Resumen acerca de lo sucedido en el conflicto, aquí en la tierra
Fue en el jardín del Edén que Dios hizo la promesa a Adán. Dijo a la serpiente (Gén. 3:15): "Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar". Dios prometió que cierto día vendría el Mesías y destruiría al diablo. Pero mucho antes de que viniese el Mesías, el plan de redención estaba en acción. De hecho, se nos dice que desde el mismo momento en que hubo pecado, hubo un Salvador. Es por eso que Jesús es el Cordero que fue muerto desde el principio del mundo (Apoc. 13:8).
Obsérvese en qué consiste el plan de la salvación. En Mateo 1:21 leemos, "y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Y eso operaba ya desde la fundación del mundo. Leed conmigo en Efesios 1. Quisiera que veamos qué es lo que estaba ya funcionando desde la fundación del mundo. Que veamos que el plan de la redención tiene por objeto salvar al hombre de sus pecados, y la promesa de Génesis 3:15 consiste en realidad en que Dios salvaría al hombre de sus pecados. Capítulo 1 de Efesios, comenzando en el versículo 3: "Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor". Desde la fundación del mundo, Cristo fue el Cordero inmolado, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor.
La promesa en Génesis 3:15 implica más que la historia de la cruz: incluye la respuesta del hombre a la cruz. En Génesis 3:15 hemos leído que él heriría la cabeza de la serpiente. En Hebreos 2:14 leemos que destruirá al diablo mediante su muerte. Pero quisiera que viésemos que el herir la cabeza de la serpiente –la destrucción de la serpiente– necesita nuestra experiencia. Dios es el poder: el hombre el campo de batalla. Romanos 16:20: "Y el Dios de paz quebrantará presto a Satanás debajo de vuestros pies". El hombre es el campo de batalla, bien que la batalla sea del Señor. "Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará su pueblo de sus [nuestros] pecados" (Mat. 1:21). El adventismo del séptimo día, el pueblo remanente de Dios en los últimos días, será el vehículo en el que Dios triunfará finalmente, y sellará todas las mentes del universo por la eternidad, debido a esa victoria ganada en carne humana.
Pero antes que esa obra pueda ser cumplida, debe ser bien comprendida por el pueblo de Dios. Uno de los desafíos que Dios ha debido enfrentar, es que su pueblo no ha comprendido y aceptado verdaderamente el evangelio en su plenitud: el evangelio, o la promesa, en Génesis 3:15. Adán y Eva comenzaron a comprender la promesa. Esperaron la venida de esa "simiente". Cuando Eva trajo al mundo a su primer hijo, esperó que fuese el Mesías. En lugar de eso, había engendrado al primer asesino. ¡Qué tremenda desilusión debió tener! En cada generación después de Eva, toda mujer que esperaba la venida del Mesías, se preguntaba anhelante si sería quizá ella quien diese a luz al Mesías. Hacia el tiempo de la generación de Noé, no solamente no había Mesías, sino que el mundo se había vuelto tan malvado que debió ser destruido.
Aparentemente el plan de salvación no estaba teniendo demasiado éxito. Sin embargo, Noé halló gracia a los ojos del Señor, y junto con un exiguo resto que fue preservado, Dios preservó también un núcleo de verdad, pero en unas pocas generaciones, la verdad del amor de Dios en el plan de la redención fue desapareciendo. Dios encontró a un hombre llamado Abram, que comenzó a apreciar el evangelio, y la promesa fue así renovada a Abraham, "en ti será suscitada simiente".
De hecho, la promesa fue ampliada. Se le dijo que recibiría tierra, que de él saldría una nación, y que tendría ese hijo milagroso. Pero me pregunto hasta qué punto comprendió realmente Abraham el plan de la redención. Cuando salió y anduvo como peregrino, habitando en tiendas, esperaba una ciudad física con fundamentos, cuyo artífice y hacedor fuese Dios, no comprendiendo que el cumplimiento final de Dios y del plan de la redención, no consistía en una ciudad material, sino que era la Nueva Jerusalem: la esposa viniendo del cielo, preparada para su Esposo. Esperaba asimismo una tierra material. Esperaba un hijo físico, de la carne: Ismael; no dándose cuenta que se trataba de un hijo espiritual, aunque viniendo de su propia carne. Un hijo-milagro que vendría también de la carne de Sara, y sería la garantía de que algún día sería suscitado un pueblo, a partir de sus lomos; ya que Dios le había prometido también una nación, a partir de Abraham. No una nación física, sino una generación, un real sacerdocio, un pueblo santo que traería la alabanza de Dios a este mundo.
Pero Abraham no comprendió realmente bien el plan de la redención. No hasta el monte Moria, en donde se le pidió sacrificar a su hijo Isaac. Allí comenzó verdaderamente a comprender la profundidad del evangelio. Y Cristo pudo decir, mirando al monte Moria, "Abraham se gozo por ver mi día, y lo vio y se gozó".
No obstante, Abraham descendió a la tumba sin comprender plenamente la promesa, y sin ver aún su cumplimiento. Tampoco Isaac, ni Jacob, ni José… De hecho, Israel debió retornar a la esclavitud en Egipto, y allí suspiraban anhelantes por un libertador, y recordaban vagamente la promesa del libertador, así que Dios les suscitó un libertador. Pero no era todavía el verdadero Libertador. Israel no comprendió quién era Moisés en realidad. Moisés era un tipo del verdadero Libertador. Un ejemplo de Aquel que vendría y sacaría a su pueblo de Egipto: el mundo, el pecado.
Moisés no fue, pues, el cumplimiento de la promesa. No trajo auténtica liberación. No era aún la simiente. Moisés no los introdujo en la tierra prometida. Tampoco Josué, ya que si bien es cierto que los llevó a una tierra física, no experimentaron la promesa a la que Dios se refería al decir a Abraham: "A ti daré esta tierra". Los jueces tampoco los llevaron a la tierra prometida. Ni Gedeón, Sansón, ni los profetas, ni los reyes (David, Salomón…). Ninguno de ellos era el cumplimiento de la promesa.
Y la comprensión de Israel de aquella promesa se iba haciendo cada vez más confusa, hasta el punto que cuando vino Jesús (en su primera venida), El Deseado nos dice que los ángeles tuvieron que ir a la caza de alguien que estuviese prestando atención. Daniel 9 nos da el tiempo de la primera venida de Cristo. Otras profecías dan más datos específicos sobre la primera venida. Sin embargo, Israel estaba dormido en el día de su liberación, y así, en Juan 1 leemos que "A los suyos vino, y los suyos no lo recibieron". Ni siquiera lo reconocieron.
Ni tan sólo aquel puñado de hombres que por fin vieron algo bueno en él –sus discípulos– llegaron a comprenderlo plenamente. Como Abraham, esperaban una liberación física, y así, no pudieron comprender, y por lo tanto, resistieron el reino. Al principio, Jesús no podía hablarles de la cruz. Se veía obligado a hablarles en parábolas: "Destruid este templo y en tres día lo reedificaré", "De cierto os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere…" Parábolas sobre la cruz. No podía hablarles de ella claramente, y cuando finalmente comenzó a hacerlo, Pedro le reprendió y le dijo "¡De ninguna manera!" Pedro era anti-cruz. Y ser anti-cruz es ser anticristo. Ese es el motivo por el que Cristo le dijo "Apártate de mí Satanás". No le comprendía, le resistió y luchó contra él. Nadie comprendió entonces verdaderamente su misión.
Pedro no solamente lo rechazó, sino que lo negó, maldiciendo. Judas lo vendió. Cuando el Pastor fue herido, todo el rebaño se dispersó. Nadie hubo con Jesús en esa hora tenebrosa. En Salmo 69, dice Jesús: "La afrenta ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado: y esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo: y consoladores, y ninguno hallé" (v. 20). Si bien la gente estaba físicamente próxima a la cruz, todos querían que descendiese. Nadie apreció su misión. Hasta su propia madre es posible que desfalleciese cuando oyó de sus labios "Dios mío. Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Cuando Simeón tuvo en sus brazos al niño Jesús, y lo bendijo, dijo: "He aquí éste es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel" Y mientras estaba alabando a Dios, guiado por el Espíritu Santo, se giró hacia María y le dijo "una espada traspasará tu alma de ti misma" (Luc. 2:34 y 35). Esa profecía se cumplió en la cruz, debido a su incapacidad de ver allí al Mesías.
Ninguno de sus discípulos quería escuchar, y sin embargo habían presenciado tanta bondad, habían gustado tanta verdad, que había una pequeña llama de esperanza en sus corazones, y cuando Cristo volvió a ellos tras la resurrección, lo que hizo fundamentalmente es preguntarles si estaban por fin dispuestos a escucharle. Y éstos se humillaron. Por fin habían renunciado a su propio plan, y estaban preparados para oírle...
Hoy quisiera tener la audacia de sugerir que ningún grupo en la historia
–incluyendo la generación de los apóstoles– comprendió el evangelio de la
forma en que lo comprenderá la última generación.
Pablo no pudo haber comprendido plenamente los eventos de los
últimos días [ni tampoco Lutero], ya que Daniel dice que estaban sellados
hasta el tiempo del fin. E. White nos dice en El Conflicto que hay
aspectos del evangelio, que Pablo no predicó
–refiriéndose al juicio–. Sin embargo, estaban inflamados por la verdad que
comprendieron, porque el evangelio es poder. Si
vosotros y yo no tenemos poder en nuestras vidas, quizá no comprendemos ni
creemos lo que profesamos.
(Tony Phillips-extracto del sermón nº 1, de la serie: "Y el santuario será purificado")
Como en los días de Noé
Pedro especifica que estamos viviendo en los días equivalentes a aquellos en los que vivió Noé, justamente antes del diluvio (2 Ped. 3:3 al 14). La gente de los días de Noé argumentaba que nunca se había dado una cosa tal como la lluvia. ¿Quién podía imaginar un diluvio como el predicho por Noé? Aquel hombre constructor de un barco en tierra seca les parecía un perfecto fanático alarmista.
¿Qué evidencia les proporcionó el Espíritu Santo durante aquellos 120 años, de que ese mensaje era verdadero? No hubo señales premonitorias como lluvias a pequeña escala, a fin de convencer a los incrédulos. El cielo estuvo sereno hasta que llegó la gran tormenta. Pero sí. Hubo una gran evidencia. Algo trajo profunda convicción de que el mensaje y ministerio de Noé eran enviados por Dios: el Espíritu Santo le proporcionó una comprensión de la "justicia que viene por la fe" (Heb. 11:7). Tal fue el mensaje que predicó Noé, a quien Pedro describe como "pregonero de justicia" (2 Ped. 2:5). Fue por la fe como Noé "construyó el arca para salvar a su familia", y "por su fe condenó al mundo".
Dios no juzgó oportuno proporcionar al mundo ninguna prueba, señal o milagro, excepto el mensaje evangélico que a Noé le fue dado comprender y predicar. Nos tienta la expectativa de presenciar milagros, como evidencia premonitoria de la segunda venida de Jesús. Pero, como en los días de Noé, el mensaje de la justicia por la fe es la verdadera auto-validación. Ningún incrédulo cientista o evolucionista puede dar la más mínima explicación sobre el origen de ese AMOR [ágape] colosal característico de Dios, manifestado en Cristo; esa condescendencia desinteresada y desprovista de egoísmo, el auténtico milagro de los milagros. En eso consiste la revelación del carácter de Dios según la justicia por la fe que expone la Biblia.
No es el plan de Dios arrancarnos de nuestra autocomplacencia y sueño mortal en contra de nuestra voluntad, mediante hechos espectaculares. Afina el oído, y oirás ese "silbo apacible" explicándose a sí mismo en el mensaje del "evangelio eterno" que proclaman los tres ángeles de Apocalipsis 14 (y el cuarto del capítulo 18). ¡La contundencia y claridad del mensaje están por encima de toda duda! (Wieland-L.B.)
Nuestra querida y amada torre del "yo", versus el ágape de Dios que desciende hasta el polvo
Nuestro amor humano, aquel con el que nacemos, el que trae consigo toda persona, es un amor que depende siempre de la belleza o la bondad de su objeto. El ágape es un tipo de amor enteramente diferente. Ese ágape fue el tipo de amor que revolucionó el mundo. Un concepto radicalmente nuevo de amor con el que nadie había soñado anteriormente. Ningún filósofo ni poeta había jamás imaginado algo semejante, hasta que se manifestó en la cruz del Calvario.
El ágape es un amor que no depende de la belleza o bondad de su objeto amado, sino que es capaz de amar a la gente vil, a la gente deforme. Incluso es capaz de amar a sus enemigos.
Nuestro amor humano descansa siempre en un sentido de necesidad. Dos amigos se aman porque se necesitan mutuamente. El marido ama a su esposa porque la necesita, y viceversa. Decimos: te quiero, te necesito. El ágape es enteramente diferente. Dios no nos ama porque nos necesite. Dios nos ama por una gran razón: porque "Dios es ágape", como escribió Juan. "Porque ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor de vosotros se hizo pobre"(2 Cor. 8:9). Nuestro amor natural es un amor que siempre depende del valor del objeto amado. Invitamos y ayudamos a aquellos de quien esperamos de alguna forma un beneficio. El ágape no es como el amor humano. No depende del valor de lo amado, sino que crea valor en el objeto amado. Amigo, tu valor no depende ti mismo, sino del sacrificio que el Hijo de Dios hizo por ti. Se dio a sí mismo por ti, lo que te concede un valor que se mide con el valor del Hijo de Dios. Si hablamos de autoestima, ahí está la razón.
Nuestro amor humano contiene la noción pagana, está entrelazada en nosotros, y muchos cristianos la tienen todavía, de que Dios está escondido en alguna parte, y es nuestra tarea el esforzarnos en buscarlo para encontrarlo. Es como tener que ir en busca del médico para que nos visite. Nunca he conocido un médico que vaya por las casas con su maletín, preguntando "¿hay alguien enfermo por ahí?" Al contrario, hay que ir a buscarlo, y esperar y esperar hasta que finalmente esté a nuestra disposición. Así piensa mucha gente de Dios, que se está intentando esconder en alguna parte, y solamente aquellos que son más perseverantes y determinados pueden finalmente encontrarlo. Es la noción pagana. Pero el hecho es, amigos, que el ágape revela un Dios que está a la búsqueda del hombre. Podéis leer vuestras Biblias de principio a fin: no encontraréis ninguna parábola de una oveja perdida que tenga que ir en búsqueda de su pastor. Pero encontraréis una parábola del buen Pastor que va a la búsqueda de su oveja perdida. Vuestra salvación no depende de que vosotros busquéis al Señor. Depende de vuestra fe en que el Señor os está buscando, y os encuentra.
Podemos decir categóricamente que la salvación es por la fe. No por las obras. Pero no estamos despreciando las obras. La fe de la Biblia es una fe que obra. No somos salvos por la fe y por las obras. Somos salvos por la fe que obra. Que obra por el amor. La fe es una apreciación sincera y profunda del amor del buen Pastor por nosotros, de lo que hizo y hace por nosotros.
Por último, nuestro amor humano es un amor que procura siempre escalar posiciones. No he conocido nunca un niño que estudie segundo nivel, que prefiera descender al primero. Pregunto la edad a un niño y no me dice nunca la que tiene, me dice, –voy a cumplir seis años en julio. Siempre escalando. Pero ágape es un amor dispuesto a descender hasta lo más bajo. (R.J. Wieland-Extracto del sermón : "Nuestro glorioso futuro")
(Selección, D.A.)
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