Si Dios se lo permite, Satanás tiene la capacidad de utilizar nuestra incredulidad, para hacernos luchar precisamente en plena oposición al plan divino.
"Entonces los judíos [en lugar del nombre de judíos, ¿podría estar el nombre nuestro como pueblo?] volvieron a tomar piedras para apedrearle." (Juan 10:31)
La cruz reveló algo que, hablando en términos humanos, era un imposible. Satanás fue capaz de unir a los judíos que estaban hasta entonces profundamente divididos en dos facciones: fariseos y saduceos. Reunió entonces a los judíos con sus encarnizados enemigos, los romanos, para dirigirlos contra Cristo. Si hubiésemos vivido en aquellos días, jamás habríamos soñado con ver en un frente común a judíos y romanos, o con oír decir a los judíos: "No tenemos más rey que César" (Juan 19:15).
La ONU se ha demostrado incapaz de unir este mundo nuestro, y ningún esfuerzo humano lo logrará. El mundo que conocemos hoy está dividido en todo aspecto imaginable, con toda clase de barreras raciales y políticas. Pero Satanás tiene el poder necesario para unir este mundo contra los escogidos de Dios cuando así lo decida, y Dios se lo permita. Apocalipsis 13:2 y 3 nos informa de que todo el mundo se unirá en pos de la bestia que recibió su poder del dragón, que es Satanás. La cruz demuestra que Satanás es capaz de ello. (Jack Sequeira, La Cruz de Cristo)
Este es un notable ejemplo de lo que sucedió en nuestra historia denominacional, en relación a lo comentado acerca de cómo Satanás es capaz de unirnos a sus filas y llevarnos a luchar directamente contra el Señor:
Una y otra vez traje mi testimonio a los congregados [Minneapolis, 1888] de forma clara y enérgica, pero ese testimonio no fue recibido. Cuando regresé a Battle Creek… ni uno siquiera… tuvo el valor de ponerse de mi parte y ayudar a que el pastor Butler comprendiera que él, lo mismo que otros, habían tomado posiciones equivocadas… El prejuicio del pastor Butler fue aún mayor tras haber oído los diversos informes procedentes de nuestros hermanos ministeriales reunidos en esa Asamblea en Minneapolis (Carta U3, 1889).
Durante casi dos años hemos estado urgiendo a la gente a venir y aceptar la luz y la verdad concernientes a la justicia de Cristo, y ellos no saben si venir y aferrarse a esa preciosa verdad o no… Nuestros hombres jóvenes miran a los más mayores, y al ver que no aceptan el mensaje, sino que lo tratan como si fuera irrelevante, influencia a aquellos que son ignorantes de las Escrituras a que rechacen la luz. Esos hombres que rehúsan recibir la verdad se interponen entre el pueblo y la luz (Review and Herald, 11 y 18 marzo 1892)
Debiéramos ser los últimos entre todos los hombres en ceder, aún en el más pequeño grado, al espíritu de persecución contra aquellos que están llevando el mensaje de Dios al mundo. Esa es la característica más terriblemente anticristiana que se ha manifestado entre nosotros desde la reunión de Minneapolis (Carta 25b, 1892).
¿Quién, de entre aquellos que desempeñaron una parte en el encuentro de Minneapolis, han venido a la luz y recibido los ricos tesoros de la verdad que el Señor les envió del cielo?… ¿Quién ha hecho plena confesión de su celo equivocado, de su ceguera, celos y suposiciones impías, su desafío a la verdad? Ni uno… (Carta B2A, 1892).
En Minneapolis… fue resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos (Mensajes Selectos, vol. I, p. 276; 1896).
Aquel centurión romano, alejado físicamente de la iglesia oficial de sus días, demostró más fe que cualquier "profeso" creyente. La pregunta es, ¿estaba fuera de la iglesia? ¿Puedes imaginar a Jesús preguntándose algo parecido al decir aquello de ... "ni aun en Israel he hallado tanta fe"?
Tienen que... comprender en qué medida la felicidad y la desgracia de los hombres y las mujeres dependen de ustedes.
La fidelidad de parte de ustedes puede salvar muchas almas, mientras que la negligencia y el descuido pueden significar la pérdida de la vida presente y futura para nuestros semejantes. Pueden impedir mucha miseria y transgresión de la ley de Dios mediante su fidelidad, al permanecer despiertos en su puesto. Debemos levantarnos como un solo hombre y, con el poder y la fortaleza de Dios, abrir nuestros sentidos a las demandas de los tiempos actuales... (Carta 4a, 12/1/1879, EGW)
Prestad atención, no sea que por vuestro ejemplo coloquéis en peligro a otras almas. Es algo terrible perder la propia alma, pero es todavía más terrible seguir un comportamiento que cause la pérdida de otra alma. Es terrible pensar que nuestra influencia pudiera resultar en sabor de muerte para muerte, y sin embargo eso es posible. Entonces, con cuánto celo santificado debiéramos proteger nuestros pensamientos, palabras, hábitos, disposiciones y caracteres. Dios requiere una santidad personal más profunda de nuestra parte. Únicamente mediante la revelación de su carácter podemos colaborar con él en la obra de salvar almas. (Special Testimonies to Ministers and Workers, Nº7 p. 41, 1896, EGW)
El primer milagro; aprendiendo a creer en milagros.
E.G. White nos ha dicho que jamás podemos perecer si aprendemos a orar cierta oración muy concreta y simple. La encontramos en Marcos 9, donde el angustiado padre de un niño endemoniado clamaba a Jesús, "Si puedes algo, ayúdanos teniendo misericordia de nosotros" (vers. 22). Jesús le dio la vuelta a ese "si", y le dijo al padre, "si puedes creer, al que cree todo es posible".
Parecería que Jesús estaba casi provocándole, haciéndole entrever una bendición que quedaba más allá de su alcance, como tan a menudo sentimos también nosotros. El hombre reconoció sinceramente su dificultad para creer. Entonces rompió en lágrimas, echándose a los pies de Jesús, y oró así: "Creo, ayuda mi incredulidad" (vers. 23,24). En la página 396 de El Deseado, leemos: "Nunca pereceremos mientras hagamos esto, nunca".
Dios "repartió una medida de fe" a cada uno (Rom. 12:3). En otras palabras, el Señor ha concedido a cada uno de nosotros la capacidad de creer. La palabra "medida" es metron, algo así como un vaso graduado para cuantificar el volumen de un líquido. En otras palabras, Dios "repartió a cada uno" la capacidad de creer. Nadie podrá acusarle en el juicio, de haberle negado esa "medida".
Para poder creer, hay que oír primero las buenas nuevas. No podemos originar la fe a partir de nosotros mismos, sino a partir de una comprensión del amor de Dios. Nadie posee en sí mismo el mecanismo de inicio. No podemos obrar nuestra propia expiación; sólo la revelación de Cristo puede hacerlo.
Hasta la misma fe es un don de Dios (Efe. 2:8). "¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?… ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!… Así que la fe viene del oír; y el oír, por medio de la palabra de Dios" (Rom. 10:14-17).
En el momento en que oyes el más tímido comienzo de esas buenas nuevas, toma la determinación de creerlas inmediatamente. Jamás lo dejes para más tarde. (Robert J. Wieland)
El milagroso poder creador de la Palabra en nuestras vidas; una lección práctica acerca de lo que significa creer la Palabra. Lo que haremos es presentar y estudiar una ilustración de la fe. Un ejemplo que la ponga tan claramente de relieve, que todos puedan comprender de qué se trata.
La fe viene "por la palabra de Dios". A ella debemos, pues, acudir.
Cierto día, un centurión vino a Jesús, y le dijo: "Señor, mi mozo yace en casa paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Y respondió el centurión, y dijo: Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techado; mas solamente di la palabra, y mi mozo sanará… Y oyendo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado fe tanta" (Mat. 8:6-10).
Jesús encuentra aquí cierta cualidad que denomina fe. Cuando comprendemos lo que es, hemos hallado la fe. Entender el hecho es entender la fe. No puede haber ninguna duda al respecto, ya que Jesús es "el autor… de la fe", y él mismo dijo que lo manifestado por el centurión era "fe". Efectivamente, una gran fe.
¿Dónde está, pues, la fe? El centurión deseaba la realización de algo. Anhelaba que el Señor lo realizara. Pero cuando el Señor le dijo, "Yo iré" y lo haré, el centurión lo puso a prueba diciendo, "solamente di la palabra", y será hecho.
Ahora, ¿por medio de qué esperó el centurión que la obra se realizara? SOLAMENTE por la palabra. ¿De qué dependió para la curación de su siervo? SOLAMENTE de la palabra.
Y el Señor Jesús afirma que eso es fe...
Tenemos aquí a un hombre romano que había crecido entre los judíos, quienes habían anulado la enseñanza de Jesús. El centurión había estado en las inmediaciones de Jesús, y le había oído hablar. Escuchó sus palabras y observó el efecto que tenían, hasta el punto en que se dijo a sí mismo: ‘Todo lo que este hombre dice, sucede. Cuando dice una cosa, se cumple’. ‘Voy a apropiarme de eso’, de forma que fue a Jesús, y le dijo lo que está escrito. Jesús sabía perfectamente que el centurión tenía la mente puesta en el poder de su palabra para cumplir lo dicho; y replicó, ‘Muy bien, voy a ir a sanar a tu siervo’. –¡Oh no, mi Señor, no necesitas venir! Podéis ver que el centurión estaba poniendo a prueba esa verdad, para ver si había o no poder en la palabra. De manera que dijo, "Solamente di la palabra, y mi mozo sanará". Jesús respondió al centurión, "Ve, y como creíste te sea hecho. Y su mozo fue sano en el mismo momento". Cuando esa palabra fue pronunciada, "Ve, y como creíste te sea hecho", ¿cuánto tiempo pasó hasta que el mozo fue sano? ¿veinte años? –No. ¿No tuvo que pasar por muchos altibajos antes de ser efectivamente sanado? Honestamente… –No, no. Cuando se pronunció la palabra, la palabra cumplió lo dicho, y lo cumplió al acto.
Otro día, Jesús estaba andando, y un leproso a cierta distancia de él lo vio y lo reconoció. También él se había aferrado a la bendita verdad del poder de la energía creadora de la palabra de Dios. Dijo a Jesús, "Si quieres, puedes limpiarme". Jesús se detuvo y le dijo, "Quiero, queda limpio. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio" (Mar. 1:41,42, Biblia de Jerusalem). No se nos autoriza a introducir ni un momento de tiempo entre la pronunciación de la palabra y el cumplimiento del hecho: Fue curado "al instante".
Veis que la palabra de Dios, al principio de la creación, tenía en ella misma la energía creadora para producir lo que la palabra pronunciaba. (Gén. 1:3, 6-7, 9, 11, 14-15, 20, 24, 26; Sal. 33:6, 9; Isa. 55:10-11)
Veis también que cuando Jesús vino al mundo para mostrar a los hombres el camino de la vida, a salvarlos de sus pecados, demostró una y otra vez, aquí, allá y por todas partes, a todo hombre y por siempre, que la misma palabra de Dios tiene todavía la misma energía creadora en ella; de manera que cuando es pronunciada, allí está en su integridad la energía creadora para cumplir lo dicho por la palabra...
Continuemos con el asunto. Recordad, ¿qué fue lo que el centurión esperó que curase a su siervo? "Solamente… la palabra", que Jesús pronunciaría. Y después que se hubo dicho la palabra, ¿de qué debió depender el centurión, y en qué debió esperar, para el poder sanador? Solamente… la palabra. No esperó que el Señor lo efectuase de alguna otra manera que no fuese por su palabra. Escuchó la palabra, "Ve, y como creíste te sea hecho". La aceptó verdaderamente como palabra de Dios y esperó y dependió de ella, para el cumplimiento de lo que había dicho. Y así resultó. Tal es hoy la palabra de Dios, tan ciertamente como lo fue en el día en que se pronunció originalmente. No ha perdido un ápice de su poder, ya que esa palabra de Dios "vive y permanece para siempre". (1 Ped. 1:23)
En Juan 4:46-52 se nos relata cómo cierto noble, cuyo hijo estaba enfermo en Capernaum, vino a Jesús en Caná de Galilea, "y rogábale que descendiese, y sanase a su hijo, porque se comenzaba a morir. Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y milagros, no creeréis. El oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera. Dícele Jesús: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó a la palabra que Jesús le dijo, y se fue. Y cuando ya él descendía, los siervos le salieron a recibir, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive. Entonces él les preguntó a qué hora comenzó a estar mejor. Y dijéronle: Ayer a las siete le dejó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella hora era cuando Jesús le dijo: Tu hijo vive".
Ese es el poder de la palabra de Dios para aquel que la recibe como lo que es en verdad: palabra de Dios. Ese es el poder "que obra en vosotros los que creéis". (1 Tes. 2:13) Esa es la manera en la que la palabra de Dios cumple su designio en quienes la reciben, y le permiten que more en ellos. Obsérvese que en ambos casos el hecho se produjo en el mismo momento de pronunciarse la palabra. Véase también que ninguno de los dos enfermos estaba en la presencia inmediata de Jesús, sino a considerable distancia –el último, al menos a un día de camino del lugar en el que Jesús habló al noble. Sin embargo, se curó instantáneamente al ser pronunciada la palabra. Y esa palabra está viva y llena de poder hoy, tan ciertamente como entonces, para todo el que la recibe de la forma en que fue recibida en aquella ocasión. La fe consiste en aceptar esa palabra como palabra de Dios, y en depender de ella para que realice lo que dice. Cuando el centurión dijo, "solamente di la palabra, y mi mozo sanará", Jesús dijo a los que estaban alrededor, "De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado fe tanta". Ojalá pueda hallar hoy, por todo Israel, esa "fe tanta".
Jesús nos dice a cada uno de nosotros, "vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado" (Juan 15:3). Esa purificación, o lavacro, tiene lugar por la palabra.
El Señor no se propone limpiarte de ninguna otra manera que no sea por su palabra que él mismo ha pronunciado. Solamente de ella debes esperar el poder que purifica, recibiéndola verdaderamente como la palabra de Dios que actúa poderosamente en ti, y cumplirá el designio de ella. No es el propósito de Dios hacerte puro de otra forma que no sea por el poder de sus puras palabras morando en ti.
Un enfermo de lepra dijo a Jesús, "¡Señor, si tú quieres, puedes limpiarme!". (Mat. 8:2-3) Jesús le respondió: " ‘¡Así lo quiero! ¡Sé limpio!’ Y al instante quedó limpio de su lepra". ¿Estás clamando a causa de la lepra del pecado? ¿Le has dicho, o le dirás ahora, "Señor, si tú quieres, puedes limpiarme"? Él te responde: ‘¡Así lo quiero! ¡Sé limpio!’ Y al instante quedas limpio, tan ciertamente como sucedió con aquel otro enfermo de lepra. Cree la palabra, y alaba a Dios por su poder sanador. No apliques tu fe a creer lo que le sucedió a aquel leproso, sino cree en lo que respecta a ti, aquí, ahora. Inmediatamente. Para ti es la palabra: "¡Sé limpio!" Acéptala, como hicieron aquellos en lo antiguo, obrando inmediatamente en ti la buena voluntad del Padre.
Que todos los que invocan el nombre de Cristo reciban esa palabra hoy, como palabra de Dios que es, dependiendo de ella para el cumplimiento de lo que dice. Entonces, será ahora realidad, para gloria de Dios, que "así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra, para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha". (Efe. 5:25,26) (Alonzo T. Jones, Lecciones sobre la Fe)
El milagro que tú y yo necesitamos.
Cuando Jesús eleva la norma, y tú y yo vemos la ley tal cual es, no meramente nuestra estrecha visión de ‘haz esto, no hagas aquello’, nos damos cuenta de lo imposible que es obtenerlo por la carne. Pero Jesús dijo: ‘Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios’. Dios va a preparar un pueblo de tal modo, que los justos requerimientos de la ley serán cumplidos en nosotros (Rom. 8:4). Se trata de un milagro. Es la gracia divina...
La razón por la que vosotros y yo no pedimos más a Dios es porque realmente no creemos que las promesas sean para nosotros. ¿Habéis asistido recientemente a un entierro? ¿Habéis experimentado la desagradable sensación de no saber qué decir? ¿Sabéis que Dios ha prometido daros las palabras que habéis de decir? Isaías nos dice, "el Señor Jehová me dio lengua de sabios, para saber hablar en sazón palabra al cansado" (Isa. 50:4). Dios me ha prometido que puede darme las palabras que levanten a aquel que oye.
La razón por la que eso no sucede es porque no creemos que él pueda preocuparse hasta ese punto de mí, y de esa persona. Dudamos de él, y a causa de eso, no puede obrar sus milagros. Nos dice hoy a nosotros lo mismo que les dijo a los discípulos, "¡Oh hombres de poca fe!" Porque si tuviéramos fe como un grano de mostaza, podríamos mover montañas, y eso realmente no está sucediendo. (Tony Phillips)
¿Qué clase de milagros estamos esperando ver? El mundo, con su eficaz sistema fantasioso denominado "Hollywood", nos ha bombardeado con la idea de que han de ser grandes eventos y espectaculares hechos los que nos han de conmover hacia las cosas espirituales. Pero Jesús mismo protesta, diciendo: "La generación mala y adúltera demanda un [milagro]; pero [milagro] no le será hecho, sino el [milagro] de Jonás." (Mat. 12:39; Luc. 11:32)
El milagro del arrepentimiento de su pueblo es algo casi impensable para muchos, pero aunque todo está listo para que ocurra (Mat. 22:8), el pueblo que ha de creer, no ha de permitir que el equivalente al ayuno en el día de la expiación: la reforma pro-salud, que es el método de sanación para este tiempo, el brazo derecho del mensaje del tercer y cuarto ángel, algo relacionado con nuestra preparación para la traslación como pueblo, simplemente sea una opción para quizá los más "fervientes", permitiendo que "el cuerpo" sufra al no poder apreciar las Buenas Nuevas y reteniendo la bendición de la lluvia tardía.
¿Que esperábamos ver en el desierto de la prueba? (Mat. 11:9)
"Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" (Mat. 7:22)
Ahora es tiempo de aprender a creer sin necesidad de "ver". Los principios de fe que Dios nos ha dado como iglesia son suficientes para obrar el cambio necesario, pero evidentemente nuestra fe va a ser probada. "Sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas." (1 Ped. 1:7-9)
"Bienaventurados los que no vieron, y creyeron." (Juan 20:29) (D.A.)
(Selección, D.A.)
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