Lección Nº8 "Visión uno: Langostas y Oración"


A-1 (domingo)
Jer. 18:7-10 "En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles...Pero si hiciere lo malo...me arrepentiré del bien que había determinado hacerle."

Nuestra situación en el mundo no es lo que debiera ser. Distamos mucho de ser lo que seríamos si nuestra vida cristiana hubiese estado en armonía con la luz y las ocasiones que se nos depararon, si desde el principio hubiésemos marchado adelante y siempre hacia arriba. Si hubiésemos andado en la luz que se nos dio, si hubiésemos continuado en el conocimiento del Señor, nuestra senda se habría visto cada vez más iluminada. Pero muchos de los que tuvieron luces especiales, se conforman tanto con el mundo, que no pueden distinguirse ya de los mundanos. No se destacan como pueblo peculiar escogido por Dios y precioso en sus ojos. Es difícil discernir entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.

La iglesia adventista del séptimo día debe ser pesada en la balanza del santuario. Será juzgada conforme a las ventajas que haya recibido. Si su experiencia espiritual no corresponde a los privilegios que el sacrificio de Cristo le tiene asegurados; si las bendiciones conferidas no la capacitaron para cumplir la obra que se le confió, se pronunciará contra ella la sentencia: "Hallada falta." Será juzgada según la luz y las ocasiones que le fueron deparadas. (3 JT, p. 251, EGW)

Los ángeles de Dios en sus mensajes dados los hombres representan el tiempo como algo muy corto. Así es como siempre me ha sido presentado. Es cierto que el tiempo ha sido más largo de lo que habíamos esperado en los primeros días del mensaje. Nuestro Salvador no apareció tan pronto como lo esperábamos. ¿Pero ha fallado la Palabra de Dios? ¡Nunca! Debiera recordarse que las promesas y las amenazas de Dios son igualmente condicionales...

No era la voluntad de Dios que se demorara así la venida de Cristo. Dios no tenía el propósito de que su pueblo, Israel, vagara cuarenta años por el desierto. Prometió guiarlos directamente a la tierra de Canaán, y establecerlos allí como un pueblo santo, sano y feliz. Pero aquellos a quienes primero se les predicó, no entraron "a causa de incredulidad" (Heb. 3:19). Sus corazones estaban llenos de murmuración, rebelión y odio, y Dios no pudo cumplir su pacto con ellos.

Durante cuarenta años, la incredulidad, la murmuración y la rebelión impidieron la entrada del antiguo Israel en la tierra de Canaán. Los mismos pecados han demorado la entrada del moderno Israel en la Canaán celestial. En ninguno de los dos casos faltaron las promesas de Dios. La incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios nos han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años" (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 78; EV.p. 503-505, EGW)

A-2
¿Podemos albergar una esperanza razonable de ver el retorno del Señor? ¿Acaso engañó a nuestros pioneros diciéndoles que estaba "cerca", cuando sabía que tardaría aún 140 años y quién sabe cuántos más? ¿Es cierta la tesis calvinista que pretende que el Señor soberano ha predeterminado el tiempo de la segunda venida de Jesús, sin relación con una especial preparación por parte de su pueblo?

De ser así, se suscitan serios problemas que afectan al Señor mismo en orden a una dificultad ética. Dios nos ha dicho frecuentemente a través del Espíritu de Profecía que el fin está "a las puertas". Su mensajera repitió con frecuencia: "Vi que casi ha terminado el tiempo que Jesús debe pasar en el lugar santísimo, y que el tiempo sólo puede durar un poquito más" (Primeros Escritos, p. 58; 1850). "Queda, por así decirlo, solamente un momento de tiempo". "Pronto se ha de pelear la batalla de Armagedón" (Joyas de los Testimonios, vol. II, p. 389; vol. III, p. 13; 1900). Si advertencias como las citadas no eran más que falsas alarmas (‘¡que viene el lobo!’), ¿qué confianza podemos tener en el Señor? Si nos hubiese estado diciendo continuamente "cerca", "pronto", sin que Él pretendiese tal cosa, o sin velar por que lo comprendiésemos de una manera adecuada, tendríamos razones para sentirnos agraviados. Pero con total seguridad, Él no trata de ese modo a su pueblo. Si creemos que la demora es responsabilidad suya, si decimos o sentimos que "mi Señor se tarda en venir", nos estamos alistando en la compañía del "mal siervo", según la parábola dedicada a ese tema (Mat. 24:48).

Ningún adventista sincero que se entregue a esa duda podrá sobrevivir, ya que es imposible estar reconciliado con Dios en la "expiación final" mientras se alberga el sentimiento de haber sido engañado por Él. Incluso si se abriga la simple idea de que Dios ha permitido que su comprensión de la demora haya sido patentemente falsa desde el principio, será muy difícil confiar plenamente en Él. Tal podría ciertamente ser el problema que subyace en una gran parte de la apostasía moderna. Existe en algunos una profunda ‘amargura adventista’, debido a que los mensajes inspirados han parecido consistir en una especie de falsa alarma, ‘¡Que viene el lobo, que viene el lobo!’.

Pero la Escritura responde claramente a esa perplejidad. Dando por sentado que Dios es soberano, ha decidido hacer que el momento de la segunda venida de Cristo dependa de la preparación espiritual de su pueblo viviente. Esa es la esencia del concepto adventista de la purificación del santuario celestial. Los muertos permanecen prisioneros en sus tumbas, en espera de ser liberados en la primera resurrección, ocurra ésta cuando ocurra. Pero los vivos pueden demorar o apresurar esa resurrección, ya que depende de la segunda venida de Cristo, la cual depende a su vez de que estén preparados para ella (2 Ped. 3:12. La mayoría de las versiones traducen speudo como "apresurar").

En la parábola, Jesús se presenta a sí mismo como anhelando fervientemente retornar, esperando solamente ese momento en el que "el fruto está maduro", ya que entonces "en seguida se pasa la hoz, por haber llegado la siega" (Mar. 4:29). En la descripción de la segunda venida, según Apocalipsis, un ángel dice a Cristo, "Mete tu hoz y siega; porque la hora de segar te es venida, porque la mies de la tierra está madura" (Apoc. 14:15). Las largamente demoradas "bodas del Cordero" se producirán rápidamente una vez que "su esposa se ha aparejado" (Apoc. 19:7). El arrepentimiento al que Cristo llama a Laodicea, está relacionado con la preparación de su Esposa. Si no está aparejada, Cristo se siente chasqueado.

"Todo cristiano tiene la oportunidad, no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si todos los que profesan el nombre de Cristo llevaran fruto para su gloria, cuán prontamente se sembraría en todo el mundo la semilla del Evangelio. Rápidamente maduraría la gran cosecha final y Cristo vendría para recoger el precioso grano" (Palabras de vida del gran Maestro, p. 47,48).

Continuar siendo tibios y muriendo, generación tras otra, no puede ser la respuesta apropiada de su Esposa, al llamamiento de Cristo a la última iglesia. (R.J. Wieland, Sé pues celoso y arrepiéntete, p. 35-37)

B-1 (lunes)
Gén. 6:6 "Y se arrepintió Jehová...y le dolió en su corazón."

"En toda iglesia en nuestra tierra, hay necesidad de confesión, arrepentimiento y reconversión. El chasco [dolor, decepción , desencanto, pesar, arrepentimiento,etc...] de Cristo va más allá de lo que es posible describir." R&H, 15 diciembre 1904, EGW) (Ver también Patriarcas y Profetas, p. 820, nota-1)

B-2
¿Siente Dios dolor?

El hinduismo, el budismo, el islamismo, y también el cristianismo en general, suponen que la respuesta es No. Es impasible, impenetrable a ese tipo de agravio del desamor que nosotros sentimos.

Los horrores de los 1260 años de persecución no podrían jamás haber tenido lugar, de no ser en virtud de esa popular doctrina "cristiana". Si Dios no puede sentir dolor, ¿por qué habríamos de preocuparnos por el sufrimiento de los demás? ¿Podría suceder que los adventistas estuviésemos en las lindes de esa frontera de la impasibilidad de Cristo? Nos podemos gozar sabiendo que Él se puede "compadecer de nuestras flaquezas", pero ¿podemos nosotros compadecernos del dolor suyo?

El mensaje de Cristo a Laodicea nos debe hacer despertar. Hay un Amante divino que sufre el rechazo, a la luz de la escena presentada en los Cantares de Salomón 5:2. Pero el Cantar pudo no haber sido comprendido en el tiempo en que se escribió. Oseas (hacia el año 785 a. de C.) lo llena de significado al proveer la primera descripción, en la Escritura, de un Esposo divino que sufre rechazo de parte de la "mujer" de la que su amor es cautivo. Como Oseas, el Esposo divino no puede olvidar a aquella que ama, ni reemplazarla por otra. Su devoción por ella se mantiene inquebrantable.

Dios permitió al desdichado Oseas padecer todo ese intenso dolor humano porque "eso ilustrará la forma en la que mi pueblo me ha sido infiel". (Ose. 3:1)...

Una iglesia es una "mujer", buena o mala; un todo corporativo de creyentes. Si Cristo se ve defraudado por el objeto de su amor, ¿puede limitarse a encoger los hombros y reemplazar a su amada por otro "objeto de esta tierra al cual Cristo concede su consideración suprema"? Oseas no pudo hacer tal cosa, y tampoco Cristo puede. Fracasando en comprender ese misterio del amor divino es como han podido surgir los movimientos disidentes del adventismo. Estos suponen que el ultraje sufrido por Cristo en la infidelidad de su iglesia, lo empuja a escoger a otra para que ocupe el lugar de ésta. Pero no hay tal.

Nos puede resultar difícil imaginar a un marido agraviado que no solamente ama a su esposa infiel, sino que mucho más aún, obra diligentemente para "salvarla". Así ocurrió con Oseas; y así ocurre con Cristo. No solamente es un "marido" para ella, sino también el "Salvador del cuerpo". Las inmejorables nuevas son que Oseas redimió efectivamente a Gomer a una nueva vida de pureza y fidelidad, y los podemos contemplar entre bastidores caminando de la mano, en un amor que halla finalmente su cumplimiento, edificado sobre la fidelidad mutua. Podemos estar seguros de que el Señor no privó a Oseas de la vindicación de ese amor terreno que tan profético fue del amor divino destinado a triunfar finalmente. (Oseas y Gomer, R.J. Wieland)

C-1 (martes)
Eze. 9:4 "...dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalem, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman [interceden] a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella."

La crisis se está acercando rápidamente. Las cifras que suben velozmente demuestran que está por llegar el tiempo de la visitación de Dios. Aunque le repugna castigar, castigará sin embargo, y lo hará prestamente. Los que andan en la luz verán señales de un peligro inminente; pero no han de permanecer sentados en tranquila y despreocupada espera de la ruina, consolándose con la creencia de que Dios protegerá a su pueblo en el día de la visitación. Lejos de ello. Deben comprender que es su deber trabajar diligentemente para salvar a otros, esperando en Dios con fe vigorosa para obtener ayuda. "La oración del justo, obrando eficazmente puede mucho." (Sant. 5:16)

La levadura de la piedad no ha perdido todo su poder. En el tiempo en que son mayores el peligro y la depresión de la iglesia, el pequeño grupo que se mantiene en la luz estará suspirando y clamando por las abominaciones que se cometen en la tierra. Pero sus oraciones ascenderán más especialmente en favor de la iglesia, porque sus miembros están obrando a la manera del mundo.

No serán vanas las oraciones de estos pocos fieles. Cuando el Señor salga como vengador, vendrá también como protector de todos aquellos que hayan conservado la fe en su pureza y se hayan mantenido sin mancha del mundo. Será entonces el tiempo en que Dios prometió vengar a sus escogidos que claman día y noche, aunque sea longánime con ellos...

Aquellos que no sienten pesar por su propia decadencia espiritual ni lloran sobre los pecados ajenos quedarán sin el sello de Dios. (2 JT, p. 64,65, EGW)

C-2
El plan de Dios es que cada uno vele por sí mismo: "cuidando que tú también no seas tentado". La regla que aquí se expone está calculada para producir un reavivamiento en la iglesia. Tan pronto como alguien cae en alguna falta, el deber de cada uno no es ir inmediatamente a decírselo a algún otro, ni siquiera ir directamente al que cayó, sino preguntarse a uno mismo: '¿Cómo estoy yo? ¿Cuál es mi situación? ¿Acaso no soy culpable, si no de la misma falta, quizá de alguna igualmente reprobable? ¿No podría incluso ser que alguna falta en mí le haya llevado a su falta? ¿Estoy andando en el Espíritu, de forma que pueda restaurarlo, en lugar de alejarlo todavía más?' Eso resultaría en una completa reforma en la iglesia, y bien podría suceder que para cuando los demás hubiesen llegado a la condición en la que poder dirigirse al que cayó, éste hubiese ya escapado de la trampa del diablo...

Lo más importante al salvar a los pecadores, es mostrarnos uno con ellos. Es confesando nuestras propias faltas como salvamos a los demás. El que se siente sin pecado, no es ciertamente el que podrá restaurar al pecador. Si dices a alguien que cayó en la transgresión: '¿Cómo pudiste hacer una cosa así? ¡Yo jamás he hecho nada parecido en toda mi vida! ¡No comprendo cómo alguien con el más mínimo sentido del respeto propio haya podido caer en eso!', si así le hablas, habrías hecho mucho mejor quedándote en casa. Dios escogió a un fariseo, y sólo a uno, para ser su apóstol. Y no fue enviado hasta no haberse reconocido como el principal entre los pecadores...

Es humillante confesar el pecado, pero el camino de la salvación es el camino de la cruz. Es sólo mediante la cruz como Cristo pudo ser el Salvador de los pecadores. Por lo tanto, si hemos de compartir su gozo, tenemos que sufrir la cruz también con Él, "menospreciando la vergüenza". Recuerda esto: Es solamente confesando nuestros propios pecados como podemos salvar a otros de los suyos. Sólo así les podemos mostrar el camino de la salvación. El que confiesa sus pecados es el único que obtiene purificación de ellos, pudiendo así conducir a otros a la Fuente. (E.J.Waggoner, Las Buenas Nuevas, Gálatas 6:1,2)

D-1 (miércoles)
Sal. 135:14 "Porque Jehová juzgará a su pueblo, y se compadecerá de sus siervos."

¿Qué comprende la intercesión? Es la cadena áurea que une al hombre finito con el trono del Dios infinito. El ser humano, a quien Cristo ha salvado por su muerte, importuna ante el trono de Dios, y su petición es tomada por Jesús que lo ha comprado con su propia sangre. Nuestro gran Sumo Sacerdote coloca su justicia de parte del sincero suplicante, y la oración de Cristo se une con la del ser humano que ruega.

Cristo insta a su pueblo que ore sin cesar. Esto no significa que debiéramos estar siempre de rodillas, sino que la oración ha de ser como el aliento del alma. Nuestros pedidos silenciosos, doquiera estemos, han de ascender a Dios, y Jesús nuestro Abogado suplica por nosotros, sosteniendo con el incienso de su justicia nuestros pedidos ante el Padre. (AFC, 13 marzo, EGW)

Nuestro precioso Redentor está delante del Padre como nuestro intercesor... Los que quieran alcanzar la norma divina, escudriñen por sí mismos las Escrituras para que tengan un conocimiento de la vida de Cristo y la comprensión de su misión y obra. Contémplenlo como a su Abogado, que está dentro del velo, teniendo en su mano el incensario de oro, del cual asciende a Dios el santo incienso de los méritos de su justicia en favor de los que oran a él. Si ellos pudieran contemplarlo, experimentarían la seguridad de que tienen un Abogado poderoso e influyente en las cortes celestiales, y que su caso está ganado ante el trono de Dios...

Cuando confesáis vuestros pecados, cuando os arrepentís de vuestras iniquidades, Cristo toma vuestra culpabilidad sobre sí mismo y os imputa su propia justicia y poder. Para los contritos de espíritu, da el áureo aceite del amor y los ricos tesoros de su gracia. Entonces es cuando podéis ver que el sacrificio del yo ante Dios, mediante los méritos de Cristo, os hace de infinito valor, pues revestidos con el manto de la justicia de Cristo, os convertís en hijos e hijas de Dios. Los que se acercan al Padre, reconociendo el arco iris de la promesa, y piden perdón en el nombre de Jesús, recibirán lo que piden. Con la primera expresión de arrepentimiento, Cristo presenta la petición del humilde suplicante delante del trono como si fuera su propio deseo en favor del pecador. Dice: "Yo rogaré al Padre por vosotros" (Juan 16: 26). (AFC, 12 marzo, EGW)

D-2
Dado que "no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas" (Heb. 4:15), se deduce que tenemos un Pontífice que se puede compadecer de ellas. Y la forma en la que se puede compadecer, y se compadece de ellas, es que fue "tentado en todo según nuestra semejanza". No existe un solo punto en el que toda alma pueda ser tentada, en el que él no fuese exactamente de igual manera tentado, y sintió la tentación tan verdaderamente como cualquier alma humana pueda sentirla. Pero aunque fue tentado en todo como nosotros, y sintió el poder de la tentación de una forma tan real como cada uno de nosotros, en todo ello fue fiel, y pasó a través de todo ello "sin pecado". Y por la fe en él –en su fidelidad, en su fe perfecta- toda alma puede afrontar toda tentación y pasar a través de ella sin pecar.

Esa es nuestra salvación: que fue hecho carne como hombre, y debía ser en todo semejante a los hermanos, y ser tentado en todo según nuestra semejanza, "para venir a ser misericordioso y fiel Pontífice en lo que es para con Dios" (Heb. 2:17,18). Y eso, no sólo "para expiar los pecados del pueblo", sino también para "socorrer" –auxiliar, acudir en ayuda de, asistir y liberar del sufrimiento– "a los que son tentados". Él es nuestro misericordioso y fiel Sumo Sacerdote para socorrernos –acudir en auxilio nuestro–, para guardarnos sin caída al ser tentados, librándonos así de caer en el pecado. Acude a sostenernos, de tal manera que no caigamos en la tentación, sino que la conquistemos, y nos elevemos victoriosamente sobre ella, no pecando.

"Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión". Heb. 4:14. Y también por esa razón, "lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro". (vers. 16) (A.T. Jones, El camino consagrado, p. 41)

E-1(jueves)
Isa. 26:20, 21 "Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación. Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él..."

Estamos viviendo en el tiempo del fin. El presto cumplimiento de las señales de los tiempos proclama la inminencia de la venida de nuestro Señor. La época en que vivimos es importante y solemne. El Espíritu de Dios se está retirando gradual pero ciertamente de la tierra. Ya están cayendo juicios y plagas sobre los que menosprecian la gracia de Dios. Las calamidades en tierra y mar, la inestabilidad social, las amenazas de guerra, como portentosos presagios, anuncian la proximidad de acontecimientos de la mayor gravedad. Las agencias del mal se coligan y acrecen sus fuerzas para la gran crisis final. Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los movimientos finales serán rápidos. El estado actual de las cosas muestra que tiempos de perturbación están por caer sobre nosotros. Los diarios están llenos de alusiones referentes a algún formidable conflicto que debe estallar dentro de poco. Son siempre más frecuentes los audaces atentados contra la propiedad. Las huelgas se han vuelto asunto común. Los robos y los homicidios se multiplican. Hombres dominados por espíritus de demonios quitan la vida a hombres, mujeres y niños. El vicio seduce a los seres humanos y prevalece el mal en todas sus formas. El enemigo ha alcanzado a pervertir la justicia y a llenar los corazones de un deseo de ganancias egoístas. "La justicia se puso lejos: porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir." (Isa. 59:14) Las grandes ciudades contienen multitudes indigentes, privadas casi por completo de alimentos, ropas y albergue, entretanto que en las mismas ciudades se encuentran personas que tienen más de lo que el corazón puede desear, que viven en el lujo, gastando su dinero en casas lujosamente amuebladas y el adorno de sus personas, o lo que es peor aún, en golosinas, licores, tabaco y otras cosas que tienden a destruir las facultades intelectuales, perturban la mente y degradan el alma. Los gritos de las multitudes que mueren de inanición suben a Dios, mientras algunos hombres acumulan fortunas colosales por medio de toda clase de opresiones y extorsiones...

Mas, ¿quién reconoce las advertencias dadas por las señales de los tiempos que se suceden con tanta rapidez? ¿Qué impresión hacen a los mundanos? ¿Qué cambio podemos ver en su actitud? Su actitud no se diferencia de la de los antediluvianos. Absortos en sus negocios y en los deleites mundanos, los contemporáneos de Noé "no conocieron hasta que vino el diluvio y llevó a todos." (Mat. 24:39) Las advertencias celestiales les fueron dirigidas, pero rehusaron escuchar. Asimismo hoy el mundo, sin prestar atención alguna a las amonestaciones de Dios, se precipita hacia la ruina eterna.

Un espíritu belicoso agita al mundo. La profecía contenida en el undécimo capitulo del libro de Daniel está casi completamente cumplida. Muy pronto se realizarán las escenas de angustia descritas por el profeta. (3 JT, p. 280-283, EGW)

E-2
Cuán ciertas son las palabras inspiradas: "la Iglesia parecerá que cae". Cada vez se hace mas patente un alejamiento de la verdad del Evangelio y su poder transformador en la vida de los miembros de la iglesia remanente. Parece ser que nadie quiere vivir a los pies de la cruz y aprender de Cristo que es manso y humilde de corazón. (Mat. 11:28-30)

Sería por esto que se nos ha dicho: "Esforcémonos con todo el poder que Dios nos ha dado por estar entre los ciento cuarenta y cuatro mil" (RH, 9-3-1905). Las características espirituales de este grupo de redimidos son las que el cielo aprobará si hemos de heredar y vivir la eternidad junto a un Dios santo.

La verdad del Evangelio puede redimir el mal que predomina y proveernos el poder necesario para triunfar de una vez y por todas sobre el poder y el dominio del pecado sobre nosotros, manifestado en una vida egocéntrica (Isa. 53:6; Fil. 2:21) carente del amor ágape de Dios, que "no busca lo suyo" (1 Cor. 13:5).

Finalmente, Dios tendrá un pueblo que a los pies de la cruz habrá dejado toda forma de pecado, y estará listo para verle venir en gloria a esta tierra (Isa. 25:9).

Quienes formarán parte de los 144.000 no serán más que "los elegidos de Dios", y "fuera de duda", estos "lo sabrán dentro de poco" tiempo (1 MS, 205). (Héctor Delgado, Los 144.000)

(Selección, D.A.)