Lección Nº 4. "Prepárate para el encuentro"


A-1 (domingo)
Prov.14:31 "El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor; mas el que tiene misericordia del pobre lo honra."

[Se cita Isa. 58:1-4.]... En el tiempo en que Isaías recibió esta amonestación la casa de Jacob aparentaba ser un pueblo muy celoso, que buscaba diariamente, a Dios y se deleitaba en conocer sus caminos; pero en realidad estaba lleno de presuntuosa confianza propia. No caminaba en la verdad, No se practicaban la bondad, la misericordia y el amor. Entretanto que manifestaban apariencia de dolor por sus pecados, acariciaban el orgullo y la avaricia. Al mismo tiempo que hacían ostentación de humildad, exigían un duro trabajo de aquellos a quienes sojuzgaban o empleaban.Daban valor excesivo a todo lo bueno que habían hecho, pero menospreciaban en gran manera los servicios de otros. Despreciaban y oprimían al pobre. Y su ayuno sólo les daba una opinión más elevada de su propia bondad.

Hoy día hay entre nosotros pecados de esta misma naturaleza, los cuales traen el reproche de Dios sobre su iglesia. Dondequiera que haya tales pecados, no hay duda de que se necesitan días de ayuno y oración; pero deben ser acompañados de sincero arrepentimiento y decidida reforma. Sin una contrición tal del alma, esas ocasiones sólo aumentan la culpabilidad del transgresor. El Señor ha especificado el ayuno que ha elegido y que aceptará. Es el que da frutos para su gloria, de arrepentimiento, de consagración , y de verdadera piedad. [Se cita Isa. 58:6-7]

En el ayuno que Dios ha escogido se pondrán en práctica misericordia, ternura y compasión. Se repudiará la avaricia y habrá arrepentimiento del fraude y de la opresión, y se renunciará a ellos. Se usarán toda la autoridad e influencia para ayudar a los pobres y oprimidos. Si esta fuera la condición del mundo, no existiría más el proverbio: "La verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir... Y el que se apartó del mal fue puesto en prisión." (RH 13-10-1891)

Se necesita una influencia reformadora procedente de Dios.

El pueblo que aquí se describe comprende que no cuenta con el favor de Dios; pero en vez de buscar el favor divino de acuerdo al Señor, está en conflicto con Dios. En vista de que observan tantas ceremonias, preguntan por qué el Señor no les manifiesta un reconocimiento especial. Dios responde a su queja: "He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores. He aquí que para contiendas y debates ayunáis, y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto". Estos ayunos son sólo ostentación, mera máscara, un remedo de humildad. Esos adoradores lloran y se lamentan, pero retienen todos sus rasgos objetables de carácter. No han humillado su corazón ni lo han limpiado de la contaminación espiritual. No han recibido la lluvia enternecedora de la gracia de Dios. Están destituidos del Espíritu Santo, destituidos de la dulzura de la influencia celestial. No manifiestan arrepentimiento ni la fe que obra por el amor y purifica el alma. Son injustos y egoístas en sus tratos, oprimen sin piedad a los que consideran que son sus inferiores. Sin embargo, acusan a Dios de que se descuida en manifestar su poder para con ellos, y de ensalzarles por encima de otros debido a su propia justicia El Señor les envía un claro mensaje de reproche para mostrarles por qué no son visitados por su gracia (MS 48, 1900). (Ver en C.B.A.-T7-E.G.White-p.1171,1172)

A-2
Ahora, a pesar de que ha habido un esfuerzo determinado para dejar sin efecto el mensaje que Dios ha enviado, sus frutos han demostrado que venía de la fuente de la luz y verdad. De aquellos que han acariciado el prejuicio y la incredulidad, los que en lugar de ayudar a llevar a cabo la obra que el Señor quería que hiciesen, se han interpuesto para impedir el camino en contra de toda evidencia, no se puede suponer que tengan un claro discernimiento espiritual tras haber cerrado tan largamente sus ojos a la luz que Dios envió a su pueblo (Carta O-19, 1892).

El testimonio universal de los que se han pronunciado ha sido que ese mensaje de luz y verdad venido a nuestro pueblo es exactamente la verdad para este tiempo y allí donde ellos [Jones y Waggoner] visitan las iglesias, viene con seguridad la luz, el consuelo y la bendición de Dios (MS. 10, 1889).

Tras el encuentro de Minneapolis, cuán maravillosamente vino el Espíritu de Dios; los hombres confesaron que habían robado a Dios al retener diezmos y ofrendas. Se convirtieron muchas almas. Fueron traídos a la tesorería miles de dólares. Aquellos cuyos corazones estaban rebosantes del amor de Dios refirieron ricas experiencias (MS. 22, 1890). (E.G.White)

A veces pensamos que para solucionar problemas tales como la disminución o merma de diezmos y ofrendas en la tesorería de la iglesia, o cualquier otro tipo de inconvenientes económicos, incluso entre hermanos, son necesarios sermones y/o semanas de oración en relación con este asunto. ¿Pero no será quizás un problema más básico?. ¿Que tal si dedicamos esas semanas de oración en aprender a creer, y no tanto en persuadirnos a obrar?. Después de todo Jesús dice que: "Yo conozco tus obras" (Apoc.13:15), es decir, él ya sabe que podemos, con muchísimo esfuerzo, y de cara al exterior, tratar de ser generosos durante algún tiempo, pero ¿acaso no es eso lo que le está produciendo nauseas? (ver Amós 4:4,5).

¿Podemos discernir motivos egoistas al obrar sin "la fe que obra por el amor"? (Gal. 5:6)

Un solo tema girará alrededor de todos los demás, y hemos de estar seguros de que solucionará este tipo de problemas, y todos los demás: CRISTO NUESTRA JUSTICIA. Asi de sencillo, ¿lo creemos? (D.A.)

CENTINELA NOCTURNO

Señor, esta noche me conduelo por ti.
Soy un hijo privilegiado; duermo seguro, satisfecho;
Nada amenaza, ninguna llaga de abandonado doliente
en solitario lecho, quiebra mi saludable bienestar;
No respiro la angustia aterradora del corazón herido de muerte.
Ningún pobre...[mendigo] ensucia mi ventana
con sus enfangadas manos, ni mira al interior
con ojos enfermos de hambre y desamor.
¡Pero los hay a miles alrededor de tus ventanas!
Ningún maldito desheredado de casa y familia
me reclama el césped para dibujar su cama esta noche.
Ningún sollozo desconsolado me estremece desde antros de vicio,
ni me alarma el gélido lamento del suicida en su último gesto,
No me aflige el jadeo de ningún soldado herido lejos de su tierra.
No me perturba el ruido del frenazo, el choque, y el silencio
que sigue, en la calle ensangrentada. Ni siquiera llego a imaginar
la razón de las lágrimas tras la puerta de enfrente!
Pero durante las horas que las estrellas velan, tú no puedes dormir.
Tú no puedes pasar a la otra acera, ni mirar hacia el otro lado.
Tú recoges cada punzada de dolor, y cuentas nuestros suspiros.
Tuya es la agonía torturadora de sentir nuestra tragedia universal.
Señor, esta noche me conduelo por ti.
Pero ¿qué debo hacer yo? ¿cuál es mi parte?

–Robert J. Wieland

Esta poesía forma parte del libro: 'Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío'

B-1 (lunes)
Isa. 5:16 "Pero Jehová de los ejércitos será exaltado en juicio, y el Dios Santo será santificado con justicia"

La experiencia de Isaías representa a la iglesia de los últimos días.

[Se cita Isa. 6:1- 4.] Mientras el profeta Isaías contemplaba la gloria del Señor, quedó asombrado y abrumado por el sentimiento de su propia debilidad e indignidad, y exclamó: "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos".

Isaías había condenado los pecados de otros; pero ahora se vio a sí mismo expuesto a la misma condenación que había pronunciado contra ellos. En su culto a Dios se había contentado con una ceremonia fría y sin vida. No se había dado cuenta de esto hasta que recibió la visión del Señor. Cuán pequeños le parecieron entonces sus talentos y su sabiduría al contemplar la santidad y majestad del santuario [celestial]. ¡Cuán indigno era! ¡Cuán incapaz para el servicio sagrado! La forma en que se vio a sí mismo podría expresarse en el lenguaje del apóstol Pablo: "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7: 24).

Sin embargo, se envió alivio a Isaías en su angustia. [Se cita Isa. 6:6-7]...

La visión que le fue dada a Isaías representa la condición del pueblo de Dios en los últimos días. Este tiene el privilegio de ver por fe la obra que se está realizando en el santuario celestial: "Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo"(Ap.11:19). Mientras el pueblo de Dios mira por fe dentro del lugar santísimo, y ve la obra de Cristo en el santuario celestial, percibe que es un pueblo de labios inmundos; y pueblo cuyos labios con frecuencia han hablado vanidad, y cuyos talentos no han sido santificados y usados para la gloria de Dios. Bien podría desesperarse al contrastar su propia debilidad e indignidad con la pureza y el encanto del glorioso carácter de Cristo. Pero si lo desea, recibirá como Isaías la impresión que el Señor quiere hacer en el corazón. Hay esperanza para él si quiere humillar su alma ante Dios. El arco de la promesa está por encima del trono, y la obra hecha para Isaías se hará para el pueblo de Dios. Dios responderá a las peticiones que se eleven de los corazones contritos. (RH 22/12/1896)

Isaías recibió una maravillosa visión de la gloria de Dios. Vio la manifestación del poder de Dios, y después de haber contemplado su majestad recibió el mensaje de ir y realizar cierta obra; pero se sintió completamente indigno para ella. ¿Qué hizo que se considera. un indigno? ¿Pensó que era indigno antes de tener la visión de la gloria de Dios? No. Se imaginaba que era recto delante de Dios; pero cuando se le reveló la gloria del Señor de los ejércitos, cuando contempló la inexpresable majestad de Dios, dijo: "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado". Como seres humanos, ésta es la obra que necesitamos que se haga por nosotros. (RH 4- 6- 1889) (C.B.A.-T7-E.G.W. p. 1160,1161)

El profeta dice: "Pero quién es capaz de soportar el día de su advenimiento? ¿y quién podrá estar en pie cuando él apareciera? porque será como el fuego del acrisolador, y como el jabón de los bataneros; pues que se sentará como acrisolador y purificador de la plata; y purificará a los hijos de Leví; y los afinará como el oro y la plata, para que presenten a Jehová ofrenda en justicia" (Mal. 3:2,3, VM). Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo, sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos, deberán ser vencedores en la lucha con el mal. Mientras prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras se eliminan del santuario los pecados de los creyentes arrepentidos, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra. Esta obra se presenta con mayor claridad en los mensajes del capítulo 14 de Apocalipsis.

Cuando esta obra se haya consumado, los discípulos de Cristo estarán listos para su venida: "Entonces la ofrenda de Judá y de Jerusalén será grata a Jehová, como en los días de la antigüedad, y como en los años de remotos tiempos" (Mal. 3:4, VM). Entonces la iglesia que nuestro Señor recibirá para sí será una "iglesia gloriosa, no teniendo mancha, ni arruga, ni otra cosa semejante" (Efe. 5:27, VM). Entonces ella aparecerá "como el alba; hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejército con banderas tremolantes" (Cant. 6:10, VM)(C.S. p. 477, 478)

"El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse." (Fil. 2:6)

¡Qué pensamiento es éste! El que había sido uno con el Padre antes de que fuera hecho el mundo, tuvo tal compasión para el mundo perdido y arruinado por la transgresión que dio su vida como rescate por él. El que era el resplandor de la gloria del Padre, la expresa imagen de su persona, llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero, sufriendo el castigo de la transgresión del hombre hasta que se satisfizo la justicia y no se requirió más. ¡Cuán grande es la redención que se ha efectuado para nosotros, Tan grande que el Hijo de Dios murió la cruel muerte de la cruz para darnos vida e inmortalidad por la fe en él.

Este admirable problema, cómo podía ser justo Dios y, sin embargo, ser el Justificador del pecador, está más allá de la percepción mental humana. Cuando tratamos de sondearla, se amplía y profundiza más allá de nuestra comprensión...

Cuando el hombre pueda medir el excelso carácter del Señor de los ejércitos, y distinguir entre el Dios eterno y el hombre finito, sabrá cuán grande ha sido el sacrificio del Cielo para sacar al hombre de donde

estaba caído por la desobediencia para formar parte de la familia de Dios...Él [Cristo], quien llevó los pecados del mundo, es nuestro único medio de reconciliación con un Dios santo. (Youth's Instructor, 11-2-1897). (A.F.C., viernes 29 enero)

B-2
"Justicia" no es lo mismo que "santidad". En Lucas 1:35 leemos que Cristo sería "lo santo que nacerá". Pero a medida que creció como hombre y llegó finalmente hasta la cruz, desarrolló un carácter "justo". La santidad denota el carácter de alguien que es santo en una naturaleza impecable. Así, leemos acerca de "ángeles santos". Nunca acerca de "ángeles justos".

La justicia denota el carácter de aquel que, habiendo tomado la naturaleza humana pecaminosa, ha resistido y conquistado el pecado. Así, la frase "Cristo nuestra justicia", significa que Cristo "venció" y "condenó" al pecado en la misma naturaleza caída y pecaminosa que nosotros tenemos. Vino tan cerca de nosotros hace 2000 años, y por siempre a partir de entonces, que "condenó al pecado en la carne" (Apoc. 3:21; Rom. 8:3). Dado que el Padre y el Hijo son uno, y que el Padre estaba en Cristo en su encarnación, se presenta también al Padre como "justo". (2 Cor. 5:18,19) (R.J.Wieland)

El que Cristo fuera ese "ser santo", no es según la Biblia, condición suficiente (hablando en terminos humanos) para ser nuestro sacrificio, expiación y sumo sacerdote...Nunca se discutió que Cristo fuese perfectamente santo. Sin embargo, no es especialmente su santidad la que nos salva, sino su justicia. En el universo hay muchísimos seres santos que no pueden salvarnos. Sólo nuestro Redentor ,es además, el Justo.

El significado de "justo", en contraste (pero no en oposición) con el de santo, significa que Cristo, cuando ascendió al cielo, era tan santo como siempre lo había sido, pero además, tenía aquello que según el autor del libro de Hebreos lo calificaba para ser el verdadero sumo sacerdote (especialmente el capítulo 2 ), que es el haber conservado su inmaculada santidad en una carne como la nuestra, en una naturaleza "pecaminosa" (MM 181), "caída" (PE 150,152), como la de aquellos a quienes vino a redimir...

"¿Qué es la justicia de Dios? Es la santidad de Dios en relación con el pecado". (CBA T7, p. 963) (LB)

Aunque Jesucristo tuvo un nacimiento humilde, "fue declarado Hijo de Dios con potencia, según el espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos" (Rom. 1:4). ¿Acaso no era el Hijo de Dios antes de la resurrección? ¿No se lo había declarado ya como tal? Ciertamente, y el poder de la resurrección se manifestó durante toda su vida. Sin ir más lejos, el poder de la resurrección se demostró en el hecho de levantarse de los muertos, algo que hizo por el poder que moraba en Él. Pero fue la resurrección de los muertos la que estableció ese hecho más allá de toda duda, a la vista de los hombres.

Después de haber resucitado, fue a los discípulos y les dijo, "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (Mat. 28:18). La muerte de Cristo había desmoronado todas las esperanzas que habían puesto en Él, pero cuando "se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoles por cuarenta días"

(Hech. 1:3), tuvieron amplia demostración de su poder.

Su única obra a partir de entonces, sería dar testimonio de su resurrección y de su poder. El poder de la resurrección es según el Espíritu de santidad, ya que fue mediante el Espíritu como fue resucitado. El poder que se da para hacer al hombre santo, es el poder que resucitó a Cristo de los muertos. "Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos sean dadas de su divina potencia".(E.J.Waggoner)

C-1 (martes)
Isa. 1:13-14 "No me traigáis más vana ofrenda... no lo puedo sufrir...cansado estoy"

Necesitamos cultivar y ejercitar la fe. Nuestra fe debe manifestarse en obras. Debemos tener esa fe que obra por el amor y purifica el alma. La Palabra del Señor es vida y es poderosa, más aguda que cualquier espada de dos filos. Es poder cuando se la practica. La gran transformación que obra es interna. Comienza en el corazón y actúa hacia afuera. Con el corazón el hombre cree para justicia y con la boca confiesa para salvación. "Sacrificio y ofrenda no quisiste". Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado. Dios no se complace con una pretensión farisaica. (A.T.O. 16 enero, EGW)

La luz que Daniel recibió directamente de Dios fue proporcionada específicamente para estos últimos días. La visión que vio a orillas de los ríos Ulai y Hiddekel, los grandes ríos de Sinar, están ahora en proceso de cumplimiento y todos los eventos preanunciados ocurrirán pronto.

Considere las circunstancias en que vivía la nación judía cuando las profecías fueron dadas a Daniel. Los israelitas estaban en cautiverio, el templo había sido destruido y el servicio del templo suspendido. Su religión había estado centrada en las ceremonias del sistema de los sacrificios. Habían hecho de la forma exterior lo más importante, al mismo tiempo que habían perdido el espíritu de la verdadera adoración. Sus servicios estaban corrompidos con las tradiciones y prácticas del paganismo; y al cumplir los ritos de sacrificios no miraban más allá de la sombra de la realidad. No discernían a Cristo, la verdadera ofrenda por los pecados del hombre. El Señor decidió llevar a su pueblo a la cautividad y suspender los servicios del templo, a fin de que las ceremonias externas no llegaran a ser el todo de su religión. Los principios y las prácticas debían ser purificados de paganismo, el servicio ritual debía cesar a fin de que el corazón pudiera ser revitalizado. Fue quitada la gloria exterior para que pudiera revelarse la espiritual. (A.T.O. 27 mayo, EGW)

C-2
El "viejo hombre" asume nuevas formas.

Puesto que la orden de Jesús de tomar nuestra cruz cada día es necesaria debido a la resurrección diaria del "viejo hombre", haremos bien en prestar atención a las nuevas formas en las que éste vuelve a aparecer día a día.

* El "viejo hombre" puede ser un "yo" culto, educado, refinado y honorable.

* Puede tener excelentes gustos en arte, literatura y música, y moverse en los círculos más selectos. Pero no hay ninguna diferencia entre lo que concebimos como el reprobable "viejo hombre" y ese cultivado y orgulloso ego, excepto que el segundo es mucho más difícil de subyugar y someter a la cruz.

* El "viejo hombre" puede estar dedicado a las buenas obras en su familia o comunidad.

* Puede ostentar responsabilidades administrativas, figurar en clubes altruistas, estar dedicado a toda clase de buenas obras, mientras que deja de apreciar la mejor obra. Los políticos hacen muchas cosas buenas, y entre ellos hay muchos buenos hombres y mujeres. Pero cuán a menudo el aprecio de las personas es el ansiado fin, y el orgullo viene a ser la recompensa de sus labores. Triunfa el "viejo hombre".

* La forma más sutil que asume el "viejo hombre" es la religiosa. El orgulloso y pecaminoso ego encuentra su expresión en oraciones pías, exhortaciones y predicaciones. El orgullo espiritual no hace más que acrecentarse a consecuencia de los sacrificios llevados a cabo por el yo.

* De hecho, nadie hay tan expuesto a la sutil resurrección del "viejo hombre" como el ministro del evangelio. El desempeño de sus tareas, hasta incluso el así llamado evangelismo, pueden transformarse en las más mortíferas trampas que aparten realmente de las huellas de Cristo, en caso de no someterse diariamente al principio de la cruz.

* Toda la obra hecha en el "yo" tiene un significado siniestro, ya que es la pecaminosa expresión del egoísmo del "viejo hombre".

Esa es la razón por la que el Señor Jesús se verá obligado a revelar trágicos y monumentales engaños en el día postrero: En aquel día muchos me dirán: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?' Entonces les diré: '¡Nunca os conocí! ¡Apartaos de mí, obradores de maldad!' " (Mat. 7:22 y 23). Obraron maldad debido a que fue el yo quien obraba.

Todo cuanto puede hacer el yo: el pecado que lleva a la muerte

Dado que el mensaje de la cruz es "poder de Dios" (1 Cor. 1:18), toda predicación que niegue el principio de la cruz no puede ser otra cosa más que un intento de irrupción por parte de Satanás, mediante el "viejo hombre" como su agente.

Cuando es el yo quien obra, el "viejo hombre" se siente seguro de que lo ha estado realizando en el nombre de Jesús, lo que explica la perplejidad de los "muchos" que creyeron haber hecho todas aquellas buenas cosas "en tu nombre" (de Jesús).

Esos muchos a quienes el Señor niegue para siempre conocer en el día postrero, constituyen un grupo digno de lástima. ¡Se sintieron siempre tan seguros de estar sirviendo a Cristo! Alabaron prestamente al Señor por las maravillas realizadas, sin apercibirse de que su confianza estaba basada en los resultados que ellos creyeron ver. Vieron su obra en lugar de ver a Cristo. El "viejo hombre" actúa por vista, no por fe.

De buen grado alabaron al Señor por la maravillosa obra que realizaron, pero no discernieron el orgullo escondido en su acariciado sentimiento de que el Señor tuvo la fortuna de poder disponer de ellos para la realización de su obra. El engaño reviste en ocasiones un carácter tan cruel, que hasta "los mismos escogidos" resultan penosamente tentados.

Jesús sabía de esa sutil tentación cuando previno amorosamente a los discípulos contra el insidioso orgullo de la obra espiritual. Cuando "los setenta volvieron con gozo, diciendo: 'Señor, ¡hasta los demonios se nos sujetan en tu Nombre!'" (Luc. 10:17), la mente de Jesús fue rápidamente hasta el pecado original en el corazón de Lucifer, cuando éste era un ministro en el cielo, un "querubín cubridor".

Comprendió inmediatamente con qué facilidad la excitación producida por el gran éxito de los discípulos podía convertirse en el orgullo de Lucifer. "Les dijo: 'Yo veía a Satanás, que caía del cielo como un rayo... no os alegréis de que los espíritus se os sujeten, antes alegraos de que vuestro nombre está escrito en el cielo'" (Luc. 10:18 al 10). Si los pastores, evangelistas, obispos y otros responsables en la iglesia prestasen mayor atención a las palabras de Jesús, ¡cuántos obreros sinceros no resultarían capacitados para vencer la engañosa seducción del orgullo ministerial!. (Descubriendo la cruz- cap.7-R.J.Wieland)

D-1 (miércoles)
Isa. 45:22 "...Vuélvete a mí, porque yo [ya] te redimí"

Las parábolas de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo pródigo, presentan en distintas formas el amor compasivo de Dios hacia los que se descarriaron de él, [es decir, "todos nosotros" Isa. 53:6]. Aunque ellos se han alejado de Dios, él no los abandona en su miseria. Está lleno de bondad y tierna compasión hacia todos los que se hallan expuestos a las tentaciones del astuto enemigo.

En la parábola del hijo pródigo (Luc. 15:11-32), se presenta el proceder del Señor con aquellos que conocieron una vez el amor del Padre, pero que han permitido que el tentador los llevara cautivos a su voluntad...

Qué cuadro se presenta aquí de la condición del pecador! Aunque rodeado de las bendiciones del amor divino, no hay nada que el pecador, empeñado en la complacencia propia y los placeres pecaminosos, desee tanto como la separación de Dios. A semejanza del hijo desagradecido, pretende que las cosas buenas de Dios le pertenecen por derecho. Las recibe como una cosa natural, sin expresar agradecimiento ni prestar ningún servicio de amor...

Cualquiera sea su apariencia, toda vida cuyo centro es el yo, se malgasta. Quienquiera que intente vivir lejos de Dios, está malgastando su sustancia, desperdiciando los años mejores, las facultades de la mente, el corazón y el alma, y labrando su propia bancarrota para la eternidad. El hombre que se separa de Dios para servirse a sí mismo, es esclavo de Mammón. La gente que Dios creó para asociarse con los ángeles, ha llegado a degradarse en el servicio de lo terreno y bestial. Este es el fin al cual conduce el servicio del yo. Si habéis escogido una vida tal, sabed que estáis gastando dinero en aquello que no es pan, y trabajando por lo que no satisface. Llegarán horas cuando os daréis cuenta de vuestra degradación. Solos en la provincia apartada, sentís vuestra miseria, y en vuestra desesperación clamáis: "¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?"...

Las palabras del profeta contienen la declaración de una verdad universal cuando dice: "Maldito el hombre que confía en el hombre, y pone carne por su brazo y su corazón se aparta de Jehová. Pues será como la retama en el desierto, y no verá cuando viniere el bien; sino que morará en las securas en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada". Dios "hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos"; pero los hombres poseen la facultad de privarse del sol y la lluvia. Así, mientras brilla el Sol de Justicia, y las lluvias de gracia caen libremente para todos, podemos, separándonos de Dios, morar "en las securas en el desierto".

El amor de Dios aún implora al que ha escogido separarse de él, y pone en acción influencias para traerlo de vuelta a la casa del Padre. El hijo pródigo volvió en sí en medio de su desgracia. Fue quebrantado el engañoso poder que Satanás había ejercido sobre él. Se dio cuenta de que su sufrimiento era la consecuencia de su propia necedad, y dijo: "¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré, e iré a mi padre". Desdichado como era, el pródigo halló esperanza en la convicción del amor de su padre. Fue ese amor el que lo atrajo hacia el hogar. Del mismo modo, la seguridad del amor de Dios constriñe al pecador a volverse a Dios. "Su benignidad te guía a arrepentimiento". La misericordia y compasión del amor divino, a manera de una cadena de oro, rodea a cada alma en peligro. El Señor declara: "Con amor eterno te he amado; por tanto te soporté con misericordia".

En su juventud inquieta el hijo pródigo juzgaba a su padre austero y severo. ¡Cuán diferente su concepto de él ahora! Del mismo modo, los que siguieron a Satanás creen que Dios es duro y exigente. Creen que los observa para denunciarlos y condenarlos, y que no está dispuesto a recibir al pecador mientras tenga alguna excusa legal para no ayudarle. Consideran su ley como una restricción a la felicidad de los hombres, un yugo abrumador del que se libran con alegría. Pero aquel cuyos ojos han sido abiertos por el amor de Cristo, contemplará a Dios como un ser compasivo. No aparece como un ser tirano e implacable, sino como un padre que anhela abrazar a su hijo arrepentido. El pecador exclamará con el salmista: "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen".

En la parábola no se vitupera al pródigo ni se le echa en cara su mal proceder. El hijo siente que el pasado es perdonado y olvidado, borrado para siempre. Y así Dios dice al pecador: "Yo deshice como a nube tus rebeliones, y como a niebla tus pecados". "Perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado". "Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar". "En aquellos días y en aquel tiempo, dice Jehová, la maldad de Israel será buscada, y no parecerá, y los pecados de Judá, y no se hallarán"...

¡Qué seguridad se nos da aquí de la buena voluntad de Dios para recibir al pecador arrepentido! ¿Has escogido tú, lector, tu propio camino? ¿Has vagado lejos de Dios? ¿Has procurado deleitarte con los frutos de la transgresión, para hallar tan sólo que se vuelven ceniza en tus labios? Y ahora, desperdiciada tu hacienda, frustrados los planes de tu vida, y muertas tus esperanzas, ¿te sientes solo y abandonado? Hoy aquella voz que hace tiempo ha estado hablando a tu corazón, pero a la cual no querías escuchar, llega a ti distinta y clara: "Levantaos, y andad, que no es ésta la holganza; porque está contaminada, corrompióse, y de grande corrupción". Vuelve a la casa de tu Padre. El te invita, diciendo: "Tórnate a mí, porque yo te redimí".

No prestéis oído a la sugestión del enemigo de permanecer lejos de Cristo hasta que os hayáis hecho mejores; hasta que seáis suficientemente buenos para ir a Dios. Si esperáis hasta entonces, nunca iréis. Cuando Satanás os señale vuestros vestidos sucios, repetid la promesa de Jesús: "Al que a mí vienes, no le echo fuera". Decid al enemigo que la sangre de Jesucristo limpia de todo pecado. Haced vuestra la oración de David: "Purifícame con hisopo, y seré limpio: lávame, y seré emblanquecido más que la nieve".

Levantaos e id a vuestro Padre. El os saldrá al encuentro muy lejos. Si dais, arrepentidos, un solo paso hacia él, se apresurará a rodearos con sus brazos de amor infinito. Su oído está abierto al clamor del alma contrita. El conoce el primer esfuerzo del corazón para llegar a él. Nunca se ofrece una oración, aun balbuceada, nunca se derrama un lágrima, aun en secreto, nunca se acaricia un deseo sincero, por débil que sea, de llegar a Dios, sin que el Espíritu de Dios vaya a su encuentro. Aun antes de que la oración sea pronunciada, o el anhelo del corazón sea dado a conocer, la gracia de Cristo sale al encuentro de la gracia que está obrando en el alma humana...

El hijo mayor representaba a los impenitentes judíos del tiempo de Cristo, y también a los fariseos de todas las épocas que miran con desprecio a los que consideran como publicanos y pecadores. Por cuanto ellos mismos no han ido a los grandes excesos en el vicio, están llenos de justicia propia. Cristo hizo frente a esos hombre cavilosos en su propio terreno. Como el hijo mayor de la parábola, tenían privilegios especiales otorgados por Dios. Decían ser hijos en la casa de Dios, pero tenían el espíritu del mercenario. Trabajaban no por amor, sino por la esperanza de la recompensa. A su juicio, Dios era un patrón exigente. Veían que Cristo invitaba a los publicanos y pecadores a recibir libremente el don de su gracia -el don que los rabinos esperaban conseguir sólo mediante obra laboriosa y penitencia-, y se ofendían. El regreso del pródigo, que llenaba de gozo el corazón del Padre, solamente los incitaba a los celos.

La amonestación del padre de la parábola al hijo mayor, era una tierna exhortación del cielo a los fariseos. "Todas mis cosas son tuyas", -no como pago, sino como don. Como el pródigo, las podéis recibir solamente como la dádiva inmerecida del amor del Padre.

La justificación propia no solamente induce a los hombre a tener un falso concepto de Dios, sino que también los hace fríos de corazón y criticones para con sus hermanos. El hijo mayor, en su egoísmo y celo, estaba listo para vigilar a su hermano, para criticar toda acción, y acusarlo por la menor deficiencia. Estaba listo para descubrir cada error, y agrandar todo mal acto. Así trataría de justificar a su propio espíritu no perdonador. Muchos están haciendo lo mismo hoy día. Mientras el alma está soportando sus primeras luchas contra en diluvio de tentaciones, ellos se mantienen porfiados, tercos, quejándose, acusando. Pueden pretender ser hijos de Dios, pero están manifestando el espíritu de Satanás. Por su actitud hacia sus hermanos, estos acusadores se colocan donde Dios no puede darles la luz de su presencia.

Muchos se están preguntando constantemente: "¿Con qué prevendré a Jehová, y adoraré al alto Dios? ¿vendré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Agradaráse Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite?" Pero, "oh hombre, él te ha declarado qué sea lo bueno, y qué pida de ti Jehová: solamente hacer juicio, y amar misericordia, y humillarte para andar con tu Dios".

Este es el servicio que Dios ha escogido: "Desatar las ligaduras de impiedad, deshacer los haces de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo..., y no te escondas de tu carne". Cuando comprendáis que sois pecadores salvados solamente por el amor de vuestro Padre celestial, sentiréis tierna compasión por otros que están sufriendo en el pecado. No afrontaréis más la miseria y el arrepentimiento con celos y censuras. Cuando el hielo del egoísmo de vuestros corazones se derrita, estaréis en armonía con Dios, y participaréis de su gozo por la salvación de los perdidos.

Es cierto que pretendes ser hijo de Dios, pero si esta pretensión es verdadera, es "tu hermano" el que "muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es hallado". Está unido a ti por los vínculos más estrechos; porque Dios lo reconoce como hijo. Si niegas tu relación con él, demuestras que no eres sino asalariado en la casa, y no hijo en la familia de Dios.

Aunque no os unáis para dar la bienvenida a los perdidos, el regocijo se producirá, y el que haya sido restaurado tendrá lugar junto al Padre y en la obra del Padre. Aquel a quien se le perdona mucho, ama mucho. Pero vosotros estaréis en las tinieblas de afuera. Porque "el que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es amor". (PVGM-cap. "La rehabilitación del hombre", E.G.White)

D-2
"¿A quién justifica el Señor? [Congregación: ‘Al impío’]. Si fuese de otra manera, no habría para mí esperanza alguna. Si hubiese justificado solamente a personas que tuvieran algo de bueno en ellas mismas, yo quedaría excluido. Pero gracias sean dadas al Señor por su gran bondad. Dado que Él justificó al impío (Rom. 6:6, 8 y 10), tengo la perfecta seguridad de su salvación eterna. ¿Os parece que hay alguna cosa capaz de impedir mi felicidad? ‘Al que no obra’: si requiriese obras, nunca podría aportar las suficientes. Pero ¡ah!, como leímos anoche, ‘De balde fuisteis vendidos. Por tanto, sin dinero seréis rescatados’ (Isa. 52:3). Sin dinero; no sin precio. Pero Él ha pagado ya ese precio. He oído decir a algunos hermanos: ‘Doy gracias al Señor porque confío en Él’. Sin embargo, yo le doy gracias porque confía en mí. Es muy poca cosa el que el hombre confíe en el Señor; pero que el Señor confíe en mí, es algo que va más allá de mi comprensión. Y estoy agradecido porque el Señor haya tenido esa confianza al arriesgarse de esa forma por mí.

‘David habla también de la dicha del hombre a quien Dios atribuye justicia aparte de las obras’ (Rom. 4:6). ¿Hay alguien aquí que conozca la miseria del que procura obtener la justicia por las obras?

‘Para que la bendición de Abraham fuese sobre los Gentiles en Cristo Jesús’ (Gál. 3:14). Cuando nosotros como pueblo, como iglesia, hayamos recibido la bendición de Abraham, ¿qué vendrá entonces? [Congregación: ‘La lluvia tardía’]. ¿Qué podría, pues, impedir el derramamiento del Espíritu Santo? [Voz: ‘La incredulidad’]. Nuestra carencia de la justicia de Dios, que viene por la fe; eso es lo que lo retiene" (Jones, General Conference Bulletin 1893, sermón 16, selección).

Cristo hizo su obra desde lo antiguo. " ‘Nos hizo aceptos en el Amado’ (Efe. 1:6). ¿Cuándo fue eso? [Congregación: ‘Antes de la fundación del mundo’]. Lo hizo todo antes de que tuviésemos la menor oportunidad de hacer nada- mucho antes de que naciéramos-,antes que el mundo fuese creado. ¿No veis como es el Señor quien obra, a fin de que podamos ser salvos y podamos tenerlo a Él?

Por lo tanto, podemos estar seguros de que nos escogió. Él afirma que es así. Podemos estar seguros de que nos predestinó a la adopción de hijos. Podemos estar seguros de todas estas cosas, pues es Dios quien las declara, y así han de ser. ¿No se trata acaso de un inmenso festín? (Id, nº 17, selección).

"Todos los que estaban en el mundo estaban incluidos en Adán; y todos los que están en el mundo están incluidos en Cristo. Dicho de otro modo: Adán, con su pecado, afectó a todo el mundo; Jesucristo, el segundo Adán, afecta en su justicia a toda la humanidad...

Encontramos aquí a otro Adán. ¿Afecta a tantos como afectó el primer Adán? Esa es la cuestión... Ciertamente lo que hizo el segundo Adán afecta a todos los que resultaron afectados por lo que hizo el primero...

El asunto es: ¿Afecta la justicia del segundo Adán a tantos como afectó el pecado del primer Adán? Examinadlo detenidamente. Totalmente al margen de nuestro consentimiento, sin nada que ver con él, estuvimos incorporados al primer Adán; estábamos allí...

Jesucristo, el segundo hombre, tomó nuestra naturaleza pecaminosa. Nos tocó "en todo". Se hizo nosotros y murió la muerte. Así, en Él y en ello, todo hombre que haya poblado la tierra y que estuviera implicado en el primer Adán, está igualmente implicado en esto, y volverá a vivir. Habrá una resurrección de los muertos, tanto de justos como de injustos. Toda alma se levantará –por virtud del segundo Adán– de la muerte que el primero trajo... (N.T. Ver 1 Cor. 15:22; Hech. 24:15; Juan 5:28 y 29; CS 599).

Siendo Cristo quien nos ha liberado del pecado y la muerte que vinieron sobre nosotros por el primer Adán, esa liberación es para todo hombre, y cada uno puede poseerla si así lo elige.

El Señor no obligará a nadie a aceptarla... Nadie sufrirá la segunda muerte sin haber escogido el pecado en lugar de la justicia, la muerte en lugar de la vida" (Jones, General Conference Bulletin 1895, 268, 269).

E-1
Sof. 1:12,14,15 "Acontecerá en aquel tiempo que yo escudriñaré a Jerusalén con linterna, y castigaré a los hombres que reposan tranquilos como el vino asentado, los cuales dicen en su corazón: Jehová ni hará bien ni hará mal... Cercano está el día grande de Jehová, cercano muy próximo; es amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente. Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento...ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra." [no en; es decir, Dios destruye a los que son "de la tierra", no a todos los que estan "en la tierra"]

La cruz del Calvario es una poderosa exhortación que nos da una razón por la cual debiéramos amar a Cristo ahora y por qué debiéramos considerarlo primero, lo mejor y último en todas las cosas. Debiéramos ocupar el lugar que nos corresponde, humildemente arrepentidos, al pie de la cruz. Podemos aprender una lección de humildad y mansedumbre al subir al Calvario, contemplar la cruz y ver la agonía de nuestro Salvador, el Hijo de Dios que muere, el Justo por los injustos. Contemplad a Aquel que, con una palabra, podía convocar a legiones de ángeles para que lo ayudaran, sometido al vilipendio, burla, oprobio y odio. Se entregó a sí mismo por el pecado. Cuando lo Vilipendiaban, no amenazaba; cuando fue falsamente acusado, no abrió su boca. Oró en la cruz por sus asesinos. Murió por ellos, pagando un precio infinito por cada uno de ellos. No quiere perder a uno solo de los que ha comprado a un precio tan elevado. Sin un solo murmullo, se entregó para ser herido y azotado. Y esa víctima que no se queja es el Hijo de Dios...

El hijo de Dios fue rechazado, y despreciado por nosotros. Al ver plenamente la cruz, al contemplar por fe los sufrimientos de Cristo, ¿podéis narrar vuestra historia de dolor y vuestras pruebas? ¿Podéis alimentar la venganza contra vuestros enemigos en vuestro corazón mientras la oración de Cristo sale de sus labios pálidos, y temblorosos en favor de sus escarnecedores, de sus asesinos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (vers. 34 )?...

Ya es sobrado tiempo de que dediquemos las pocas horas que nos quedan del tiempo de gracia para lavar las ropas de nuestro carácter y emblanquecerlas en la sangre del Cordero, a fin de que seamos de esa multitud cubierta de mantos blancos que estará en pie delante del gran trono blanco. (Review and Herald, 2-8-1881) (AFC, 28 Feb. E.G.White)

Que nadie siga el ejemplo de las vírgenes necias, y piense que será seguro esperar hasta que venga la crisis, antes de obtener una preparación del carácter para estar firme en ese tiempo. Será demasiado tarde buscar la justicia de Cristo cuando se llame a los invitados para examinarlos. Ahora es el momento de revestirse de la justicia de Cristo, el traje de bodas que os habilitará para entrar en la cena de bodas del Cordero. En la parábola, las vírgenes necias aparecen pidiendo aceite, sin que lo consiguieran. Esto es un símbolo de los que no se han preparado desarrollando un carácter para permanecer en el tiempo de crisis. Es como si fueran a sus vecinos y les dijeran: Déme su carácter, o me perderé. Las que fueron sabias no pudieron compartir su aceite con las lámparas vacilantes de las vírgenes necias. El carácter no es transferible. No puede comprarse ni venderse; debe adquirirse. El Señor ha dado a cada uno la oportunidad de obtener un carácter recto mediante las horas de prueba...

El día viene, y está cercano, cuando cada fase del carácter se revelará por medio de tentaciones especiales. Los que permanezcan fieles a los principios, que ejerzan fe hasta el fin, serán los que habrán permanecido fieles bajo las pruebas durante el tiempo de gracia, y que habrán formado caracteres a la semejanza de Cristo. Los que han cultivado una estrecha relación con Cristo, mediante su sabiduría y gracia, son los participantes de la naturaleza divina. Pero ningún ser humano puede darle a otro devoción del corazón y nobles cualidades de la mente, y suplir sus deficiencias con poder moral (Youth's Instructor, 16-1-1896).

Que nadie descarte el día de preparación, no sea que se oiga el anuncio: "¡Aquí viene el esposo; salid a recibir e!" y os encuentre como las vírgenes necias, sin aceite en vuestras lámparas. (Id., 30-1-1896). (AFC,10 Dic. E.G.White)

En nuestros días se representa el amor de Dios como de un carácter tal que impediría que él destruyese al pecador. Los hombres razonan en base a su propia norma inferior de lo correcto y justo. "Pensabas que de cierto sería yo como tú" (Sal. 50: 21). Miden a Dios comparándolo con ellos mismos. Razonan sobre cómo actuarían bajo las circunstancias y llegan a la conclusión de que Dios haría como ellos se imaginan que haría...

En ningún reino ni gobierno se les permite decir a los transgresores de la ley qué castigo debe ejecutarse contra aquellos que han violado la ley. Todo lo que tenemos, todas las mercedes de su gracia que poseemos, se las debemos a Dios. El carácter ofensivo del pecado contra un Dios tal no puede estimarse más de lo que pueden medirse los cielos con un palmo. Dios es un gobernador moral así como un Padre. Es el Legislador. Hace y ejecuta sus leyes. La ley que no tiene penalidad, no tiene fuerza.

Puede presentarse el razonamiento de que un Padre amante no aceptaría que sus hijos sufriesen el castigo de Dios por fuego, teniendo el poder para socorrerlos. Pero por el bien de sus súbditos y por su seguridad, Dios castigará al transgresor. Dios no obra basado en el plan del hombre. El puede aplicar una, justicia infinita que el hombre no tiene derecho de administrar a un semejante. Noé habría desagradado a Dios si hubiese ahogado a uno de los escarnecedores y burladores que lo hostigaban, pero Dios ahogó al vasto mundo. Lot no habría tenido derecho de infligir castigo a sus yernos, pero Dios lo haría usando de estricta justicia.

¿Quién dirá que Dios no hará lo que él dice que hará? 12 MR 207-209; 10 MR 265 (1876). (EVUD, p. 245, E.G.White)

E-2
"El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador. Todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos" (El Conflicto, p. 542). Esa "fe" es la única rienda eficaz contra la intemperancia. El temor a la enfermedad o a los accidentes, incluso hasta la muerte o el infierno mismos, no son motivaciones que proporcionen el poder necesario. Podemos seguir inculcando la temperancia por la fuerza del temor, pero eso no guardará a nuestros jóvenes en el día de la tentación:

Podemos explayarnos en el castigo de cada pecado, y en los horrores del castigo infligido a los culpables, pero eso no enternecerá ni subyugará el alma (MS. 55, 1890).

La gran "maquinaria" celestial está especialmente dedicada a la salvación de los pecadores, no a su condenación (Juan 3:17). Muchos se sorprenden al conocer que el Padre ha rehusado juzgar a nadie, y que ha dado todo el juicio al Hijo (Juan 5:22). El texto dice que declina toda obra de juicio por haberla puesto en manos de Cristo, puesto que éste es el Hijo del hombre. Así, puedes estar seguro de que el Padre jamás te condenará.

La misma seguridad puedes tener de que Cristo tampoco va a condenarte. Él dijo que rehusaba juzgar a nadie, en el sentido de condenarlo. El único juicio que pronunciará es el de vindicación, de absolución, para aquellos que aprecian su cruz: "Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo" (Juan 12:47).

Por consiguiente, todo aquel que sea finalmente condenado, lo será por su propio juicio incriminatorio, en razón de no haber creído al evangelio: "El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el último día" (vers. 48).

La "ira" de la que el Señor quiere salvarnos, no es la "ira de Dios". La traducción interlineal de F. Lacueva, en Romanos 5:9, es: "seremos salvos mediante él [Cristo] de la ira". Dios quiere ahorrarnos la terrible experiencia, en el día del juicio final, de nuestra propia ira, de aborrecernos a nosotros mismos por haber desperdiciado una vida en la búsqueda egoísta de nuestros intereses, por las oportunidades rechazadas, y por habernos entregado a una rebelión enteramente injustificada contra su gracia.

Decimos que Dios es amor, y que es nuestro amigo, entonces ¿que responderemos a la pregunta: ‘mata Dios’? ¿Cómo ver esa cuestión?

No es un tema agradable de tratar (tampoco agrada a Dios). No ha de ser el centro de nuestra predicación, y trataremos de evitarlo en lo posible. Desde luego, podemos estar seguros de que nuestro Padre celestial no es un cruel tirano peor que Nerón, Hitler o Stalin, alguien sádico y vengativo hacia los desafortunados que hayan descuidado su preparación para entrar en la Nueva Jerusalem.

Pero tampoco nos entregaremos a tortuosos intentos de interpretar o contradecir la clara enseñanza de las Escrituras a propósito de que el Señor, en ciertas ocasiones, ha destruido a personas de forma ejecutiva, judicial. Las tales estaban en abierta e irreversible rebelión contra el plan de la salvación, y eran una maldición para ellas mismas y para los demás.

El carácter de Dios es el ágape (amor). Lo ha sido siempre, y siempre lo será. Pero eso no significa que no exista sentencia ejecutiva divinamente pronunciada sobre los malvados que no se hayan arrepentido finalmente. Ha de llegar un tiempo en el que les retire el don de la vida que despreciaron. La Biblia nos habla de Dios efectuando aquello que deseó evitar.

En un juicio tal, Dios no actuará unilateralmente. Será ratificado por el universo entero (Apoc. 16:5-7). El dejar de sostener a los malvados, es para Él una "extraña obra" (Isa. 28:21). Sin embargo, no deja de ser una revelación más de su amor, ya que en nada beneficiaría el perpetuar la existencia de personas que viviesen solamente para cosechar miseria.

Los mensajeros de 1888 destacaron el carácter de amor de Dios, incluso al referirse a la suerte final de los perdidos:

… y por otra parte, la consumación de la obra del evangelio significa precisamente la destrucción de todos quienes hayan dejado de recibir el evangelio (2 Tes. 1:7-10), ya que no es la voluntad del Señor preservar la vida a hombres cuyo único fin sería acumular miseria sobre sí mismos (A. T. Jones, El Camino consagrado a la perfección cristiana, p. 83).

El incrédulo que rechaza al Salvador, "ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios" (Juan 3:18). Está viviendo ya bajo el juicio.

Cuando Dios se ve obligado a retirar ese subsidio vital que los perdidos despreciaron de forma repetida y final, éstos tienen que perecer. De hecho, para aquellos impenitentes, el enfrentarse a Él en el juicio significará la autodestrucción, "porque nuestro Dios es un fuego consumidor" para el pecado (Heb. 12:29). Por lo tanto, los que se aferraron al pecado, tal como hace una viña al árbol que le sirve de soporte, tienen que perecer junto con el pecado.

¿Nos proporciona E. White alguna ayuda al respecto?

Aunque no podemos citarlos todos, reproducimos algunos fragmentos en los que puede apreciarse su posición en armonía con lo expuesto anteriormente:

Todo lo que el hombre siembre, eso también segará" (Gál. 6:7). Dios no destruye a ningún hombre. Todo hombre destruido lo será al destruirse a sí mismo. Cuando un hombre toma a la ligera las admoniciones de la conciencia, está sembrando las semillas de la incredulidad y éstas producirán una cosecha segura (Our High Calling, p. 26).

Dios no asume nunca para con el pecador la actitud de un verdugo que ejecuta la sentencia contra la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a los que rechazan su misericordia, para que recojan los frutos de lo que sembraron sus propias manos (El Conflicto, p. 40).

Dios ha declarado que el pecado debe ser destruido por ser un mal ruinoso para el universo. Los que se adhieren al pecado perecerán cuando éste sea destruido (Palabras de vida del gran Maestro, p. 94).

¿Cómo tendrá lugar esa cosecha, o "destrucción"? E. White no se contradice. Lo que sigue da la clave para resolver aparentes contradicciones, y demuestra la perfecta armonía que caracteriza sus numerosas declaraciones:

Cristo dice: "Todos los que me aborrecen, aman la muerte" Dios les da la existencia por un tiempo para que desarrollen su carácter y revelen sus principios. Logrado esto, reciben los resultados de su propia elección. Por una vida de rebelión, Satanás y todos los que se unen con él se colocan de tal manera en desarmonía con Dios que la misma presencia de él es para ellos un fuego consumidor. La gloria de Aquel que es amor los destruye (El Deseado, p. 712,713).

¿Destruye, pues, Dios finalmente a los malvados en el día final?

Pablo declara que "la paga del pecado es muerte" (Rom. 6:23), y una traducción alternativa sería, "el pecado paga su propio salario: la muerte". Si uno muere de cáncer de pulmón, tras haber fumado durante años, ¿podríamos decir que Dios lo destruyó? En cierto sentido sí, puesto que son las leyes de Dios las que el fumador transgredió. Pero ciertamente, se ha destruido a sí mismo, según la mejor comprensión del lenguaje humano.

En este tema, están fuera de lugar la controversia y los anatemas. Hay que ser cuidadosos con dividir congregaciones y desanimar a hermanos y hermanas. Podemos encontrar diez lugares en la Escritura que dicen que Dios endureció el corazón de Faraón, y otros diez que dicen que fue él quien endureció su propio corazón (Éx. 8:15,32 y 9:12, etc.).

Si damos lugar al odio o el resentimiento, a propósito de ese u otros puntos controvertidos, podemos terminar autodestruyéndonos, ya que "todo aquel que aborrece a su hermano es homicida" (1 Juan 3:15). (R.J.Wieland, "Alumbrados por su gloria", cap.2)

(Selección, D.A.)