Lección Nº 2 "Problemas en el gran conflicto"


A
¿Cómo obedeceremos esa ley, la cual se nos dice que es "un trasunto de su carácter"?

Muchos cristianos se empeñan en acusar a los adventistas de "vivir bajo la ley", siendo que estamos en el "tiempo de la gracia", nos señalan como "los que viven bajo el antiguo pacto". Pero, ¿tienen razón?

Profesamos creer en "la justificación por la fe". ¿Significa eso que la obediencia a los mandamientos queda excluida, o por el contrario, la justificación incluye la obediencia o santificación?

En definitiva, ¿qué hacemos con la ley?, ¿y con la fe?, ya que, ¿no son acaso estos dos aspectos los que nos llevarán a la victoria sobre la marca de la bestia y su imagen en el último tiempo? (Apoc. 14:12).

Veamos cómo pueden ayudarnos las declaraciones citadas a continuación.

¿Cuál es la diferencia entre el viejo y el nuevo pacto?

El nuevo pacto es lo mismo que "el pacto eterno", y consiste en la promesa de salvación que Dios nos hace; no en nuestra promesa de obedecerle. El Señor hizo tal promesa (del nuevo pacto) a Abraham y a sus descendientes, en Génesis 12:1-3; 13:14-17; 15:5; 22:16-18.

La promesa incluía (a) la tierra como posesión eterna, (b) la vida eterna, única forma en la que pudiese disfrutar de esa posesión eterna, (c) la justicia por la fe, con todas las bendiciones que conlleva. En resumen, Dios prometió virtualmente a Abraham "el cielo". La respuesta de Abraham fue esta: "creyó". El Señor no le exigió nada más, y le contó su fe por justicia (Gén. 15:6). Ese es en esencia el contenido del nuevo pacto.

El pacto antiguo es lo inverso del anterior. Cuatrocientos treinta años después, los descendientes de Abraham fueron convocados al pie del Sinaí, en su camino hacia la tierra prometida. Dios les renovó su promesa por medio de Moisés. Pero ellos no tuvieron la fe de Abraham. En lugar de responder de la forma en que lo hizo su predecesor, manifestaron orgullo y autosuficiencia, haciendo la vana promesa: "Todo lo que Jehová ha dicho, haremos" (Éx. 19:8). Esa promesa hecha por el pueblo, es la esencia del pacto antiguo.

El Señor no podía abandonar a su pueblo en el monte Sinaí. Si su pueblo no era capaz de seguirle, él estaría dispuesto a bajar a su nivel, y "esperarlos". De forma que en el capítulo siguiente de Éxodo, vemos cómo descendió al monte Sinaí con truenos, rayos, terremoto y fuego, y pronunció los diez mandamientos, escribiéndolos en tablas de piedra. Instituyó entonces todo el sistema levítico. Dado que Abraham creyó, el Señor no necesitó hacer todo eso con él; pudo escribir su ley en el corazón de su siervo.

En cualquier caso, el Señor desplegó un ministerio lleno de gracia en favor de los israelitas incrédulos, "de manera que la ley ha sido nuestro ayo [pedagogo] hacia Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe" como lo fue Abraham (Gál. 3:24). Según la profunda comprensión expresada por Pablo, fue necesario ese largo rodeo de siglos, a fin de traer al pueblo a la fe que Abraham ejerció en el principio. (Robert J. Wieland)

El pacto y la promesa de Dios son una y la misma cosa... Los pactos de Dios con el hombre no pueden ser otra cosa que promesas hechas al hombre...

Después del diluvio, Dios hizo un pacto con todo ser viviente de la tierra: aves, animales, y toda bestia. Ninguno de ellos prometió nada a cambio (Gén. 9:9-16). Simplemente recibieron el favor de manos de Dios. Eso es todo cuanto podemos hacer: recibir. Dios nos promete todo aquello que necesitamos, y más de lo que podemos pedir o imaginar, como un don. Nosotros nos damos a él; es decir, no le damos nada. Y él se nos da a nosotros; es decir, nos lo da todo. Lo que complica el asunto es que, incluso aunque el hombre esté dispuesto a reconocer al Señor en todo, se empeña en negociar con él. Quiere elevarse hasta un plano de semejanza con Dios, y efectuar una transacción de igual a igual con él" (Waggoner, Las Buenas Nuevas. Gálatas, versículo a versículo, p. 85 y 86).

"El evangelio fue tan pleno y completo en los días de Abrahán, como siempre lo haya sido, o pueda llegar a serlo. Tras el juramento de Dios a Abrahán, no es posible hacer adición o cambio alguno a sus provisiones o condiciones. No es posible restarle nada a la forma en la que entonces existía, y nada puede ser requerido de hombre alguno, que no lo fuese igualmente de Abrahán" (Id, p. 88).

"Hoy existen esos dos pactos. No son cuestión de tiempo, sino de condición. Que nadie se jacte de su imposibilidad de estar bajo el antiguo pacto, confiando en que se pasó el tiempo de éste. Efectivamente, el tiempo pasó, pero sólo en el sentido de que ‘bastante tiempo habéis vivido según la voluntad de los gentiles, andando en desenfrenos, liviandades, embriagueces, glotonerías, disipaciones y abominables idolatrías’ (1 Ped. 4:3)" (Id, p. 124).

"Los preceptos de Dios son promesas. No puede ser de otra manera, pues él sabe que no tenemos poder alguno. ¡El Señor da todo aquello que requiere! Cuando dice ‘no harás...’ podemos tomarlo como la seguridad que él nos da, de que si creemos, nos guardará del pecado contra el que advierte en ese precepto" (Id, p. 93).

"No sois vosotros los que habéis de efectuar aquello que [el Señor] quiere; sino: ‘[mi palabra] hará lo que yo quiero’ (Isa. 55:11). No se espera que leáis u oigáis la palabra de Dios, y os digáis, –tengo que cumplirla; lo haré. Abrid vuestro corazón a la palabra, a fin de que pueda cumplir la voluntad de Dios en vosotros... La palabra misma de Dios lo hará, y debéis permitírselo. ‘La Palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros’ (Col. 3:16)" (Jones, RH 20 octubre 1896).

Los términos del pacto antiguo eran: Obedece y vivirás... El nuevo pacto se estableció sobre ‘mejores promesas’, la promesa del perdón de los pecados, y de la gracia de Dios para renovar el corazón y ponerlo en armonía con los principios de la ley de Dios. (Patriarcas y Profetas, p. 389, EGW)

Los Diez Mandamientos, con sus harás, y no harás, son diez promesas seguras para nosotros si prestamos obediencia a la ley que gobierna el universo. "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Juan 14: 15)...

La ley de los diez preceptos del mayor amor que se le pueda presentar al hombre, es la voz de Dios procedente del cielo que formula al alma esta promesa: "Haz esto y no estarás bajo el dominio y la dirección de Satanás". No hay puntos negativos en esa ley, aunque así lo parezca. Es HAZ y vivirás. (Dios nos cuida, 10 Agosto, EGW)

El Salvador venció para mostrarle al ser humano cómo puede vencer. Cristo venció todas las tentaciones de Satanás con la Palabra de Dios. Confiando en las promesas de Dios, recibió poder para obedecer los mandamientos de Dios, y el tentador no pudo obtener ventaja. (Dios nos cuida, 17 Enero, EGW)

B-1
Veamos cómo aplicar "la justicia [obediencia a la ley] por la fe" en la experiencia del nuevo pacto.

Los judíos dijeron cierto día a Jesús, "¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios?" Es precisamente lo que nos estamos preguntando. Obsérvese la respuesta: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado" (Juan 6:28,29). Esas palabras deberían estar escritas con letras de oro, y debieran estar continuamente presentes en el cristiano que lucha. Se aclara la aparente paradoja. Las obras son necesarias; sin embargo, la fe es totalmente suficiente, ya que la fe realiza la obra. La fe lo abarca todo, y sin fe no hay nada.

El problema es que, en general, se tiene una concepción errónea de la fe. Muchos imaginan que es un mero asentimiento, y que es solamente algo pasivo, a lo que hay que añadir las obras activas. Sin embargo, la fe es activa, y no es solamente lo principal, sino el único fundamento real. La ley es la justicia de Dios (Isa. 51:6,7), aquella que se nos amonesta a buscar (Mat. 6:33); pero no es posible guardarla si no es por fe, porque la única justicia que resistirá en el juicio es "la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil. 3:9).

Leed las palabras de Pablo en Romanos 3:31: "¿Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley". El que el hombre deshaga la ley, no significa la abolición de la ley, ya que tal cosa es una imposibilidad. Es tan permanente como el trono de Dios. Por más que el hombre diga esto o aquello sobre la ley, y por más que la pisotee y desprecie, la ley continúa inamovible. La única manera en la que el hombre puede deshacer la ley es dejándola sin efecto en su corazón, mediante su desobediencia. Así, en Números 30:14,15, de un voto que ha sido quebrantado, se dice que está anulado o deshecho. De manera que, cuando el apóstol dice que no deshacemos la ley por la fe, significa que la fe y la desobediencia son incompatibles. Poco importa la profesión de fe que pretenda aquel que quebranta la ley, el hecho de que sea un transgresor de la ley denuncia su ausencia de fe. Por el contrario, la posesión de la fe se demuestra por el establecimiento de la ley en el corazón, de forma que el hombre no peca contra Dios. Que nadie infravalore la fe, ni por un instante.

Pero ¿no dice el apóstol Santiago que la fe sola no puede salvar a nadie, y que la fe sin obras es muerta? Consideremos brevemente sus palabras. Demasiados las han convertido, aunque sin mala intención, en legalismo mortal. La afirmación es que la fe sin obras es muerta, lo que concuerda plenamente con lo dicho anteriormente. Si la fe sin obras es muerta, es porque la ausencia de obras revela la ausencia de fe; lo que está muerto no tiene existencia. Si el hombre tiene fe, las obras aparecerán necesariamente, y él no se jactará de la una ni de las otras; ya que la fe excluye la jactancia (Rom. 3:27). La jactancia se manifiesta solamente entre aquellos que confían en las obras muertas, o entre aquellos cuya profesión de fe es una burla vacía.

¿Qué hay, pues, de Santiago 2:14, que dice: "Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?". La respuesta implícita es, naturalmente, que no podrá. ¿Por qué no podrá salvarle la fe? Porque no la tiene. ¿De qué aprovecha si un hombre dice que tiene fe, mientras que por su malvado curso de acción demuestra que no la tiene? Pablo habla a quienes profesan conocer a Dios, mientras que lo niegan con los hechos (Tito 1:16). El hombre al que se refiere Santiago pertenece a esta clase. El que no tenga buenas obras –o frutos del Espíritu–, muestra que no tiene fe, a pesar de su ruidosa profesión; de forma que la fe, efectivamente, no puede salvarlo; porque la fe no tiene poder para salvar a aquel que no la posee. (Bible Echo, 1 Agosto 1890, Waggoner)

B-2
En Romanos 10:4, leemos: "Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree". Antes de analizar lo que el texto quiere decir, consideraremos brevemente lo que el texto no quiere decir. No significa que Cristo ha puesto fin a la ley, ya que (1) Cristo mismo dijo, a propósito de la ley, "no he venido para abrogar" (Mat. 5:17). (2) El profeta dijo que, lejos de abolirla, "Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla" (Isa. 42:21). (3) La ley estaba en el propio corazón de Cristo: "Entonces dije: He aquí, vengo; En el envoltorio del libro está escrito de mí. El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado, y tu ley está en medio de mis entrañas" (Sal. 40:7,8). Y (4) puesto que la ley es la justicia de Dios, el fundamento de su gobierno, su abolición es una imposibilidad absoluta (ver Luc. 16:17).

Sin duda el lector sabe que la palabra "fin" no significa necesariamente "terminación". Se la emplea frecuentemente con el sentido de designio, finalidad, objeto o propósito. En 1ª de Timoteo 1:5, el mismo autor dijo: "El fin del mandamiento es la caridad nacida de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida". El término "caridad" que aparece aquí, se traduce mejor por "amor", tal como reflejan las versiones [Reina Valera] más recientes. En 1ª de Juan 5:3 leemos: "Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos"; y el mismo Pablo afirma que "el amor es el cumplimiento de la ley" (Rom. 13:10). En ambos textos se emplea la misma palabra ágape que encontramos en 1ª de Timoteo 1:5. Por lo tanto, el texto significa que el propósito del mandamiento (o ley) es que fuese obedecido. Es de todo punto evidente.

Pero ese no es el objetivo último de la ley. En el versículo siguiente al que estamos considerando, Pablo cita a Moisés, quien afirmó "que el hombre que hiciere estas cosas, vivirá por ellas". Cristo dijo al joven rico, "si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mat. 19:17). Ahora, puesto que el designio de la ley era que fuese obedecida, o, dicho de otro modo, que produjese caracteres rectos, y siendo que la promesa era que los obedientes vivirían, podemos concluir que el propósito último de la ley era dar vida. Pablo resume lo anterior en sus palabras, "el mismo Mandamiento, destinado a dar vida…" (Rom. 7:10).

Pero, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios", y por cuanto "la paga del pecado es muerte", resulta imposible que la ley cumpla su propósito de producir caracteres perfectos y de dar vida en consecuencia. Cuando un hombre quebrantó ya la ley, ninguna obediencia subsecuente puede hacer jamás perfecto su carácter, de manera que la ley que había sido destinada a dar vida, resultó ser mortal (Rom. 7:10).

Si nos detuviésemos aquí, ante la imposibilidad de la ley para cumplir su propósito, dejaríamos a todo el mundo bajo la condenación y sentencia de muerte. Pero vemos que Cristo asegura al hombre, tanto la justicia como la vida. Leemos, "siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús" (Rom. 3:24). "Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom. 5:1). Más que eso, nos capacita para obedecer la ley, "Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él" (2 Cor. 5:21). Por lo tanto, para nosotros es posible el ser hechos perfectos en Cristo –la justicia de Dios–, y eso es precisamente lo que habríamos sido, en el caso de que hubiésemos mantenido una obediencia constante e inquebrantable a la ley.

Leemos: "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu… porque lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforma a la carne, mas conforme al Espíritu" (Rom. 8:1-4).

¿Qué es lo que era imposible a la ley? –No podía liberar de la condenación ni a una sola alma culpable. ¿Por qué no? –Por cuanto era débil por la carne. No es que la debilidad esté en la ley: está en la carne. No es que haya un defecto en la herramienta, que impida la construcción de la estructura. La ley no podía limpiar el registro pasado de un hombre, y hacerlo impecable; y el hombre caído y desvalido no tenía la fuerza para apoyarse en su carne a fin de poder guardar la ley. De manera que Dios imputa a los creyentes la justicia de Cristo, que fue hecho en semejanza de carne de pecado, "para que la justicia de la ley fuese cumplida" en sus vidas. Y así, el fin de la ley es Cristo.

Diremos, concluyendo, que el designio de la ley era dar vida, al ser obedecida. Todos los hombres han pecado, y fueron sentenciados a muerte. Pero Cristo tomó sobre sí mismo la naturaleza humana, e impartirá su propia justicia a quienes acepten su sacrificio, y finalmente cuando vienen a ser, por medio de él, hacedores de la ley, entonces cumplirá en ellos su propósito último, coronándolos de vida eterna. Y así repetimos aquello que nunca apreciaremos demasiado: que Cristo Jesús nos ha sido hecho por Dios "sabiduría, y justificación, y santificación, y redención" (1 Cor. 1:30) (Bible Echo, 15 feb. 1892, Waggoner)

C-1
...A fin de comprender la "omega", o fin de la obra de Jesús, debemos comprender su "alfa", o principio. Así que os quiero llevar hoy a contemplar la primera obra de Jesús.

Vayamos pues al origen del pecado, vayamos al "alfa" de la apostasía.

Isa. 14:12-14: "¡Cómo caíste del cielo, Lucero, hijo de la mañana! Derribado fuiste a tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: ‘Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, en los extremos del norte; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo"

Como solemos decir, el problema de Lucifer, era un problema de altura: el grave problema del "yo". Todos sabéis que en Ezequiel 28 se encuentra el texto paralelo al que acabamos de leer. A fin de comprender la forma en la que Dios trata el pecado en el tiempo del fin (el "omega"), hemos de ver de qué manera trató Dios al pecado en el principio (el "alfa").

Eze. 28:12-19: "Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y de acabada hermosura. En Edén, en el huerto de Dios, estuviste. De toda piedra preciosa era tu vestidura: de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro. ¡Los primores de tus tamboriles y flautas fueron preparados para ti en el día de tu creación! Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios. Allí estuviste, y en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad. A causa de tu intenso trato comercial, te llenaste de iniquidad y pecaste, por lo cual yo te eché del monte de Dios y te arrojé de entre las piedras del fuego, querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo. Con tus muchas maldades y con la iniquidad de tus tratos profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra ante los ojos de todos los que te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos se quedarán atónitos por causa tuya; serás objeto de espanto, y para siempre dejarás de ser"

Este es un modelo de la forma en la que Dios trata al pecado en su origen. Quizá alguno se preguntará: ¿Por qué creó Dios a Lucifer? ¿Acaso no sabía Dios que él iba a pecar?

¿Os han hecho esta pregunta alguna vez? Sí, ¿verdad? Y, ¿qué habéis respondido? Recordad que la pregunta no es, ¿por qué no lo destruyó?, sino ¿por qué lo creó?

Estoy seguro de que vuestras respuestas son muy buenas, pero permitid que comparta algo con vosotros que quizá os ayude, porque pienso que son preguntas muy importantes. Recordad, si Dios sabía que Lucifer iba a pecar, ¿por qué lo creó?

Debemos aprender del carácter de Dios, vayamos a Filipenses 2. A fin de comprender cómo terminará lo que llamamos el gran conflicto, hemos de comprender cómo comenzó. Veamos pues cómo reaccionó Dios ante el pecado, en su origen.

Vers. 5 y 6: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse"

Jesús era igual a Dios, y para ser como Dios no le robó nada a éste, porque sabemos que Jesús es miembro de la Deidad, tan eterno como los demás. (En la versión Reina Valera de 1909 el vers. 6 dice así : "El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios"). La Biblia nos dice que "en Jesucristo habita corporalmente la plenitud de la Deidad" (Col. 2:9).

Entendemos pues que la Escritura nos dice que Jesucristo era igual a Dios, sin tener que usurpar nada. Es decir: el que Cristo fuera igual al Padre no era consecuencia de una cesión, préstamo o robo. Así que, si Satanás es lo opuesto a Jesús, ¿qué conclusión sacamos? Si Jesús no consideró una usurpación el ser igual al Padre, ¿qué creéis que había en la mente de Satanás?, justo lo contrario ¿no os parece? Satanás trató de usurpar el lugar de Dios; o sea, quiso ser igual a Dios, y aún más: quiso estar por encima de Dios... Yo me pregunto, ¿cómo puede un ser creado pretender ser igual o incluso mayor que su Creador? Parece una auténtica locura ¿verdad?

Pues quiero que recordéis que éste es el pecado mayor, es el pecado de pecados, y este pecado va a manifestarse en las últimas horas de la historia. Será el pecado de rechazar el reconocer que nuestra existencia la debemos a nuestro increíblemente maravilloso Padre Celestial.

Así que, ¿por qué creó Dios a Lucifer? Lo creó, y debió decirle algo así: "Lucifer, yo soy tu Creador". ¿Sabéis de algún lugar en el que esté registrada esta afirmación de Dios a Lucifer? No. No que sepamos. ¿Pudo Dios decirle eso a Lucifer? Para comprender esta cuestión, necesitamos comprender el carácter de Dios.

[Alguien entre los presentes: "Lo creó por amor. Dios es ágape. Todo lo que él hace, da fe de su carácter. El conocimiento que Dios tiene de todas las cosas, no determina las decisiones de los seres a quienes dotó de libre albedrío. Si al conocer de la futura rebelión contra él de Lucifer hubiese desistido de crearlo, eso no habría hablado de su amor, ni de su imparcialidad..."]

En el contexto del ministerio sumo sacerdotal de Jesús en el lugar santísimo, comprender y conocer el carácter de Dios es importantísimo. Ahora, respondiendo a la pregunta, tal como yo lo comprendo, cuando Dios convocó a Lucifer para hablar con él, le explicó quién era Jesús y la posición que tenía en el cielo, porque el problema de Lucifer era que miraba a Jesús y no veía diferencia entre ambos. Es decir, se veía igual a él. Así que Dios, no solamente le explicó a Lucifer que él era su Creador, sino que trató de demostrárselo, porque Dios sabe que una simple declaración, o sea, decir "yo soy tu Creador", puede significar muy poco. Esto podría traer confusión a la mente de Lucifer, y era necesario que Lucifer creyera que Dios era su Creador mediante evidencias. Dios nunca nos pide que creamos sin darnos antes evidencias. Y la mayor evidencia de que Dios era el Creador de Lucifer, era estando Cristo junto a él. (Extraído del sermón nº 3 de la serie "Contemplar su gloria", del pastor Willie Brace).

 

(Selección, D.A.)
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