Bienvenidos, Priscila y Aquila
En Hechos 18:24 y 25, leemos que Apolos era "varón elocuente, poderoso en las Escrituras instruido en el camino del Señor; y ferviente de espíritu", que enseñaba "diligentemente las cosas que son del Señor".
¿Te gustaría que el registro sagrado dijese eso de ti? Aún sin conocerte, puedo estar seguro de ello. Es casi lo mismo que escuchar la voz de Jesús diciendo: 'Bien, buen siervo entra en el gozo de tu Señor'. ¡Qué alegría tendremos ese día! ¿Dónde quedarán entonces los capítulos tristes de nuestra vida pasada? Pero tal como sucedió con Apolos, Dios ha dispuesto que antes salgamos vencedores de cierta experiencia.
Permíteme que te haga una pregunta en este punto: Imagina que Dios declarase de ti que eres un "varón elocuente, poderoso en las Escrituras instruido en el camino del Señor; y ferviente de espíritu", que enseña "diligentemente las cosas que son del Señor". Después de eso, ¿cómo te sentirías si viniese alguien intentando instruirte "más particularmente en el camino de Dios"?
Apolos era un auténtico hombre de Dios. No cabe una descripción más positiva de su ministerio: elocuente, instruido, diligente, poderoso y ferviente. Pero ¿cómo reaccionará cuando Dios le tenga que proporcionar más luz mediante Priscila y Aquila (el equivalente a lo que hoy consideraríamos como dos simples laicos desprovistos de credenciales académicas)? ¿Cómo reaccionarías tú?
Quizá fuiste ateo antes de bautizarte. Un día, alguien te mostró las profecías de Daniel 2. Al ver su increíble cumplimiento en la historia, se despertó en ti la convicción de que había un Dios en los cielos; tu conciencia comenzó a despertar. Y no fuiste a consultar a tu profesor de ciencias naturales o de filosofía para saber qué tenías que hacer con aquel hilito de esperanza que apareció en tu corazón, bajo el influjo del Espíritu Santo. Tu decisión no estaba bien vista por la mayoría, pero no te importó convertirte en impopular. Viste a Cristo crucificado por ti, y eso te hizo fuerte. No consultaste con "sangre y carne", y hoy te gozas en la fe y la salvación. ¡Magnífico!
Quizá fuiste católico o evangélico. Descubriste que no es posible pagar la salvación, porque según la Biblia, es un don gratuito. Viste que no es necesaria la mediación de los santos, porque Jesús intercede por ti, y puedes hablar con Dios sin intermediarios. Comprendiste que Jesús vendría muy pronto, y que la doctrina y práctica populares no podrían nunca prepararte para venir al encuentro de tu Dios. Viste que la ley no está clavada en el madero. Lo viste porque así lo afirma la Biblia, y alguien te enseñó a amar y creer en ella, te enseñó que allí está la única autoridad, y que ningún hombre tiene el derecho a dirigir tu conciencia. Entonces no fuiste al sacerdote o al pastor, a preguntar qué tenías que hacer con la verdad del sábado, del estado de los muertos, etc. Los muchos y los más sabios decían lo contrario. "Siempre había sido" de otra manera, pero tú preferiste tenerte por Dios y su verdad desde el mismo instante en que la comprendiste. Ni siquiera el ridículo y el desprecio pudieron asfixiar en ti la obra de la gracia. Le dijiste que sí al Espíritu Santo, y aquí estás hoy, agradeciendo al Señor por la forma en que te guió a la verdad, y deseoso de seguir sirviéndole lo mejor que sabes. ¡Maravilloso!
De eso hace ya bastantes años. Desde entonces has progresado notablemente en madurez y experiencia, y tu iglesia te ha honrado asignándote responsabilidades. Sí, has llegado a ser un eficaz siervo de Dios. Subrayo que eres un auténtico siervo del Señor, y quizá no sea nada exagerado aplicarte las palabras de encomio que recibió Apolos.
Pero ahora llegan Priscila y Aquila con preciosa verdad bíblica que va más allá de la que conoces. Te declaran "más particularmente el camino de Dios". ¿Qué harás ahora?
¿Sigues conservando esa frescura, esa humildad, esa sencillez, esa libertad, esa independencia, esos reflejos espirituales, esa entereza que ya demostraste en aquel momento de tu entrega al Señor, y que tanto te gusta recordar?
Quizá tu caso sea más complicado que los dos ya citados; quizá no fuiste ateo, católico, ni evangélico, sino que naciste en el seno de una familia y ambiente adventistas, en donde nunca tuviste la necesidad de demostrar tu fidelidad a Dios, al precio de ganarte la cruel oposición del "mundo". En cualquier caso, la verdad, que está en continua expansión, tendrá que probarte algún día. A José todo le iba aparentemente bien, hasta que "fue vendido por siervo. Afligieron sus pies con grillos; en hierro fue puesta su persona. Hasta la hora que llegó su palabra, el dicho de Jehová le probó" (Sal. 105:17-19).
Dios quiere saber quiere que sepas si sigues teniendo esa saludable disposición que te llevó a no consultar con tu sacerdote, pastor, o profesor, al serte presentada la verdad, sino a ser fiel a tu conciencia ante la evidencia bíblica de la verdad. Quiere saber si sigues teniendo esa maravillosa disposición que te llevó a decir ¡Amén!, y que permitió que recibieses la verdad, y a Cristo en ella. Quiere saber si las preguntas, reservas y argumentos que ahora controlan tu abordaje a la verdad, te habrían permitido aceptar al Nazareno en caso de haber vivido hace dos mil años, o bien si consituyen el tipo de mentalidad que te habría llevado como "buen" israelita, a preferir "la ley" de Moisés, y a condenar al Disidente.
Dios sabe que necesitas toda la luz que Él quiere darte, y no solamente aquella que tuviste. También sabe si nuestra fe está fundada sobre la sólida Roca, o bien si ha ido, poco a poco, encontrando sus puntales en opiniones de manufactura humana. Pero nosotros, a veces, no lo sabemos. ¿Hemos puesto al hombre donde sólo Dios tiene que estar?
Efectivamente, la palabra de Dios nos tiene que probar aún. Antes de oír sus palabras de aprobación "Buen siervo", hemos de ser probados por su palabra. Cuando Dios nos da mayor luz y nos otorga una comprensión más profunda de la verdad, se hace evidente si seguimos estando decididamente de parte de Él, o si hemos desarrollado una facilidad para imaginar evidencias, recabar opiniones y apoyos humanos a fin de justificar nuestro rechazo a aquello que nos resulta impopular e inconveniente, a aquello que rebaja nuestro orgullo hasta la altura del polvo.
Sin quererlo, acude a la mente la forma en que tan tristemente actuaron los contemporáneos de Jesús. Quizá hayamos de señalar aquí que los que desarrollaron un espíritu tal eran dirigentes y miembros legítimos del auténtico pueblo de Dios, todos ellos devotos creyentes, que estudiaban las Escrituras, que no cesaban de orar, que hacían obra misionera (Mat. 23:15), que iban cada sábado a la iglesia, y que daban los diezmos y ofrendas. Todo ello, sin embargo, no les impidió unirse para gritar "¡Crucifícale!"
Imagínate cómo se sentiría tu Salvador si quisiese proporcionarte más luz, si quisiese prepararte para un gran avance de su obra, y tú que lo aceptaste gustoso hace años, tú que eres su representante, que eres "elocuente, instruido, diligente, poderoso y ferviente" decidieses ahora rechazarlo en esa luz que Él envía, y que resulta nueva para ti, por razones similares a las que llevaron a los Judíos a rechazar a Cristo mismo. ¡Tú que te quedas perplejo cuando presentas la verdad bíblica a otros, y en lugar de aceptarla, manifiestan indiferencia y rechazo porque su dirigente espiritual les ha advertido contra personas como tú, y contra verdades como esas!
La verdad del sábado, el estado de los muertos, el bautismo, la segunda venida del Señor, piensas, están tan claras en la Biblia, que no comprendes cómo puede ser que aquel vecino, compañero de trabajo o familiar con el que varias veces has hablado, no las quiera aceptar. El Espíritu Santo trabaja en su corazón. Jesús lo está atrayendo. Tú haces lo que puedes. Sin embargo, él rechaza la verdad porque otros lo hacen. Y claro, él piensa que no puede ser que tantos estén equivocados, y tú estés en lo cierto Sobre todo teniendo en cuenta que los que lo rechazan son hombres de bien, dirigentes espirituales, respetables e instruidos, y sobre todo, son mayoría.
Creo que me entiendes. No obstante, tras haberte comparado con Apolos, no quisiera de ninguna manera que deduzcas que quien escribe se considera una especie de Priscila y Aquila, un portador de "nueva luz". Decididamente NO.
Sin embargo, tras haber meditado en asuntos referentes a tu relación con Dios, quisiera pedirte que me acompañes un poco más, y llevemos nuestro pensamiento del terreno de lo personal, al horizonte más amplio de la relación de Cristo con su iglesia.
E. White dijo en una ocasión que "el chasco de Jesús va más allá de toda posible descripción" (RH 15 diciembre 1904).
Jesús es experto en chascos. Es un varón de dolores, experimentado en quebrantos. Lucifer, su querubín más exaltado, decidió responder con odio, envidia y celos, a ese amor que él había conocido como ningún otro. Sus amadas criaturas en el Edén, Adán y Eva, decidieron que Satanás sería su amigo, y Dios su enemigo. En los "días de su carne", cuando se hizo hombre y "vino a los suyos", sus propios familiares no lo comprendieron. No fue creído en su tierra. Judas lo traicionó. Pedro lo negó. Ningún discípulo lo siguió en su hora de prueba. Su pueblo lo rechazó y lo crucificó. El mundo lo expulsó de la tierra mediante el asesinato. Su propia iglesia apostató de tal manera, que en la Edad Media llegó a convertirse en el poder más tirano y opresor del auténtico pueblo remanente de Dios.
Después de todo eso, ¿qué chasco le pudo resultar de tal magnitud, como para que fuese imposible su descripción?
El que es todo amor, todo poder, el Infinito, el que vive y fue muerto, el que dio su sangre por la iglesia, experimenta hace unos cien años otro chasco, un chasco tan grande, que E. White lo califica como indescriptible. Su pueblo remanente, el que fuera en otro tiempo objeto de opresión y rechazo, el que está llamado a recibirle en las nubes de los cielos cuando venga por segunda vez, un pueblo que cuenta con la experiencia acumulada de todas las generaciones de creyentes antes de él, procede de tal manera que chasquea indescriptiblemente a Cristo, ante el estupor de todo el universo.
No hace falta insistir en que se trata de un hecho solemne, que demanda la consideración reverente y humilde de cada miembro de su pueblo. ¿Por cuánto tiempo seguiremos como si no hubiera pasado nada?
En efecto, Dios tenía una preciosa luz para nuestra querida iglesia ¡y para el mundo!, y en un congreso que tuvo lugar en Minneapolis, en 1888, se dibujan de nuevo las figuras de Priscila y Aquila. ¿Cómo reaccionará esta vez Apolos?
Nunca fue la voluntad de Dios que su pueblo remanente del tiempo del fin tuviese por objeto la preparación de creyentes para la muerte, durante una generación tras otra, sino para la venida de Jesús en gloria. Poco tiempo después de haber estado en Sinaí, Dios dijo a su pueblo: "Bastante habéis estado en este monte. Poneos en camino, id al monte del amorreo yo os entrego el país. Entrad y poseed la tierra" (Deut. 1:6-8). Priscila y Aquila fueron allí Caleb y Josué. Pero no fueron oídos; su propuesta llena de fe, de subir en nombre de Jehová a vencer los gigantes y poseer la tierra prometida, casi les costó ser apedreados. Luego siguieron 40 tristes años de vagar por el desierto.
Dios nos estaba virtualmente diciendo: 'Demasiado tiempo lleváis ya en este mundo. ¡Vamos, venid a poseer la tierra!'
Y antes de venir Cristo en carne y hueso, quiso venir a su pueblo en forma de mensaje, en el silbo apacible del Espíritu Santo. Un mensaje que habría de resultar en la victoria sobre el gigante del pecado, y que habría de llevar en poco tiempo al pueblo adventista a vivir la gloriosa culminación de su comisión evangélica.
Según E. White, ese mensaje de Cristo y su justicia constituyó "el comienzo de la lluvia tardía" y "el fuerte pregón" (TM 91-93; RH 22 noviembre 1892; Carta B2A, 1892; MS. 15, 1888, Special Testimonies, Series A, No 6, p. 19, etc). Como ya le sucediera anteriormente en el "clamor de media noche" de 1844, al oír a los mensajeros de Minneapolis experimentó tal gozo y entusiasmo, que le resultaba imposible conciliar el sueño en la noche. Mientras tanto, en el Senado de los Estados Unidos estaba a punto una enmienda a la Constitución que habría desembocado en una ley dominical nacional. Ya se habían producido las señales en el sol, la luna y las estrellas. Aparentemente, todo estaba preparado en el mundo. Pero,
¿Reaccionamos nosotros mejor que Israel, al pie del Sinaí? ¿Está hoy, 110 años después, iluminada la tierra con su gloria?
E. J. Waggoner relató que "hace muchos años", mientras se encontraba en una carpa escuchando a un siervo del Señor predicar la palabra, se sintió súbitamente envuelto en un gran resplandor y tuvo una vislumbre de Cristo crucificado por él, le fue revelado de una forma especial el hecho de que Dios lo amaba, y que Cristo se dio por él personalmente. La luz que en aquel día brilló sobre él, procedente de la cruz de Cristo, le hizo comprender que toda la Biblia, y particularmente el mensaje del tercer ángel, tenía por centro a Cristo como un don, el mensaje de amor de Dios hacia cada hombre. Decidió dedicar su vida a escudriñar más y más la Biblia a la luz del Calvario, y a aclararla a otros.
Esta vez, Priscila y Aquila no eran simples laicos. E. J. Waggoner y A. T. Jones se encuentran probablemente entre los teólogos adventistas que más artículos y libros han escrito. Eso sí, no eran los reverenciados y carismáticos dirigentes a quienes Dios no pudo emplear. Tienen el singular honor de haber recibido más de trescientas declaraciones de aprobación por parte de E. White. Los calificó como "mensajeros delegados del Señor", en posesión de "credenciales celestiales"; dijo que rechazarlos equivalía a rechazar a Cristo, quien debía ser reconocido en el mensaje.
Siendo así, ¿por qué conocemos hoy tan poco sobre sus escritos? "Suscitando esa oposición, Satanás tuvo éxito en impedir que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del Espíritu Santo que Dios anhelaba impartirles "
Si Satanás logró que el mensaje fuera rechazado a pesar de las repetidas advertencias y ruegos de una profetisa en vida, ¿qué no lograría más tarde, cuando los dos mensajeros extraviaron sus pasos?, y ¿qué no lograría más tarde aún, cuando la voz de E. White dejara de oírse? Un tremendo prejuicio se extendió por la iglesia mundial, en vista del triste camino final emprendido por esos dos hombres de Dios. Ese triste final parece ser todo lo que muchos quisieran hoy saber sobre "1888".
La crítica severa, el descrédito y olvido de que han "disfrutado" en nuestra literatura oficial los dos mensajeros de Minneapolis, durante décadas, me ha hecho pensar más de una vez en la forma en la que mi libro de historia trataba a Martín Lutero: "Lutero fue un fraile vicioso y ambicioso". ¡Qué gran diferencia hace quién escribe la historia! Pero mil opiniones y escritos no pueden cambiar un ápice la verdad.
Con toda seguridad, debería interesarnos hoy lo que constituyó "el comienzo de la lluvia tardía" y el "fuerte pregón", así como los hechos históricos que protagonizamos como pueblo, ya que, como dijo Jorge Santayana, "una nación que desconoce su historia está condenada a repetirla".
Efectivamente, como todo movimiento genuino de reavivamiento y reforma, era sólidamente bíblico. El mensaje presentaba el perdón de Dios, los encantos incomparables de un Salvador cercano, la justicia de Cristo "en semejanza de carne de pecado", en relación con la singular comprensión adventista de la purificación del santuario, "el mensaje del tercer ángel, en verdad".
Desde luego, un engaño fatal es lo último que necesitamos hoy. La Verdad, la verdad tal cual es en Cristo, es lo único que puede vencer la tibieza, que puede lograr que se recupere el primer amor, y que Laodicea triunfe.
"El mensaje que nos ha sido dado por A. T. Jones y E. J. Waggoner es el mensaje de Dios a la iglesia de Laodicea" (Id, 1052)
Pero, a diferencia de lo que muchos entienden hoy como "mensaje a Laodicea", las presentaciones y escritos de los "mensajeros delegados de Dios" no consistieron en nada parecido a una lista de acusaciones condenatorias, sino que fueron una refrescante revelación del evangelio de Cristo crucificado, como poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. Cuando vayas profundizando en él, la Biblia será un libro nuevo para ti. Las cosas del mundo dejarán de serte de valor. Lo que antes te parecían imperativos, vendrán a ser maravillosas habilitaciones evangélicas. Ese es el humilde testimonio de quien escribe estas líneas.
Coincidiendo con el renovado interés mundial en el mensaje de la justificación por la fe, tal como el Señor nos lo envió en aquel congreso de Minneapolis, están siendo traducidos y reeditados muchos de los libros y artículos de Jones y Waggoner, conteniendo el mensaje que hizo exclamar a E. White: "cada fibra de mi corazón decía ¡Amén!". Pronto estarán a tu disposición. Si no los encontrases en la librería de tu iglesia local, léelos o descárgalos desde este sitio Web.
Ojalá que tu corazón diga también ¡Amén!, porque Priscila y Aquila están de nuevo entre nosotros.
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Más sobre la historia del mensaje de Minneapolis
L.B.