Lección Nº 1 "Guerra en el cielo"


[Las lecciones del Sábado y del Viernes no tienen comentarios por considerarse una introducción y un resumen. Durante este trimestre, en todas o prácticamente todas las lecciones de los viernes, se nos dan abundantes referencias del Espíritu de Profecía para leer. Recomendamos encarecidamente su lectura, y no es el propósito de estas recopilaciones sustituirlas de ningún modo, ni competir con ellas. El objetivo de estas Notas de Escuela Sabática es el de proveer información que se complementa con la del folleto oficial, particularmente la relacionada con el "precioso mensaje" de la justicia de Cristo, tal como el Señor nos lo dio en 1888. Por esta causa, es posible que en algunas ocasiones las citas de E. White se hayan reducido, o no veamos necesidad de incluir ninguna. Es posible que fusionemos varios días en uno, según las lecciones, debido a lo generales que son, y a lo relacionadas que están entre sí.]

 

A (domingo, lunes, martes y miércoles)
Rom. 6:16 "¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis... ?
Sant. 4:7 "Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros."

Tomando el lugar de Dios

Ezequiel 28:15. En el versículo 14 se describe a Lucifer como al "querubín ungido". En ese capítulo se relaciona la caída de Satanás con la de Babilonia, puesto que ésta última representa a su reino. En el versículo 15 se dice de Lucifer: "Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad". El término hebreo del que se ha traducido "maldad" significa ‘torcido’ o ‘curvado’, y aplicado espiritualmente, significa ‘torcido o incurvado hacia el yo’. En algún momento de la existencia de Lucifer su mente se pervirtió. En lugar de dirigir su amor hacia Dios y hacia sus compañeros los ángeles, le dio un giro de 180 grados y lo dirigió hacia sí mismo.

En Isaías 14:12 al 14, el profeta describe la esencia de esa maldad. Resumiendo esos versículos, esto es lo que vino a decir Lucifer en su corazón: ‘Voy a deshacerme de Dios y voy a tomar su lugar’.

Es imposible ocupar el lugar de Dios sin deshacerse primero de Él. Es en ese sentido que Lucifer, convertido en Satanás, fue un asesino desde el principio. Aún recuerdo la increíble experiencia que representaba ir en taxi, cuando estaba en el campo misionero. En el mundo desarrollado concebimos siempre un taxi como un servicio individual, pero en algunos países se aproxima más al concepto de mini-bus, y uno de esos vehículos puede "acomodar" una ingente cantidad de personas.

Por ejemplo, si un asiento puede acomodar a tres personas, se hace que quepan nueve. El método consiste en hacer sentar a tres personas en el asiento, a otras tres encima de ellas, y aún a otras tres más encima de las últimas. Sólo entonces se considera por fin que aquel asiento está "completo". Recuerdo uno de mis viajes, empaquetado en un taxi como los descritos. Dado que ocupaba uno de los puestos en la "fila superior". No podía quejarme en lo que se refiere a carga soportada, pero no encontraba una forma de sentarme que me resultara medianamente cómoda, debido al cúmulo de gente, y a que la cabeza me golpeaba sin remedio contra el techo cada vez que pasábamos sobre un bache. En el camino, alguien solicitó los servicios del taxi, y el conductor se detuvo. Dije al taxista: ‘No hay más sitio’. Él respondió: ‘Vamos a caber: ¡Apriétense!’.

Satanás no le dijo a Dios: ‘Apriétate. Quiero un sitio a tu lado’. Ese no era el deseo de Satanás. Quería deshacerse de Dios, a fin de ocupar su lugar. Lucifer convertido en Satanás, codició el lugar de Dios, y es por eso que deseaba asesinarlo.

Dirigiéndose a los judíos, quienes eran víctimas de Satanás, Jesús relató un día una parábola, que encontramos en Mateo 21. Un hombre poseía una viña, y se fue de viaje a un país lejano. Dejó el viñedo bajo el cuidado de sus siervos. Cada año enviaría a alguien para recoger los beneficios. Pero una vez tras otra el mensajero resultaba apedreado o despachado, de forma que el patrón no obtenía nada.

El dueño se dijo finalmente: ‘Enviaré a mi hijo. Seguramente a él lo respetarán’. Sin embargo, hicieron precisamente lo contrario. Dijeron: "Este es el heredero. Matémoslo, y quedaremos con la hacienda". De forma que decidieron matar al hijo. Jesús se estaba refiriendo a Él mismo y a los judíos. Recuerda que los judíos querían cumplir los deseos de Satanás. Éste codiciaba el lugar de Dios. Nunca se lo había dicho a nadie, ¡habría sido una locura! Esto fue probablemente lo que dijo a los ángeles: ‘Si yo estuviese en el lugar de Dios, vuestra vida sería maravillosa. Podríais tener todo lo que quisierais, disfrutar de todo cuanto deseáis sin restricciones. Podríais comer, beber y divertiros’.

Desafortunadamente una tercera parte de los ángeles creyó sus mentiras. Satanás lo consideró suficiente como para iniciar una revolución. La primera guerra tuvo lugar en el cielo, y está descrita en Apocalipsis 12:7 al 9. Lee el capítulo 12 y comprobarás que Lucifer –Satanás– fue derrotado. Pero Dios no lo destruyó en ese momento, por la sencilla razón de que nadie sabía lo que había en el corazón de Satanás. La única manera en la que Dios podía revelar a Satanás era permitiéndole seguir su propio camino.

Así, lo que hizo fue arrojarlo del cielo. Después de ese incidente, Satanás vino a este mundo y engañó a la mujer, y mediante ella logró la caída de Adán. Puesto que Dios dio a nuestros primeros padres el dominio del mundo (Sal. 8:4-8), al derrotar a Adán y Eva, Satanás obtuvo el control del mundo. Estableció entonces su reino aquí, en la tierra, bajo su propio sistema: el sistema del yo.

Desde entonces, todo en este mundo caído pivota sobre los tres pilares fundamentales que describe 1ª de Juan 2:15 y 16: "[1] los malos deseos de la carne, [2] la codicia de los ojos y [3] la soberbia de la vida". En la base de esos tres motores del hombre pecaminoso está el principio del yo, la esencia misma del reino de Satanás.

Pero un buen día, muchos siglos después, Satanás oyó cierto cántico arrobador: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, entre los hombres de buena voluntad" (Luc. 2:14). El Hijo de Dios, su peor enemigo, había venido a este mundo a redimir la raza humana de sus manos. En respuesta, Satanás se dijo: ‘No esperaré hasta que crezcas’. Satanás nada sabe de jugar limpio. ‘Te voy a dar muerte en la primera ocasión que tenga’.

El Nuevo Testamento nos da cumplida información de cuántas veces Satanás fracasó en sus atentados contra la vida de Cristo. La primera ocasión de que tengamos constancia fue la matanza de los bebés en Belén, perpetrada por el ejército de Herodes "el grande". Éste no era más que una víctima de Satanás, una herramienta en sus manos. Como es bien conocido, en ese triste suceso el propósito de Satanás resultó frustrado por lo que respecta a deshacerse de Cristo. Incidentalmente, todos los agentes de Satanás son "grandes". Esto es lo que promete: ‘Si me sigues, haré de ti alguien grande’. Pero recuerda: es un mentiroso. Lo que realmente busca es que siguiéndole a él te encuentres algún día a su lado en el lago de fuego.

Lo leemos en Mateo 25:41. Cristo dirá a los que eligieron el bando de Satanás, a los incrédulos: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles". El fuego eterno no fue preparado para los hombres, pero Satanás ha engañado a muchos de ellos. Lo creyeron, escogieron su camino y ahora tienen que compartir su suerte. Deseo que ningún lector se encuentre en esa condición.

En Lucas 4:9 al 17 tenemos el relato de otro intento de Satanás por asesinar a Cristo. Fue en ocasión de las tentaciones en el desierto. En una de ellas Satanás llevó a Cristo a la zona más elevada de la torre del templo, y lo desafió a que se arrojara. Era una forma de deshacerse de Él. Así lo había planeado Satanás, pero volvió a fracasar.

Leemos en Juan 10:31-39 cómo el diablo empleó a los judíos para apedrear a Jesús hasta la muerte. La expresión "volvieron a tomar piedras para apedrearlo" indica que no se trataba de la primera vez que lo intentaban, pero una vez más Satanás fracasó. No podemos por menos que preguntarnos: ¿Por qué fracasó? Dos textos nos ayudarán a comprender el porqué del fracaso de Satanás. El primero se encuentra en Juan 7:30, que recoge una de las ocasiones en que Satanás intentó destruir a Jesús mediante seres humanos. "Entonces procuraron prenderlo. Pero ninguno le echó mano, porque aún no había llegado su hora".

Recuerda bien eso, porque Dios es soberano y nadie puede tocarnos hasta que no haya llegado nuestra hora. El segundo texto lo encontramos en Juan 8:20: "Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando en el templo. Y nadie lo prendió, porque aún no había llegado su hora". En otras palabras, Dios no permitiría que nadie lo tocara hasta que no hubiese llegado su hora. Esa hora llegó por fin en Getsemaní.

En Lucas 22:53, estando Jesús en Getsemaní, los sacerdotes enviaron a los soldados y tomaron cautivo a Jesús como si fuera un criminal. Observa lo que Él les dijo: "Cada día estuve con vosotros en el templo, y no extendisteis la mano contra mí [ya sabemos por qué, porque su hora todavía no había llegado]. Pero ésta es vuestra hora, en que reinan las tinieblas".

Ese reino de "tinieblas" se refiere a Satanás. En otras palabras, esto es lo que Dios dijo a su Hijo en Getsemaní: "Hijo mío, voy a retirar de ti mi protección, y a permitir que Satanás te haga lo que nos ha querido hacer desde el principio". Sólo de esa forma podía Dios exponer ante el universo los secretos que escondía el corazón de Satanás...

La cruz expuso a Satanás. Nunca más nadie en el universo, ángeles celestiales o moradores de los mundos no caídos, albergaría la menor simpatía hacia Satanás. La cruz reveló la realidad de su corazón, como asesino de Dios. Satanás había guardado ese odio hacia Dios escondido en su corazón por tanto tiempo, que cuando se le dio la oportunidad no pudo hacer otra cosa que llevar a cabo –mediante los judíos– aquello que realmente deseaba desde que su mente se entregó a la iniquidad. Lo que había estado oculto en su corazón quedó ahora abiertamente expuesto.

1ª de Juan 5:19 expresa una importante verdad, digna de ser recordada, a propósito del uso que hizo Satanás de los judíos. Juan presenta a la humanidad dividida en dos grupos.

Los creyentes pertenecen a Dios, pero el resto del mundo, de la raza humana, "está bajo el poder del maligno". De acuerdo con ello, no existe ningún ser humano que sea auténticamente independiente. O estamos bajo el control de Dios, o bien bajo el de Satanás. Son las dos fuerzas que podemos encontrar en nuestro mundo. (La Cruz de Cristo, Jack Sequeira)

 

La rebelión de Satanás es de carácter pleno y consciente.

El porqué permanecerá por siempre como el inescrutable "misterio de iniquidad". El cómo de su rebelión incluye el más determinado e inteligente odio a la cruz.

Pedro, en su humana inocencia, al procurar apartar a Jesús de la cruz, se acercó mucho al terreno que pisó Lucifer.

Cuando Satanás tentó a Adán y Eva en el jardín del Edén, su argumento fue la seguridad de que en la transgresión obtendrían una vida superior a aquella para la que habían sido creados. "Seréis como Dios", les aseguró (Gén. 3:5). Ese deseo de ser como Dios es el mismo que llevó al pecado original de Satanás en el cielo, ver en Isaías 14:12-14. Nadie puede ser como Dios sin procurar desplazar a Dios, puesto que sólo uno puede ser "el Altísimo".

Lucifer comenzó a amarse a sí mismo

Tal ha llegado a ser la "mente" natural de todos nosotros, de no mediar la redención. Pero el amor al yo "es enemistad contra Dios" (Rom. 8:7). La enemistad, a su vez, lleva al asesinato. Dijo Jesús del diablo: "él ha sido homicida desde el principio" (Juan 8:44). Eso es cierto, ya que "todo el que aborrece... es homicida" (1 Juan 3:15). Satanás aborreció a Dios, tuvo celos de él. Así, desde el mismo principio de la rebelión de Lucifer en el cielo, comenzó a dibujarse la silueta de una cruz en las sombras de la historia de la eternidad.

Sin duda alguna Lucifer debió comenzar a ver en qué desembocaría su rebelión. Comprendió que el crimen que abrigaba en su alma era de naturaleza tenebrosa y horrible: el asesinato del eterno Hijo de Dios. Así de terrible es ceder a la devoción por el yo. Por cinco veces podemos leer en el corto pasaje de Isaías 14:12-14, acerca de la pasión de Satanás por sí mismo. El pecado tiene su raíz en la indulgencia hacia el yo.

El problema de raíz de Satanás era amargura contra la noción de ágape, un amor que define el carácter mismo de Dios, enteramente diferente de todo cuanto nosotros, los humanos, entendemos por "amor". Nuestro amor "ama" a la gente buena; mientras que el ágape ama por igual a los indignos y a los viles. El tipo de amor que nos caracteriza depende de la belleza del objeto amado; pero el ágape ama sin distinción a lo aborrecible, también a nuestros enemigos. Nuestro amor depende del valor del objeto amado, mientras que el ágape crea valor en aquel a quien ama. Nuestro amor está siempre presto a escalar más arriba, así como el de Lucifer buscó establecer su trono "por encima de las estrellas de Dios"; el ágape, en cambio, está dispuesto a humillarse y descender tal como hizo el Hijo de Dios en esos siete pasos de increíble condescendencia que describe Filipenses 2:5-8. Nuestro amor humano está siempre ávido por recibir; el ágape siempre está dispuesto a dar. Nuestro amor humano desea recompensa, mientras que el ágape está dispuesto a prescindir generosamente de ella.

Por último, lo que Satanás aborreció por encima de todo fue la revelación plena del ágape manifestada en Cristo: su disposición a ceder hasta la vida eterna, a morir la segunda muerte. Tal es la expresión suprema del ágape que Lucifer intenta ocultar desesperadamente del mundo y del universo. Es exactamente lo opuesto a todo cuanto tiene que ver con él.

Lucifer tuvo que poder ponderar y reflexionar en el camino que estaba escogiendo. ¿Se arrepentiría, mientras había aún oportunidad? De ser así, sólo un camino permitiría que venciese el pecado de su alma angélica. Ese indómito "yo" que codiciaba ser "semejante al Altísimo" y echarlo de su santo trono, tendría que morir. El pecado en Lucifer tendría que ser crucificado.

¿Qué convirtió a Lucifer, un ángel de luz, en Diablo o Satanás?

Una cruz espiritual en la que Lucifer muriera al yo hubiera sido la única salida a ese dilema en su incipiente guerra contra Dios. Todo su orgullo, su ego, su mimado y consentido "yo" tenía que ser depuesto voluntariamente, por libre elección, de forma que sólo la verdad, justicia y santidad prevalecieran. Lucifer estuvo tan cercano a proceder así, que llegó a comprender el significado del camino hacia su liberación.

Luego rechazó ese camino, de forma enfática, impenitente e irrevocable. ¡No tomaría ninguna cruz! Definitivamente, de forma deliberada e inteligente, Lucifer repudió la idea de la negación del yo y del sacrificio propio. Instituiría un nuevo proceder en el vasto universo de Dios: el amor a uno mismo, la búsqueda de lo propio, la auto-afirmación, la exaltación del yo. Así rechazó Lucifer la cruz.

Fue entonces cuando vino a ser el diablo y Satanás, "ese gran dragón, la serpiente antigua... que engaña a todo el mundo" (Apoc. 12:9). Un ángel de luz que aborrece la cruz se convierte en el enemigo de Dios (y el nuestro).

Ese amargo e incesante opositor al principio divino de la cruz, sabe bien que para cualquier criatura pecaminosa en el universo, el único camino de retorno a la justicia es el camino de la cruz. De ahí su plan meditado y calculado por borrar ese camino del conocimiento de la humanidad. Todo lo satánico se opone a la cruz, de donde se deriva la profunda verdad de que todo lo que se opone a la cruz es satánico. (Descubriendo la Cruz, Robert J.Wieland)

 

B (jueves)
Apoc. 14:7 "...Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de
SU juicio ha llegado..."

Satanás, en una de sus mentiras capitales, dice que la obediencia es imposible, que las leyes y las expectativas de Dios son imposibles de guardar. De hecho, uno de los defectos del universo, dice Satanás, es que Dios es injusto al condenar a aquellos de su creación que le desobedecen, ya que pide lo imposible. (Ver El Deseado, p. 709-712).

¿Quién tiene razón ? ¿Dios o Satanás ? Cuando uno contempla la codicia del hombre, la violencia, el odio y la infidelidad, parecería que Satanás tiene razón en sus acusaciones. Parecería, o bien que Dios no es realista al pedir amor y abnegación, o bien que es incapaz de contener el problema del pecado tras haber surgido éste.

El asunto se resume, simplemente, en si Jesús es capaz o no; esto es, si es un Mediador Todopoderoso. Si no puede "limpiar" al pecador de sus pecados (1 Juan 1:9), si su "gracia [que] puede ayudar en los tiempos de necesidad" (Heb. 4:16) no es suficiente para guardar a sus seguidores de caer en el pecado, si su intercesión celestial es defectuosa por una incapacidad para "guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría" (Jud. 24), entonces Satanás tiene finalmente la razón. Entonces se resolvería así la gran controversia: Dios sería expuesto como injusto, al pedir demasiado a su creación. Y sería visto como un incompetente, incapaz de manejar la rebelión.

¡Gracias a Dios que no es eso lo que está aconteciendo! Las nuevas de que los seres humanos pueden contender con la tentación y salir vencedores, son gloriosas. Debido a que está en el corazón del universo, es el Hombre quien demostró que Satanás es un mentiroso. Por esta razón Jesús tenía que "ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote" (Heb. 2:17); "uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (4:15); uno que "por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote" (5:8,9).

Al probar que Satanás era un mentiroso, Jesús vindicó la justicia de Dios. Como sumo sacerdote en defensa de la causa del hombre ante el universo, es el testigo viviente de que los seres humanos que viven después de la caída pueden resistir al pecado, que Dios no ha pedido lo imposible (Rom. 3:25,26).

Pero la vida pura vivida por Jesús es sólo una fase de la vindicación gloriosa del carácter de Dios. La obra de la gracia en las vidas de los cristianos vencedores será una evidencia adicional del poder y la gloria de Dios (ver El Deseado, p. 625; Joyas de los Testimonios Vol. II, p. 343).

Los caracteres de los cristianos de los últimos días, los que "guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" serán de la misma calidad que el de Enoc, Daniel, y todos los otros que en el tiempo pasado llegaron a ser vencedores santificados, vindicando así la sabiduría y el poder de Dios. La experiencia de Job será nuevamente reproducida... "Por medio de su paciente resistencia vindicó su propio carácter, y de ese modo el carácter de Aquel de quien era representante." (ver La Educación, p. 156) (¿Qué espera Jesús? Herbert Douglass)

 

(Selección, D.A.)
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