poder del pecado y de la muerte. En otras palabras, en Cristo confluyeron esas dos fuerzas: el Espíritu de la vida y el espíritu del pecado que residía en nuestra humanidad que él tomó. Cristo conoció ambas fuerzas, y Dios permitió que nuestros pecados lo llevaran al sepulcro, pero no pudieron retenerlo allí. El Espíritu de vida lo resucitó de los muertos.

En vista de lo anterior, Pablo hizo una sorprendente y magnífica declaración que debemos aplicar a nuestra vida cristiana: "Y si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús habita en vosotros, el que levantó a Cristo Jesús de entre los muertos, vivificará también vuestro cuerpo mortal, por medio de su Espíritu que habita en vosotros" (Rom. 8:11). Esa es precisamente la razón por la que Pablo dice en el versículo 4 del mismo capítulo que cuando andamos conforme al Espíritu, se cumple en nosotros la justicia de la ley, no porque seamos capaces por nosotros mismos de cumplirla, sino porque el Espíritu de vida que demostró su poder contra el pecado al resucitar a Cristo, mora en nosotros (Rom. 4:25). Es poderoso para mantener en sujeción tu carne pecaminosa, y es poderoso para reproducir el carácter justo de Cristo.

Siendo así, el cristiano no tiene simplemente la esperanza de la resurrección junto con una entrada para el cielo, sino que, mediante el Espíritu que mora en él, tiene la firme esperanza de reproducir en su vida el carácter justo de nuestro Señor Jesucristo. Ahora bien, eso sólo sucede cuando aprendemos a caminar conforme al Espíritu (La Cruz de Cristo, Jack Sequeira).

 

(Selección, D.A.)
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