Lección nº 7 "Jesús, modelo de victoria"


La obra de redención de Cristo, ¿opera para los que viven hoy, y para los que vivieron antes que se manifestase en carne -en Judea-, tanto como para sus contemporáneos?

No tuvo un mayor efecto en los que vivieron en aquella generación. Murió una vez por todos; por lo tanto, su impacto es el mismo en cualquier época. "Cuando se cumplió el tiempo", se refiere al tiempo en el que la profecía había predicho que se revelaría el Mesías; pero la redención es para todos los hombres, en todas las edades. Fue "designado desde antes de la creación del mundo, pero manifestado en este último tiempo" (1 Ped. 1:20). Si el plan de Dios hubiese sido que se revelara en nuestros días, o incluso poco tiempo antes del final del tiempo, no habría significado diferencia alguna, de acuerdo con el propósito general del evangelio. "Está siempre vivo" (Heb. 7:25), y siempre lo ha estado. "Es el mismo ayer, hoy y por los siglos" (Heb. 13:8). Es "por el Espíritu eterno" como se ofreció a sí mismo por nosotros (Heb. 9:14); por lo tanto, ese sacrificio es eterno, presente e igualmente eficaz en todo tiempo (Ellet J. Waggoner, Las Buenas Nuevas, Gálatas versículo a versículo, p. 110).

Las tentaciones de Jesús en el desierto de la prueba son en realidad un tipo de cómo tú y yo hemos de pasar por el mismo desierto y ser probados. Pero la pregunta es: ¿Puedo resistir toda tentación como lo hizo el amado Hijo de Dios?

Al librarnos del pecado, no es suficiente que seamos salvos de los pecados que hemos efectivamente cometido: debemos ser también librados de cometer otros pecados. Y para que eso sea así, debe ser afrontada y sometida esa tendencia hereditaria al pecado; debemos ser poseídos por el poder que nos guarde de pecar, un poder para vencer esa tendencia o desventaja hereditaria hacia el pecado que hay en nosotros.

Todos los pecados que hemos realmente cometido fueron cargados sobre él, le fueron imputados, para que su justicia se nos pudiese cargar a nosotros, nos pudiese ser imputada. También le fue cargada nuestra tendencia al pecado, al ser hecho carne, al ser hecho de mujer, de la misma carne y sangre que nosotros, a fin de que su justicia pueda realmente manifestarse en nosotros, en la vida cotidiana.

Así, afrontó el pecado en la carne que tomó, y triunfó sobre él, como está escrito: "Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne." "Porque él es nuestra paz... dirimiendo en su carne las enemistades."

Y así, precisamente de igual forma en que los pecados que realmente hemos cometido le fueron imputados, para que su justicia nos fuese imputada a nosotros; así, enfrentando y conquistando, en la carne, la tendencia al pecado, y manifestando justicia en esa misma carne, nos capacita a nosotros –en él, y él en nosotros– para enfrentar y conquistar en la carne, esa misma tendencia al pecado, y manifestar justicia en esa misma carne.

Y es así como al respecto de los pecados que efectivamente hemos cometido, los pecados del pasado, su justicia se nos imputa a nosotros de igual manera en que nuestros pecados le fueron imputados a él. Y a fin de guardarnos de pecar, se nos imparte su justicia en nuestra carne, lo mismo que nuestra carne, con su tendencia al pecado, le fue impartida a él. De esa manera es el Salvador completo. Nos salva de todos los pecados que hemos efectivamente cometido; y nos salva igualmente de todos los que podríamos cometer, apartados de él.

Si no hubiese tomado la misma carne y sangre que comparten los hijos de los hombres, con su tendencia al pecado, entonces, ¿qué razón o filosofía justificaría el énfasis que se da en las Escrituras a su genealogía? Era descendiente de David; descendiente de Abraham; de Adán, y siendo hecho de mujer, alcanzó incluso lo que precedió la caída de Adán: los orígenes del pecado en el mundo.

En esa genealogía figura Joacim, cuya maldad hizo que fuese sepultado como un asno, "arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalem" (Jer. 22:19); Manasés, quien hizo "desviarse a Judá y a los moradores de Jerusalem, para hacer más mal que las gentes que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel"; Achaz, quien "había desnudado a Judá, y rebeládose gravemente contra Jehová"; Roboam, quien nació a Salomón después que éste hubiese abandonado al Señor; el mismo Salomón, quien nació de David y Betsabé; también Ruth, la moabita, y Rahab; lo mismo que Abraham, Isaac, Jessé, Asa, Josafat, Ezequías y Josías: los peores juntamente con los mejores. Y las acciones impías de hasta los mejores, nos son relatadas con idéntica fidelidad que las buenas. En toda esta genealogía, difícilmente encontraremos uno, de cuya vida se haya dado referencia, que no posea en su registro alguna mala acción.

Obsérvese que fue al final de esa genealogía que "aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros". Fue "hecho de mujer" al final de una genealogía tal. Fue en una línea descendente como esa, que Dios envió "a su Hijo en semejanza de carne de pecado". Y esa línea descendente, esa genealogía, significó para él precisamente lo que significa para todo hombre, por la ley de que la maldad de los padres es visitada en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Fue para él significativa en las terribles tentaciones del desierto, como lo fue a lo largo de toda su vida en la carne.

Fue de ambas maneras, por herencia y por imputación, que "Jehová cargó sobre él el pecado de todos nosotros". Y cargado así, con esa inmensa desventaja, recorrió triunfalmente el terreno en el que, sin ningún tipo de desventaja, falló la primera pareja.

Mediante su muerte, pagó la penalidad de todos los pecados realmente cometidos, pudiendo así, en buena ley, atribuir su justicia a todos aquellos que elijan recibirla. Y por haber condenado el pecado en la carne, aboliendo en su carne la enemistad, nos libra del poder de la ley de la herencia; y puede así, en justicia, impartir su poder y naturaleza divinos a fin de elevarnos sobre esa ley, manteniendo por encima de ella a toda alma que lo reciba.

Y así leemos que "venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley". Gál. 4:4. Y "Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforme a la carne, más conforme al Espíritu". Rom. 8:3,4. "Porque él es nuestra paz,... dirimiendo en su carne las enemistades,... para edificar en sí mismo los dos [Dios y el hombre] en un nuevo hombre, haciendo la paz". Efe. 2:14 y 15. "Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos... porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados". Sea que la tentación venga del interior o del exterior, él es el perfecto escudo contra ella; en consecuencia, salva plenamente a los que por él se allegan a Dios.

Dios, enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado: Cristo tomando nuestra naturaleza tal como es ésta, en su degeneración y pecaminosidad, y Dios morando constantemente con él y en él, en esa naturaleza; en todo eso Dios demostró a todos, por los siglos, que no hay ser en este mundo tan cargado con pecados, o tan perdido, que Dios no se complazca en morar con él y en él, para salvarlo de todo ello, y para llevarlo por el camino de la justicia de Dios. Y con toda propiedad es su nombre Emmanuel, que declarado es, "Dios con nosotros." (Alonzo T. Jones, El Camino Consagrado a la Perfección Cristiana, Cap. 7, "La Ley de la Herencia")

"Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes y amigos... seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre" Lucas 21:16, 17

La familia espiritual, ¿también nos puede aborrecer?

Ser expulsado de una iglesia a la que amas resulta extremadamente doloroso. A la vista de las propias palabras de Jesús en Juan 16:2, no debieras considerarlo como algo improbable o remoto. Es sólo comparable a ser repudiado por tu propia familia, por tus padres o hermanos, por tu esposo o esposa.

Los lazos de amor y simpatía con la iglesia son de hecho más poderosos aún que los que nos pueden unir con nuestros parientes carnales. Pablo afirma que la iglesia es "el cuerpo de Cristo" (1 Cor. 12:27), lo que implica, por supuesto, que la relación con la iglesia contiene nuestro vínculo con Cristo mismo, tanto como con "toda la familia en los cielos y en la tierra" (Efe. 3:15). Ser borrado de esa familia, o ser tratado como si eso hubiera sucedido, hace que uno se sienta como arrojado al infierno.

Una de las más duras tentaciones ataca en toda su fuerza: ¿Significa que Dios mismo me ha abandonado?

La dirección de la iglesia es "el ungido del Señor", tanto como lo fue el rey Saul (hecho que reconoció David, y que le hizo doblemente dolorosa su experiencia como objeto de la cruel persecución). La fidelidad de David al rey, en esas circunstancias, permanece por siempre como un ejemplo inspirador. Los Salmos de David constituyen el manual de ‘qué-hacer-cuando...’ que el Espíritu Santo pone en nuestras manos. Uno puede identificarse con David.

Y uno puede identificarse con Alguien más. Con Alguien que vivió en los salmos, y que fue llamado Hijo de David. En la cruz, experimentó la plenitud del más doloroso rechazo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Sal. 22:1). El eterno Hijo de Dios colgaba entre el cielo y la tierra, sintiendo el rechazo de los hombres en la tierra y el abandono de Dios en el cielo. Tu Salvador conoce la amarga experiencia de sentirse expulsado del favor de Dios. Su amor hacia ti le llevó a atravesar ese valle de sombra y de muerte, y a no rendirse a pesar de que no podía ver a través de los portales de la tumba, a pesar de que la esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Eso fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios, y quebrantó su corazón.

Si sigues fielmente a Cristo, conocerás en este mundo experiencias similares. Serás considerado persona non grata, serás aborrecido, serás excluido. Así lo afirmó el propio Cristo a sus discípulos. Recuerda siempre que él te dice: "No te desampararé ni te dejaré" (Heb. 13:5). Y recuerda que cuando su misma palabra dijo "Sea la luz", ¡fue la luz! Su palabra, su amor recibido en el corazón, te sostendrán y te librarán de desarrollar amargura; te harán capaz de interceder, pidiendo a Dios perdón en favor de quienes te maltratan, como hizo el propio Jesús. El Señor te concede el especial privilegio de "conocerlo a él y el poder de su resurrección, y participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejante a él en su muerte" (Fil. 3:10). Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él. (Robert J. Wieland-L.B.)

 

Tratando de unirnos con asociaciones del mundo para favorecer nuestra estancia en la tierra, o incluso para el bien de "la causa de Dios". ¿Un camino correcto?

Durante años me ha sido dada luz especial acerca de nuestro deber de no centralizar nuestra obra en la ciudades. El ruido y el bullicio que las llenan, las condiciones que en ellas crean los sindicatos y las huelgas, impedirán nuestra obra. Ciertos individuos tratan de lograr que las personas de diferentes oficios se sindicalicen. Tal no es el plan de Dios, sino de una potencia que de ningún modo debemos reconocer. La Palabra de Dios se cumple: los malos parecen juntarse en haces para ser quemados.

Debemos emplear ahora todas las capacidades que se nos han confiado para dar al mundo el último mensaje de misericordia. En esta obra debemos conservar nuestra individualidad. No debemos unirnos a sociedades secretas ni sindicatos. Debemos permanecer libres en Dios y esperar de Jesús las instrucciones que necesitamos. Todos nuestros movimientos deben realizarse comprendiendo la importancia de la obra que hacemos para Dios. (E.G. White, Testimonies for the Church, tomo 7, págs. 95-97 (1902).

 

Los impíos están siendo atados en manojos, atados en consorcios comerciales, en sindicatos o uniones, confederaciones. No tengamos nada que ver con esas organizaciones. Dios es nuestro Soberano, nuestro gobernante, y nos llama a que salgamos del mundo y estemos separados. "Salid de en medio de ellos, y apartaos dice el Señor. Y no toquéis lo inmundo" [2 Cor. 6: 17]. Si rehusamos hacer esto, si continuamos vinculándonos con el mundo y si consideramos cada asunto desde el punto de vista del mundo, llegaremos a ser como el mundo. Cuando los procedimientos del mundo y las ideas del mundo rigen nuestras transacciones, no podemos estar en la elevada y santa plataforma de la verdad eterna. (E. G. White, 4 CBA 1164 (1903)).

 

Las uniones laborales constituirán una de las agencias que traerán sobre esta tierra un tiempo de angustia como nunca ha habido desde que el mundo fue creado...

Unos pocos hombres se unirán para apoderarse de todos los medios que puedan obtenerse en ciertas líneas de negocio. Se formarán gremios de obreros y los que rehúsen unirse a ellos serán hombres marcados...

A causa de estas uniones y confederaciones, muy pronto será muy difícil para nuestras instituciones llevar a cabo su obra en las ciudades. Mi advertencia es: Salid de las ciudades. No edifiquéis sanatorios en las ciudades. (E. G. White, 2MS 162 (1903)).

 

Se aproxima rápidamente el tiempo cuando el poder controlador de las uniones laborales será muy opresivo. (E.G.White, 2MS 161 (1904)).

 

(Selección, D.A.)
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