¿Eres capaz de afrontar el desafío de Dios a Satanás, el cual puede estar empeñando hoy su honor por ti? ¿Te imaginas al Señor diciendo ante todos sus hijos en el universo, y dirigiéndose directamente a Satanás: "¿No has considerado a mi siervo... [ahí está tu nombre] ...que no hay otro como él en la tierra...?" (Job. 1:8)
El honor de Dios mismo, la estabilidad de su trono, su propia credibilidad, Dios la hizo depender de la elección de Job por mantenerse fiel en su hora más amarga y desesperada. Si Job hubiera escuchado la sugerencia de su mujer y hubiera maldecido a Dios, Satanás habría triunfado en el gran conflicto, y la credibilidad y el honor de Dios habrían quedado en entredicho. La fidelidad de Job fue tremenda y eternamente importante para todo el universo...
Job hubo de mantenerse sólo en la prueba. Hasta su esposa le sugirió, con ironía y desprecio: "¡maldice a Dios y muérete!" Sus tres amigos, desde su perfecta ortodoxia "cristiana", según una doctrina que gozaba del consenso de la "iglesia" mundial, no hicieron más que contribuir penosamente a su tortura. Cristo también estuvo sólo en su agonía sobre la cruz. Sus amigos más íntimos, su propia madre, sus discípulos, lo abandonaron (o bien lo traicionaron). Y ¿qué diremos de los legítimos dirigentes religiosos de su día? Cada miembro de su pueblo, en los últimos días de la historia de esta tierra, deberá resistir la soledad espiritual, su fe no podrá sustentarse ni apoyarse en la fe o en los dichos de ningún otro amigo, hermano, o dirigente humano...
¿Podría suceder que para el gran universo de Dios fueses persona tan importante como lo fue Job? Quizá su experiencia te haga estremecer, y te sientas tentado a retroceder ante prueba tan extrema. Pero sea como fuere, permanece la palabra: "todos los que quieran vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución" (2 Tim. 3:12). Quizá te haya sido ya asignada una testificación de importancia tan capital como la de Job. Él, como hizo Jesús, eligió ser fiel. Ambos se aferraron firmemente a la fe, en situaciones aparentemente desesperadas. Y fue maravilloso. Ambos dieron honra a Dios. Pero en la gran controversia entre Cristo y Satanás, hay algo que tiene que ocurrir antes del fin. Tiene que haber un "pueblo", una unidad corporativa de "santos" que demuestren ante el mundo y ante el universo que "guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (Apoc. 14:12). El mismo capítulo los identifica como el grupo de los "144.000" que sigue al Cordero "por donde quiera que fuere" (vers. 1 al 5). (R.J.Wieland-L.B.)
"En el libro de Job encontramos el registro de un relato que arroja gran luz sobre temas que de otra manera serían difíciles de entender [la hermana White leyó entonces el primer capítulo de Job].
De la Escritura podemos aprender mucho sobre la forma en la que Dios trata con su pueblo. Y cuando sobreviene la calamidad, a menos que el Señor indique llanamente que esa calamidad ha sido enviada como castigo a aquellos que están alejándose del consejo de su palabra; a menos que él revele que ha venido como retribución por los pecados de los obreros, que nadie se atreva a criticar. Tengamos cuidado de no hacer reproches a nadie.
Al enemigo se le permite a menudo probar al pueblo de Dios precisamente de la forma en la que Job fue probado" (E. White, Review & Herald, vol. 83, No 33, 16 agosto 1906)
"Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade" (Gál. 3:15)
El pacto y la promesa de Dios son una y la misma cosa. Se ve claramente en Gálatas 3:17, donde Pablo manifiesta que anular el pacto dejaría sin efecto la promesa. En Génesis 17 leemos que hizo un pacto con Abrahán, para darle la tierra de Canaán como posesión eterna (vers. 8). Gálatas 3:18 dice que Dios se la dio mediante la promesa. Los pactos de Dios con el hombre no pueden ser otra cosa que promesas al hombre: "¿Quién le dio a él primero, para que sea recompensado? Porque todas las cosas son de él, por él y para él" (Rom. 11:35 y 36).
Después del diluvio, Dios hizo un pacto con todo ser viviente de la tierra: aves, animales, y toda bestia. Ninguno de ellos prometió nada a cambio (Gén. 9:9-16). Simplemente recibieron el favor de manos de Dios. Eso es todo cuanto podemos hacer: recibir. Dios nos promete todo aquello que necesitamos, y más de lo que podemos pedir o imaginar, como un don. Nosotros nos damos a él; es decir, no le damos nada. Y él se nos da a nosotros; es decir, nos lo da todo.
Lo que complica el asunto es que, incluso aunque el hombre esté dispuesto reconocer al Señor en todo, se empeña en negociar con él. Quiere elevarse hasta un plano de semejanza con Dios, y efectuar una transacción de igual a igual con él. Pero todo el que pretenda tener tratos con Dios, lo ha de hacer en los términos que él establece, es decir, sobre la base de que no tenemos nada, y de que no somos nada. Y de que él lo tiene todo, lo es todo, y es quien lo da todo...
A Abrahán le fue predicado el evangelio en estos términos: "Por medio de ti serán benditas todas las naciones". "Pagano", "gentil", y "naciones" (de Gál. 3:8), se traducen a partir del mismo vocablo griego. Esa bendición consiste en el don de la justicia mediante Cristo, como indica Hechos 3:25 y 26: "Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios concertó con nuestros padres, cuando dijo a Abrahán: 'En tu Descendiente serán benditas todas las familias de la tierra'. Habiendo Dios resucitado a su Hijo, lo envió primero a vosotros para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad". Dado que Dios predicó el evangelio a Abrahán, diciendo: "por medio de ti serán benditas todas las naciones", los que creen resultan benditos con el creyente Abrahán. No hay otra bendición para el hombre, sea éste cual fuere, excepto la que Abrahán recibió. Y el evangelio que le fue predicado es el único para todo ser humano en la tierra. Hay salvación en el nombre de Jesús, en el que Abrahán creyó, y "en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hech. 4:12). En él "tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados" (Col. 1:14). El perdón de los pecados conlleva todas las bendiciones...
El evangelio es contrario a la naturaleza humana: venimos a ser hacedores de la ley, no haciendo, sino creyendo. Si obrásemos para obtener justicia, estaríamos simplemente ejercitando nuestra naturaleza humana pecaminosa, lo que jamás nos acercaría a la justicia, sino que nos alejaría de ella. Por contraste, creyendo las "preciosas y grandísimas promesas", llegamos a "participar de la naturaleza divina" (2 Ped. 1:4), y entonces, todas nuestras obras son hechas en Dios...
Hay una sola línea de descendientes espirituales de Abrahán; sólo una clase de verdaderos descendientes espirituales: "los que son de la fe", los que, al recibir a Cristo por la fe, reciben potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Si bien el Descendiente es singular, las promesas son plurales. No hay nada que Dios tenga para dar a hombre alguno, que no prometiese ya a Abrahán. Todas las promesas de Dios son transferidas a Cristo, en quien creyó Abrahán. "Todas las promesas de Dios son 'sí' en él. Por eso decimos 'amén' en él, para gloria de Dios" (2 Cor. 1:20)...
El pacto (es decir, la promesa divina de dar al hombre toda la tierra renovada, tras haberla rescatado de la maldición), fue "previamente confirmado por Dios". Cristo es el garante del nuevo pacto, del pacto eterno, "porque todas las promesas de Dios son sí en él. "Por eso decimos 'amén' en él, para gloria de Dios" (2 Cor. 1:20). La herencia es nuestra en Jesucristo (1 Ped. 1:3 y 4), ya que el Espíritu Santo es las primicias de la herencia, y la posesión del Espíritu Santo es Cristo mismo, morando en el corazón por la fe. Dios bendijo a Abrahán, diciendo: "Por medio de ti serán benditas todas las naciones", y eso se cumple en Cristo, a quien Dios envió para que nos bendijese, para que cada uno se convierta de su maldad (Hech. 3:25 y 26). Fue el juramento de Dios lo que ratificó el pacto establecido con Abrahán. Esa promesa y ese juramento hechos a Abrahán son el fundamento de nuestra esperanza, nuestro "fortísimo consuelo" (Heb. 6:18). (Ellet J.Waggoner, Las Buenas Nuevas: Gálatas, versículo a versículo. Cap. 3)
"Porque no hay diferencia..." (Rom. 3:22)
"Porque de dentro, del corazón de los hombres" no solamente de una determinada clase de hombres, sino de todos ellos, "salen los malos pensamientos, etc." (Mar. 7:21). Dios conoce los corazones de los hombres, sabe que son pecadores por igual, por lo tanto, no hace ninguna diferencia en lo relativo al evangelio, ante unos u otros.
Esta es una de las lecciones que es más importante que aprenda el misionero, sea que trabaje en su entorno, o lejos de él. Puesto que el evangelio se basa en el principio de que no existe diferencia entre los hombres, es absolutamente primordial que el obrero evangélico reconozca el hecho, y lo mantenga siempre presente. "De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra" (Hech. 17:26). No es solamente que todos los hombres son de una sangre, sino que son también de "una carne" (1 Cor. 15:39)... En lo que se refiere al pecado y la salvación, no hay absolutamente diferencia alguna entre los hombres de la raza y condición de vida que sea. El mismo evangelio debe predicarse al judío y al gentil, al esclavo y al libre, al príncipe y al mendigo". (Ellet J. Waggoner, Carta a los Romanos, p. 37)
Daniel y Esther: ¿Qué sucede ante la prueba? ¿Hasta qué punto mantendremos nuestra fidelidad cuando no entendamos lo que sucede? La virtud del don de la fe, debe ser llena de conocimiento, (2 Pedro 1:5) ¿Y qué es lo que debemos conocer ante la prueba?
(1) Que "Dios es ágape" (1 Juan 4:8).
(2) Y que lo es siempre, (1 Cor. 13:8; Jer. 31:3)
Incluso en la peor prueba, en el dolor, en la muerte, e incluso cuando ya no entendemos nada. Es por eso que "todas las cosas nos ayudan a bien" (Rom. 8:28) (D.A.)
"Sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien". Si no lo supiésemos, no podríamos tener una confianza en la oración como la que es nuestro privilegio tener... Todo el que conozca al Señor lo amará, puesto que Dios es amor. El Espíritu nos lo revela tal como es. Todo el que sepa que "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna", encontrará imposible dejar de amarle, y en esa circunstancia, todas las cosas le ayudan a bien.
Observa que el versículo no dice que sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudarán a bien, sino que les ayudan a bien ya actualmente. Venga lo que venga, es beneficioso para los que aman al Señor y confían en él. Muchos pierden la bendición que les daría esa seguridad, al leer el versículo como si estuviese reservado al futuro. Intentan aceptar resignadamente las pruebas que les llegan, pensando que con el transcurso del tiempo, algún día les reportarán algún bien. Pero al hacer así, no están recibiendo el bien que Dios les da hoy.
Por último, observa que el texto no dice que sabemos cuál es la manera en la que todas las cosas ayudan a bien a los que a Dios aman. Algunos exclaman, entre suspiros piadosos, ‘¡Supongo que será para bien, aunque no veo cómo!’ Cierto que no, y para nada se han de preocupar de ello. Es Dios quien hace que obren para bien, puesto que sólo él tiene el poder.
Por lo tanto, no necesitamos saber la manera en la que eso ocurre. Nos basta con conocer el hecho. Dios puede trastocar todos los planes del diablo, y puede hacer que la ira del hombre redunde en alabanza para él. Nuestra parte es creer. ¿Dónde queda la confianza en el Señor, si necesitamos ver la manera en la que lo hace todo? Los que necesitan ver la forma en la que el Señor obra, demuestran que no pueden confiar en el Señor sin que participe la vista, y lo deshonran así ante el mundo...
Aquel que pregunta indignado, ‘¿Por qué hace Dios esto o aquello?’, o que dice, ‘No veo la justicia por ninguna parte’, como si él fuese especial y personalmente agraviado, hace que sea imposible para sí mismo el comprender ni siquiera lo que le es dado al mortal comprender de Dios. Es absurdo y malvado el culpar a Dios porque nosotros no seamos igual a él en sabiduría. La única forma en la que podemos llegar al pequeño conocimiento que de Dios nos es dado tener, es aceptar de una vez por siempre que él es justo y misericordioso, y que todo cuanto hace es para el bien de sus criaturas...
Estamos muy inclinados a considerar las cosas desde un ángulo equivocado. Cuando aprendamos a verlas como Dios las ve, nos daremos cuenta de que aquello que habíamos percibido como desastroso es en realidad próspero. ¡Cuantos lamentos podríamos evitar si recordásemos siempre que Dios sabe mucho mejor que nosotros cómo contestar nuestras oraciones! (Ellet J. Waggoner, Carta a los Romanos).
(Selección, D.A.)
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